martes, 22 de octubre de 2013

Yo sé quién no soy


Viene mi amigo Leandro de leer por tercera vez El Quijote y en Madrid se estrena una versión de José Miguel Mora que reivindica el quijotismo como arte de luchar contra quien lo merezca. Como la propia novela, sembrada de relatos independientes que bien harían un otro libro, las peripecias de cualquiera a veces constan de trozos que no se explican bien y que harían, acaso, una persona aparte que se nos pareciera. Como Cervantes se insertó en la primera parte del Quijote, Manzo existe dentro de Leandro. Que quiere decir que, como buen argentino, hay algo del autor en el contar del personaje. No alguien que le diera los temas, pero sí alguien que asistiera a ellos desde dentro. La novedad de la prosodia argentina influye en la extrañeza, pero no tanto que difumine la multiplicidad real que le bulle dentro. Al tiempo un hombre de muchas manos en un país manco: que enseña literatura y sin embargo la ama; un hombre de las manchas, un magnífico pintor entre la deformidad comprensible de Bacon y la negrura de Goya; un marino con la habilidad de transformar el barco en coche si aquel encallara; albañil, fontanero, electricista; funcionario. Y eso como Alonso Quijano. Como Quijote, hecho de pulsión, de nervio ante el entuerto, a la puerta de un duelo o pensando en afilar la lanza sin la cual un argentino no empieza a hablar. Como otros que he conocido aquí, su vida parece contener el conflicto, la contradicción, el desacuerdo permanente, la tragedia eventual, que este país hilvana como si pensado para eso. No sé si muchos sabrán aquí que su frase preferida -la puta que lo parió- es de Sancho Panza. 

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