sábado, 24 de noviembre de 2012

donde acaba algo y empieza otra cosa


Como la distancia y la brevedad del viaje no ayuda a entender del todo los perfiles exactos de según quién en la política argentina, ayuda que ciertos actos sirvan de infalible resumen. Poco antes de subirme al avión, se lee en El País que el alcalde de Buenos Aires –mauricio macri- viene de hacer público el nombre y la ubicación de una mujer violada que se dispone a sufrir un aborto. No contento con vetar la ley que desde 1920 autoriza la interrupción voluntaria del embarazo en caso de peligro para la vida o la salud de la madre, y más descontento aún –cabe pensar- con que desde marzo de este año las embarazadas producto de una violación que además sean discapacitadas mentales o menores de edad, ya no deban recurrir a la justicia para pedir permiso, el regente logra que en la habitación donde se halla ingresada la paciente irrumpan el capellán del hospital, acompañado de miembros de una organización católica generosamente disponible. Es decir, los que no se hallan fuera, manifestándose delante de la casa de los padres de la joven –que ignoraban que aquella estuviera embarazada- o delante de la casa del director del hospital. Cita Alejandro Rebossio que la ley de 1920 tolera el aborto en caso de violación a mujeres “idiotas o dementes”, y que al menos en este último punto sí acepta macri el dictamen. Excluida, pues, de la ecuación la demencia, nos queda la idiotez como causa punibles. Como recientemente presumiera un senador republicano en Indiana –“si se produce un embarazo en una violación es porque dios lo quiere”- o como recoge la nueva ley del aborto aprobada en nuestro país, que entre otras novedades sostiene que un hijo indeseado no daña a una mujer o que la malformación no es causa objetiva de aborto, la estupidez, como tan obviamente la demencia, producen seres que una ley adecuada evitaría por el bien de todos. 

viernes, 23 de noviembre de 2012

hechos de omisión, cuerpo y violín


Timbre 4 es el único sitio de Buenos Aires al que, sin conocerlo, se qué quiero ir si me preguntan. Su sonido llegó a Madrid hace cuatro años, la llamada a exponerse al teatro furioso y hondo de Claudio Tolcachir, resonante desde el teatro Español en su trilogía –La omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo y esta El viento en un violín, que finalmente vuelvo a ver, esta vez donde fue concebida. Los muebles y las caras son las mismas que llevan años girando por todo el mundo. Tú eres normal –grita la madre al hijo que es cualquier cosa menos eso. Ni en esta ni en ninguna de las otras dos obras hay alguien normal, si exceptuamos el médico de La omisión, y tanta patología exhala un aire paradójico de proximidad, de vulnerabilidad marciana a la que nadie, bien pensado, es ajeno. Hechos de un imposible intento, son parte de la más insospechada de las influencias –el naturalismo.

vivir entre dos amores


Uno no logra encontrar la casa hermosa que estuviera a punto de comprar en el barrio de San Telmo hace cuatro años, y quizá sea mejor, no sea que quien viva en ella se me parezca. Uno compró su casa en Madrid en los días en que esa decisión había de ser tomada a toda prisa, nada más verla, so pena de que alguien viniera a quedársela tras de ti. Asi que, si algo, cierto valor había de tener decidir comprar una casa tras llevar cuatro años viniendo a Buenos Aires. Antes de que bancos, gobiernos y promotoras –valga la redundancia- decidieran que una casa era un jersey, esa casa era donde ibas a ser para toda tu vida. Un escultor habitaba aquella de San Telmo, tenía un patio dentro, no mucho más recuerdo. Me pregunto si quien viva en ella sueña alguna vez con vivir en Madrid. 

