miércoles, 31 de agosto de 2011

3. cuando los cocodrilos vuelen


Como lo que escribe Mark Bittman en The New York Times 17.8 sobre agricultura sostenible –“aunque los alimentos producidos orgánicamente son demasiado caros para algunos, la producción convencional de alimentos no refleja ni los subsidios requeridos ni el enorme coste medioambiental y sanitario que conlleva”- también la lógica fiscal en Estados Unidos suena a subsidio empantanado. Y así, “mientras las clases medias y empobrecidas luchan por nosotros en Afghanistán, y mientras la mayor parte de los americanos sufren para llegar a fin de mes, nosotros, los megaricos aún disfrutamos de nuestras extraordinarias ventajas fiscales. Algunos de nosotros somos inversores que ganan billones pero se nos permite clasificar nuestras ganancias como “intereses rendidos”, obteniendo así la ganga de un 15% en impuestos por ello. Esas y otras bendiciones nos son facilitadas por los legisladores de Washington que se sienten impelidos a protegernos, en buena parte como si fuesemos lechuzas moteadas u otras especies protegidas. El año pasado pagué casi 7 millones de dólares en impuestos. Suena como si fuera mucho dinero, pero solo pagué el 17,4% de mis ganancias sujetas a impuestos –y esa es un porcentaje más bajo que el de las restantes 20 personas de nuestra oficina. Si haces dinero con dinero, como algunos de mis amigos superricos hacen, el porcentaje puede ser incluso algo más bajo que el mío. Pero si ganas dinero a partir de un trabajo, tu porcentaje seguramente superará el mío, y probablemente por mucho.” –el texto es parte de un artículo de Warren Buffett publicado en NYT 15.8 (http://www.nytimes.com/2011/08/15/opinion/stop-coddling-the-super-rich.html). Escasamente sospechoso de socialista con planes de vender su país a Corea del norte, probablemente lo que pide ha de ser solo esa imposibilidad de la política: alguien que a su inmenso poder, suma el de decir la verdad sin que su puesto de trabajo peligre por ello.
Algo que, sin ir muy lejos, apenas a la columna de al lado, el gobernador de tejas y probable candidato del partido republicano -rick perry-, dudosamente ha de poder permitirse, tal y como explica Paul Krugman al desnudar su mayor logro –haber gobernado durante una década el estado que parece estar creando la mayor parte de los puestos de trabajo del país-, como mero producto de un mayor incremento de población (el doble que el resto del país desde 1990), originado en buena parte por jubilados atráidos por su clima y por inmigración mexicana de clase media en busca de un entorno seguro, cuya renta por encima de la media en estos casos crea empleo local con facilidad. El mayor número de empleos mantiene los salarios bajos (casi uno de cada diez trabajadores en ese estado gana el sueldo mínimo o por debajo, bien por debajo de la media nacional), y justo esos bajos salarios es lo que las empresas necesitan para sentirse atraídas a invertir en ese estado. Lo que, extrapolado al resto del país, al reducir los salarios, aún haría más difícil afrontar la deuda general originada por la burbuja inmobiliaria. Y ese es el escenario optimista. Si, como Texas, más estados temerariamente insistieran en seguir subvencionando “robos” de compañías de otros estados, la deuda estatal solo serviría para financiar, vía reducción de ingresos, deuda individual, antes o después. Una de las razones por las que Buffett logra generar más respuestas en la sección de Cartas al director que en el Congreso es porque para comprar el NYT hacen falta solo dos dólares y para entrar en la Cámara de representantes, has de ser millonario o multimillonario en 6 de cada 10 casos.

