Como la distancia y la brevedad del viaje no ayuda a
entender del todo los perfiles exactos de según quién en la política argentina,
ayuda que ciertos actos sirvan de infalible resumen. Poco antes de subirme al
avión, se lee en El País que el alcalde de Buenos Aires –mauricio macri- viene
de hacer público el nombre y la ubicación de una mujer violada que se dispone a
sufrir un aborto. No contento con vetar la ley que desde 1920 autoriza la
interrupción voluntaria del embarazo en caso de peligro para la vida o la salud
de la madre, y más descontento aún –cabe pensar- con que desde marzo de este
año las embarazadas producto de una violación que además sean discapacitadas
mentales o menores de edad, ya no deban recurrir a la justicia para pedir
permiso, el regente logra que en la habitación donde se halla ingresada la
paciente irrumpan el capellán del hospital, acompañado de miembros de una
organización católica generosamente disponible. Es decir, los que no se hallan
fuera, manifestándose delante de la casa de los padres de la joven –que
ignoraban que aquella estuviera embarazada- o delante de la casa del director
del hospital. Cita Alejandro Rebossio que la ley de 1920 tolera el aborto en
caso de violación a mujeres “idiotas o dementes”, y que al menos en este último
punto sí acepta macri el dictamen. Excluida, pues, de la ecuación la demencia,
nos queda la idiotez como causa punibles. Como recientemente presumiera un senador
republicano en Indiana –“si se produce un
embarazo en una violación es porque dios lo quiere”- o como recoge la nueva
ley del aborto aprobada en nuestro país, que entre otras novedades sostiene que
un hijo indeseado no daña a una mujer o que la malformación no es causa
objetiva de aborto, la estupidez, como tan obviamente la demencia, producen seres
que una ley adecuada evitaría por el bien de todos.
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