jueves, 22 de noviembre de 2012

más o menos madera


Subirse a uno de los trenes de la línea General Roca que une, entre otros, el barrio de Bernal con Buenos Aires es viajar en el tiempo con no menos inquietud de cómo se viaja en el espacio. Pues nadie cierra las puertas que luego permanecerán abiertas durante el viaje, no pocos viajeros llegan y salen de la estación prácticamente en los peldaños, y no porque el tren vaya lleno. Algunos saltan en marcha, sin esperar a que el tren pare. Dentro vocean unos y otros, según la mercancía que se haya subido a vender. Inaugurada en 1865, la estación de Constitución a la que se llega es, con 16 andenes, la más grande de Sudamérica. Su toponimia, incluso siglo y medio más tarde, es su más afinado sustantivo: erigido por la orden religiosa de los padres Betlemitas, antes de llamarse mercado Constitución, antes de ser el mercado del Alto, el lugar en que se construiría la estación fue llamado originalmente La convalecencia. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

aprecio de la gran vía


Subir la calle Corrientes es amar dos calles a la vez: el tipo de gran avenida que pisas en Buenos Aires y la que rehúyes en Madrid. Llena de librerías –aunque muchas sean de saldo- y de teatros –donde, junto a no poco saldo, hay una decena de teatros, cines y centros culturales espléndidos-, Corrientes es la Gran Vía que uno querría en Madrid, en lugar de ese gran mall al aire libre en que se ha convertido, hecho de teatros para la mediocridad, tiendas de ropa intercambiables y restaurantes lamentables. En ambos casos, son calles hechas en buena medida para el turismo. Y sin embargo, aquí –allí- uno se siente un turista más digno, menos idiota de lo que inhalo al caminar por la Gran Vía. Es, eso sí, difícil competir con ella en belleza arquitectónica y Corrientes no lo hace. Quizá por ello no deja de ser una calle argentina en todo momento. Qué sea la Gran Vía es cosa por saber.  

anúnciese aquí


La publicidad que trepa a los edificios a veces se baja para recalar en lugares paradójicamente menos visibles, desde los que aspirar, sin embargo, a mayores logros. Empresas armamentísticas, petroleras, emporios del juego, el lavado de dinero y la prostitución legalizada obtienen más réditos financiando al partido republicano en Estados Unidos del que pueda darles un anuncio en medio alguno. Es mera casualidad que cuando la falta de fe en ese método produce inversiones publicitarias en televisión, cadenas como la fox de murdoch se comporten con el mismo impulso reaccionario y criminal con que lo hace el partido al que defiende. A escala más pequeña, las marcas perpetran errores más pequeños, y quizá por ello han de repetirlos más, y así es frecuente leer en El País referencias a “la prensa afín” que jalea cada acto del gobierno argentino actual. Pero ninguna mención a cómo asomarse a clarín –el diario más vendido allí- recuerda mucho al pasmo que sobreviene a hojear aquí abc o la razón. Es duro apoyar a un gobierno sin que tu reputación periodística se tambalee, y un remedio siempre a mano es haberla perdido antes de que alguien pueda echarla en falta –véase la mayor parte de la prensa nacional en nuestro país. Como en casi todas las áreas de la vida, se entendería todo mejor si cada persona que cree pagar por un periódico supiese en todo momento quién lo paga en realidad. 

O nunca


Como si la convicción metereológica estuviera ligada a la contundencia con que se debate aquí, los días de calor intenso se interrumpen un breve lapso… que sirve para inundar la ciudad y no pocas de alrededor. Tras dejar atrás la Casa de gobierno, los soportales de Leandro Alem son el único paraguas del día que sí protege. Siguiéndolos, una vez transformada en Av. Colón, asoma La facultad de Ingeniería, que aúna la precisión propia del tema y sus columnas imponentemente griegas, con el más insospechado temario que representa el mármol de las paredes de cada uno de los pisos. Originalmente empezado a construir en 1951 para albergar la Fundación Eva Perón, durante los seis años que la albergó vio pasar por su hall familias pobres de todo el país que llegaban para solicitar alimentos, libros, juguetes, ayuda para poder estudiar en la ciudad. Siendo muchos de ellos analfabetos, se escogió un color diferente para cada una de las plantas del edificio, de forma que pudieran reconocer el área al que se les enviaba. Entre la necesidad original de servir para ser entendidos por todos y la posterior de educar en la complejidad, los cinco ingenieros que luego serían Les Luthiers se conocerían entre estas paredes para honrar ambos propósitos. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Salir a dejarse cosas