martes, 30 de agosto de 2011

2. Los caballeros lo prefieren negro


Como el cine en Hammond, Lousiana, que, de cerca, es solo un bloque de apartamentos, algunas ensoñaciones políticas tienen una hondura de industria inmobiliaria. Y así, recién empezada la carrera en el partido republicano para elegir a su aspirante a la presidencia en 2012, la delirante intención de merecerla como la forma natural de pasar página a la crisis económica es, más claramente, solo pasar las páginas adecuadas para entenderlo. Si el periódico es The New York Times, con dos páginas bastan, pongamos la 18 y la 19 del ejemplar del 15.8. El primero de sus editoriales extracta cómo a pesar de que para la gente es más importante la creación de empleo que los recortes presupuestarios, su cámara de representantes podría estar haciendo lo imposible por relanzar la recesión mundial, impulsada por ese objetivo del partido republicano que es reducir todo el problema laboral a un solo empleo: el de presidente del país. Su sistemática negativa a aprobar incrementos de gasto público, un generador automático de desempleo y de mayor pobreza para quienes ya se hayan inmersos en ella. Por supuesto no es algo que Grecia o España no lleven tiempo disfrutando con la colaboración inestimable de las agencias de cailificación. Solo que la rebaja en la clasificación crediticia de la deuda estadounidense no tiene nada que ver con la padecida en parte de Europa, ligada a abismos de déficit oculto e incapacidad probada de competitividad, sino con la transparente misión del partido republicano por preservar el desempleo o aumentarlo si cabe si con ello aumentan las posibilidades de enviar a esas listas al actual presidente.
Sin más empleo, tanto la economía como el presupuesto –el déficit público- se deteriorarán aún más. Imprimes “sin más inversión” y se entiende igual. Quizá por eso, el tercer editorial de ese día cuenta de la renuncia del gobernador republicano, sam brownback, a invertir los 31.5 millones de dólares concedidos por el gobierno para hacer a Kansas el más avanzado de los estados en desarrollo de tecnologías aplicables a la nueva ley sanitaria, combatida hasta el despropósito por su partido, enésimamente como parte de la preocupación por el déficit del país… y transparentemente anunciado esta vez durante un acto contra la aplicación de la ley. Con ello, Kansas se une a Oklahoma, donde la gobernadora republicana mary fullin devolviera en abril 54 millones de dólares con idéntico afán. Recuerda también el editorial la dudosa memoria del gobernador de Kansas, actualizada su preocupación por el déficit público a partir de aquella, plácidamente entregada en sus días como senador al servicio de los enormes recortes de impuestos y el gasto que acarreara la invasión de Irak, en tiempos del republicano bush. Justo al lado, las cartas al director incluyen la del escritor Charles Morris, que cita cómo el peso fiscal en Estados Unidos, sumados los impuestos estatales, locales, federales y laborales es, según el informe elaborado por la Organización para el desarrollo y la cooperación en 2009, el 28 más bajo de los 30 países más industrializados. Cómo, sostenido sobre el cálculo del producto interior bruto, la presión fiscal es un 35% inferior a la que existe en Alemania. La cita de Ross Douthat suena al motto de su partido: “Votad a Mitt Romney, sabéis que no se cree una palabra de lo que dice”.

lunes, 29 de agosto de 2011

1. He visto cosas que vosotros no creeríais


Uno no creería lo que un Wal Mart guarda en sus congeladores, y sin embargo en el estómago de esta sociedad yace algo peor que la comida basura que tantos devoran hasta la deformidad: una bacteria mental cuyo ecosistema no parece ser el cerebro –al cabo, vulnerable a la información adecuada- sino la caja fuerte que son las tripas. Allí, blindada entre jugos gástricos que negocian lo que les llega como el partido republicano negocia la sensatez, rick perry o michelle bachmann aspiran ya a la presidencia del país con la sutileza con la que las bacterias estomacales tratarían al hipocampo si se postularan para sustituir a las neuronas. Como esos otros candidatos que Philip K. Dick imaginó en su novela, perry y bachmann han visto cosas que nosotros no creeríamos. Solo la semana pasada, perry vio traición en la política de la Reserva Federal de inyectar más dinero para mantener los tipos de interés bajos. También vio lo que en Texas harían al responsable de esa decisión, Ben Bernbake si le encontraran allí. Para contrarrestar el mal hábito del presidente –“estudiar las cosas”-, perry vio que la solución pasa por dejar de estar “sobregravados, sobreregulados y sobrelitigados”. En su cabeza el galón (3.78 litros de gasolina) promete volver a costar solo 2 dólares –esto es, casi la mitad del precio actual. En el mundo del que perry viene, “la evolución es solo una teoría”. Y el cambio climático, “un conjunto de datos manipulados por un gran número de científicos para poder obtener financiación, y una idea que cada vez más científicos rechazan”.
Bachmann les supera a todos: además de considerar que el cambio climático es una farsa, y de haber prometido amputar en lo posible las funciones de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), es fervorosamente paleocristiana, bíblicamente literal, y como acaba de revelar Ryan Lizza en New Yorker, profesa el Dominionismo, que entiende que solo los cristianos pueden regir las instituciones mundiales. Es opuesta al aborto, al divorcio, a la investigación con células madre, a que los homosexuales acepten su condición sin terapia. Más concretamente, cómo “necesitamos tener una profunda compasión por quienes padecen semejante disfunción sexual en su vida y desorden de identidad sexual”. En su currículum, hitos como lo mucho que “le preocupa el antiamericanismo de Obama, que debería ser investigado”, que es decir, “su inclinación al socialismo”, posiblemente extensible al New York Times, a buena parte de la costa Este, y a Lincoln, de compartir bachmann, como parece, las tesis de un escritor que, en una biografía de Robert E. Lee, defiende que la guerra civil tuvo lugar entre un sur cristiano y un norte sin dios.
Ambos, perry y bachmann, llenan estos días las páginas de los periódicos, impulsados por una especie de simulacro de voto republicano que viene de celebrarse en Iowa, aparentemente el sitio perfecto para impulsar la carrera de un aspirante republicano a la presidencia, dado que en ese estado solo el 21% de sus votantes republicanos creen en el cambio climático, y solo 35 de cada 100 en la evolución de las especies. Y uno imagina qué pasaría si los votantes de ese, y del resto de estados, hubieran de pasar un examen de capacitación adulta –digamos uno igual al que se exija a un niño de 12 años- similar al que se exige para poder conducir. Uno que, como escribe Paul Krugman en NYT 29.8, les equipare al test de ignorancia orgullosa que viene siendo la prueba de identidad mejor en el partido en que militan. Estados Unidos ya ha tenido antes replicantes a prueba ocupando la casa blanca bajo el aspecto de miembros del partido republicano. Si los nuevos prototipos son aún más peligrosos es porque, a diferencia de bush, que al fin y al cabo asumía el aspecto del hombre común, perry y bachmann toman como partida el adn de bush. Maximizados, sus sueños no incluyen ovejas eléctricas sino sociedades paleolíticas.

