Es primavera en Buenos Aires y algunas de sus flores han
resultado tres veces más caras de lo que lo eran hace cuatro años. Ya sea arraigada
en el sector inmobiliario, en el textil o en la alimentación, la inflación en
Argentina posee la fertilidad de su suelo: crece lo que sembraste y algo más. Y
ni el crecimiento anual de los sueldos –un 700% en el caso de un docente desde
2004- da para podar aquella. La ciudad uruguaya más cercana –una hora tranquila
de ferry- ve llegar cada día a cientos de argentinos para sacar dólares que
vender a la vuelta al doble de su cambio oficial. El diferencial de inflación
entre el dato oficial y el calculado real hiela ya hasta los chistes, y comprar
a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que dice que vale arruinaría a
quien llevara una década en ello. Es una paradoja más que un país atado a una inflación
desbocada sirviera de refugio a nazis huidos, décadas después de logrado el
poder gracias a la inflación que acabó con la República de Weimar y propició a
hitler.
jueves, 24 de octubre de 2013
martes, 22 de octubre de 2013
sentarse a publicar periódicos
Como en ese museo de la autoindulgencia que son abc o la
razón en nuestro país, también en Argentina incluso antes de llegar a las
páginas de deporte, los periódicos hablan de fútbol al tratar la política como
un mero asunto de fervor o de opinión inflamada. Como el combustible con el que
se rocían unos y otros es aquí distinto, es complicado saber –aunque se intuya-
quién miente deontológicamente y quién a ratos.
El titular de la pancarta citada por El País tras la
manifestación del 8.11.12 -basta de tanto
resentimiento, rencor y odio- es tanto un resumen nítido de lo que Clarín
anima a diario, como la respuesta de Página 12, en esa imagen de dos señoras
embutidas en abrigo de piel y cacerola en mano, suena a respuesta escorada.
¿Cuándo empieza un diario a identificarse tanto con un lado que se convierte en
su portavoz indisimulado? La ley de medios podría ser todo lo que Clarín
necesita para escupir inquina sobre cuanto venga del gobierno que promueve la
ley. El beneficio de la duda dura 60 páginas el día en que uno acumula el valor
de leerlo: lo que tarda en imprimir algo que no parezca un auto de fe. Quizá
casualmente esa página resulta ser un artículo sobre las bonanzas de la
peatonalización y mejora general de la habitabilidad de Buenos Aires en un
futuro próximo. Como pruebas, se adjuntan infografías tomadas probablemente del
propio gobierno municipal… en manos del gobierno opositor de mauricio macri.
Si el expolio antiguo que pudiera explicar el fervor
anticapitalista de Página 12 no es el mismo que denuncian los dueños de Clarín
es porque éste, a falta de mejores credenciales, es nuevo. Y no suena injusto
descreer más del clamor del terrateniente (aunque periodístico) que del que
clama por una indemnización debida a décadas de atropello social, sufridas a
manos de otros clarines –militares, económicos, políticos neoliberales… Uno
pasa aquí, con suerte, dos semanas al año, poco tiempo para entender. Pero
intuye una sociedad encarnizada entre quienes siempre tuvieron y a quienes
siempre se les quitó. Hay algo de defensa propia en las líneas de cuanto
periódico lee uno aquí, pero eso no iguala las trincheras. Incluso renunciando
sonrojantemente a una mirada fría sobre lo que tienen, sobre dónde están y
hacia dónde se dirigen, el enemigo de Clarín merece más dudas que el de
Página12. El de éste es la torpeza, la negligencia, la defensa de políticas que
les aíslan. Aquel es mucho peor, pues no hay necedad en sus actos sino pura
voluntad de expolio de la prosperidad nacional, de codicia criminal, de desprecio
a un modelo equitativo de sociedad. La señora del kiosco que me ve comprar
todos los periódicos cada día ha de pensar que mi esfuerzo es inútil.
Yo sé quién no soy
Viene mi amigo Leandro de leer por tercera vez El Quijote
y en Madrid se estrena una versión de José Miguel Mora que reivindica el
quijotismo como arte de luchar contra quien lo merezca. Como la propia novela,
sembrada de relatos independientes que bien harían un otro libro, las
peripecias de cualquiera a veces constan de trozos que no se explican bien y
que harían, acaso, una persona aparte que se nos pareciera. Como Cervantes se
insertó en la primera parte del Quijote, Manzo existe dentro de Leandro. Que
quiere decir que, como buen argentino, hay algo del autor en el contar del personaje.
No alguien que le diera los temas, pero sí alguien que asistiera a ellos desde
dentro. La novedad de la prosodia argentina influye en la extrañeza, pero no
tanto que difumine la multiplicidad real que le bulle dentro. Al tiempo un
hombre de muchas manos en un país manco: que enseña literatura y sin embargo la
ama; un hombre de las manchas, un magnífico pintor entre la deformidad comprensible
de Bacon y la negrura de Goya; un marino con la habilidad de transformar el
barco en coche si aquel encallara; albañil, fontanero, electricista; funcionario.
Y eso como Alonso Quijano. Como Quijote, hecho de pulsión, de nervio ante el
entuerto, a la puerta de un duelo o pensando en afilar la lanza sin la cual un
argentino no empieza a hablar. Como otros que he conocido aquí, su vida parece
contener el conflicto, la contradicción, el desacuerdo permanente, la tragedia
eventual, que este país hilvana como si pensado para eso. No sé si muchos sabrán
aquí que su frase preferida -la puta que lo parió- es de Sancho Panza.
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