Tiene un cuento Haroldo Conti –Marcado- en el que un hombre sale con su barco a robar piezas de otros barcos, que poder vender. Como alguna vez el barco que desguaza en vida está ocupado, el protagonista -el Polo- se lleva el plomo que vino a robar y el que no. La primera vez que salimos en el Fauno II, tras girar en el ramal del río, a la altura de la Escuela naval abandonada, surgen dos gigantes arrumbados, apoyado uno sobre el otro, convertidos en óxido, esperando que los peces se coman lo que es dudosamente rentable desguazar. Pasan seis días hasta que salimos de nuevo, esta vez al Río de la Plata, a contemplar una regata. Es entonces, sometido al oleaje real, cuando uno se descubre en el protagonista de otro cuento sobre barcos, también de Conti –Todos los veranos-, en ese personaje que dice “un hombre como yo sin un barco como yo no está completo”. Traducción: cuando más completamente tranquila la navegación, más completo vuelvo a tierra yo.

monolitismos


Tan frecuente como sea en política hablar para un público mientras se mira a otro (al que realmente se dirige el mensaje), la crítica a unas políticas no pocas veces tiene que ver con ver con cómo les va a quienes también las aplican en otras latitudes. A partir de eso podría pensarse que la manifestación del pasado día 8 en Buenos Aires, convocada contra el gobierno de Cristina Fernández, es contra… Venezuela, que al cabo comparte con Argentina una de las inflaciones más altas del mundo, una tasa de cambio en permanente descenso, la capacidad dudosa de su Banco Central de mantener reservas, una economía sobreprotegida y el mordisco de una inflación sin límite aparente. La paradoja está en que, incluso con semejantes méritos propios para merecer la protesta, el gobierno actual argentino podría haber esquivado la comparación sin mayores problemas –al cabo, parece endémica- si no alentara el único símil con Chávez del que este es inocente: la reelección legítima. De cuantas demandas cacerolee la gente en la calle, ninguna es más real que la inconstitucionalidad de un hipotético tercer mandato al que Fernández aspiraría. El resto se dividen entre las obvias -inseguridad y una inflación abrumadora negada sistemáticamente por el gobierno año tras año- y las sospechosas –lo que Clarín devuelve en visión ampliamente deformada del país a raíz de la Ley de medios que fuerza a un dinosaurio a convertirse en un ciervo. Yo me movilizo en defensa de nuestras libertades y derechos consagrados en nuestra Constitución Nacional –reza la papeleta pisoteada por doquier a lo largo de la avenida 9 de julio. Patrocinada, como las camisetas, por partidos de derecha o directamente reaccionarios, la protesta tendría más sentido si la sospecha sobre el pronombre demostrativo –nuestras- no fuera tan automática, tan escasamente demostrativo. 

del teatro manco


Hay un reverso oscuro en los méritos que llevan a algunos nombres del teatro a merecer un edificio al que nombrar desde ese instante, y es que, una vez muertos, no pueden defenderse de la programación puesta a sus pies. Incluso si por cada Adolfo Marsillach, Lope de Vega o no pocas veces el Fernán Gómez, hay un María Guerrero o un Valle Inclán, uno está indefenso ante los méritos de los teatros de otros países. Sin salir de Buenos Aires, el Margarita Xirgú alberga una programación que mejor merecería una charcutería, y a esa lista de traiciones ha venido a sumarse, insospechadamente, el Cervantes, que representa estos días el sainete Jettatore, de Gregorio de Laferrére, que tratando de la mala suerte adjudicada a un supuesto gafe, versa en realidad de la mala suerte de quienes pagan la entrada para ir a verla. Actualizada para no parecer un texto de 1904, sino… mucho más acartonado, la versión de Agustín Alezzo resulta una comedia contada con tics de mala zarzuela, que, por si las dudas, viene con instrucciones precisas de cuándo reír, y así, don Lucas/Mario Alarcón –el gafe- pasa continuamente de dirigirse al resto de actores a hacerlo al público. El resultado es un monologuista con la gracia de un enterrador.
Como si hecho para no desperdiciar semejante alarde contra ti mismo, Javier Daulte (que, como Veronese y Tolcachir, tiene tres obras en cartel) perpetra estos días en el San Martín un Macbeth que Shakespeare querría obra… de Edward de Vere. Resumen de lo que veo antes de huir, como casi todos en mi misma fila: las brujas, que en un primer momento parecerían diseñadas para ser clones de lady gaga, resultan solo… prostitutas a las que Macbeth paga para que hablen y que parecen violar a Banquo mientras le cuentan su cuota de profecía. Sin especial grandeza languidece todo hasta que, poco antes de que el cadáver de Duncan sea hallado con el grito clásicamente helador de Macduff, sobreviene el hallazgo nunca asomado: Macbeth puede ser también una comedia. Basta con introducir un monólogo en el que el soldado encargado de abrir la puerta del castillo a quienes vienen a desvelar el crimen se pregunte en alto por el rol de los personajes pequeños en el teatro, por cómo les irá al resto si él decide no abrir la puerta y paralizar la acción. Me van a matar porque rompí la cuarta pared –dice en plena y larguísima bufonada. El resultado es que la gente sigue riendo cuando la muerte del rey se revela. Logrado el culebrón, cuando Macbeth vuelve a escena para declamar su negrura contra sí mismo, es difícil no verle como un cómico sin gracia. Cuántos desdichados saldrán, como uno, de la primera para caer en la segunda.

sábado, 10 de noviembre de 2012

de dónde venimos


Solo días después de que menem amenace con recordar hacia dónde vamos si nadie se lo impide, el Museo de Ciencias Naturales de La Plata reluce como un fósil que contuviera otros, segregados acaso por sus paredes, sus escaleras, sus vitrinas, sus paredes, sus bustos, sus cartulinas ajadas donde escrito el nombre de cada criatura disecada, de cada hueso teñido de vejez. Es un artefacto tan propio del país como ajeno a los habitantes de Buenos Aires, plenos de agitación, de una tensión constante a medio camino de la vitalidad y el descarrile. Hechos de un civismo descascarillado que tanto recuerda al italiano y al español, que siembra de desperdicios calles y carreteras mientras sus conductores se manejan como si aspiraran a convertirse en uno más, que aúna la alegría y la desconfianza, el orgullo y la generosidad, son nosotros sin que necesariamente tengamos que vernos reflejados. También ese espejo ha de poder ser mirado desde detrás. 

banco y de pruebas


Diseñada como una provocación para una población caracterizada por lo barroco, la catedral neogótica de La Plata está vacía el día que la visitamos, y no es raro pensar que a la jerarquía nacional ha de resultarle difícil renunciar a llenar sus paredes semivacías con retratos de los santos patrios, sacados del Peronismo o del fútbol. Sus bancos, casi nuevos, como si nadie se hubiera sentado en ellos, sugieren esa verdad no exclusiva de estas paredes: el futuro de estos pasillos no habla de fieles sino de espectadores. 

brotes traídos en la maleta


Traídos por mi amigo Leandro y perdidos después en algún lugar de su taller, los huesos de durazno comidos en España han resultado, injertados en suelo argentino, un hermoso árbol lleno de frutos que a estas alturas del año lucen aún verdes y duros, tan apetecibles como incomibles. Los símiles viajan en las maletas también y los brotes verdes de la economía española dejan ver aquí huellas parecidas –una pasmosa burbuja –esta inflacionaria- que se hincha a la luz del día desde años, una economía subsidiada que alimenta el déficit por venir, una prima de riesgo disparada que dificulta la financiación del país, o un cultivado cainismo político a la altura del nuestro. Pero también es el reencuentro con la piel suave y agreste de una ciudad –Buenos Aires- que uno ama desde que pone un pie en ella, y que acaso cuenta como pocas cosas el destino al que se ve aferrada la influencia latina –o su derivada transatlántica: cómo la costumbre de indisciplina, improvisación y dejadez que perjudica nuestras economías es justo el que pudiera hacer las calles tan henchidas de vida, tan paseables. De negro uno, de blanco la otra, también a asistir a esa boda ha venido uno.