Alligator airlines


De vuelta de New Orleans hacia Baton Rouge es mejor ser el copiloto. Las vistas desde ese asiento son las del lago Pontchartrain. Y la carretera que a la derecha se abre a sus aguas y a la izquierda a los pantanos que poseen todo el sur de Louisiana, transcurre elevada aunque menos de lo que se siente uno, como si fuera el mar lo que estuviese atravesando y el avión hubiese decidido enlazar una pista de despegue tras otra sin terminar nunca de hacerlo. Sensación térmica en cabina: gustito.

Old new Orleans







domingo, 28 de agosto de 2011

before you die again


Muy posiblemente el mural de madera es posterior a las inundaciones de 2005, asi que los deseos en él escritos han de ser posteriores, más los de quien ya ha visto la muerte de cerca que los de quien se la imagina. No han de ser más de 30 los deseos que caben simultáneamente, asi que muchos han sido borrados para que otros pueden escribir sobre ellos. Ir a Paris se repite, también viajar por el mundo, como si ese acto inevitable que es sondear los deseos ajenos antes de imaginar los propios. Hay quienes piden amar o ser amados, quienes saber, quienes abofetear a bush, quienes poseer un banco, quienes educar a un niño feliz, hablar seis idiomas o saltar desde un coche en marcha. Pero el principal deseo podría ser… borrar los de quien pidió antes que tú, pues la mayor mancha visible es una nebulosa a medias blanquecina, a medias de colores, sin nada legible escrito en su interior, como si lo que uno quisiera hacer antes de morir fuera dudar o encriptar sus deseos. Acaso como esa verdad probable: que el deseo del otro sea incompatible con los tuyos.

Tumbas. Invita Blanche


Tranvías similares a los que Tennessee Williams escuchaba pasar desde su habitación en The French Quarter, la parte más antigua de New Orleans, aún recorren la periferia de sus calles estrechas. De uno de ellos hizo bajar a Blanche du Bois para llegarse hasta una de estas casas, por entonces habitada por inmigrantes como el polaco Stanley Kowalski. Pero la historia de la deriva alcohólica y sexual de una maestra a la que su pasado devora es también la de su extraña generosidad, traída directamente del abismo de la educación aristócrata, en su relato amargo de cómo la mansión familiar de Laurel, Mississippi, ha sido malvendida para pagar los entierros de familiares lejanos sin recursos a los que el honor le obligaba. Como uno de esos tranvías que nunca podrán pasar por tu puerta pero sientes cerca, la historia de esa ruina a plazos, sabida, imparable, apenas asomada, es una obra dentro de la obra. Un deseo dentro de otro, acaso idéntico al que advierte en su hermana Stella, también ésta vendida fatalmente en dósis diarias al desahucio de sí misma a manos de su brutal marido.

sábado, 27 de agosto de 2011

el hambre y las ganas de sudar



Por fin una ventaja ligada a la facilidad con que uno puede adquirir un arma aquí: sales de la armería y vas directo, según sea hora de desayunar o de cenar, a Satsuma Café (3218 Dauphine st.) o Coops (1109 Decatur st.). Te sientas, y les obligas a cocinar para ti hasta el día del juicio.

20.000 leguas de calles submarinas


Es raro recorrer las calles del Lower Ninth Ward, en New Orleans, el mismo día que un huracán acaso hace en la costa Este de Estados Unidos lo que otro hizo en este barrio hace seis años. Más que las casas que aún hoy permanecen reventadas, es el asfalto carcomido, la enorme cantidad de espacio sin edificar y la altura de la vegetación lo que cuenta el desastre. Bajo un sol implacable, el paseo transcurre entre casas nuevas que parecen recién traídas de cualquier población de la costa Este de Estados Unidos en un perverso intercambio que hubiera llevado hasta allí las que sucumbieron a las aguas aquí. Levantadas como en una piscina a la espera, en la zona baja entre el Main Outfall Canal, alimentado por el lago Pontchartrain y el curso del Missisippi, las casas nuevas están elevadas sobre pilotes bajo los que cabe un coche. O de ladrillo, feas como traídas de cualquier pueblo español, achatadas como si más que erigidas hubieran sido hechas para agarrarse al suelo. Como si una evacuación no fuera suficiente, en un bar próximo a la zona nos advierten que solo un loco pasearía por esas calles después de que el sol se ponga.

viernes, 26 de agosto de 2011

ley de la oferta y el desdén


La misma semana que se lee sobre una casa construida en Utah a modo y manera literal de la que Carl Fredricksen echara a volar en la película de Pixar, Up, en el colegio de Tam cinco de las seis profesoras preguntadas dicen no saber nada de la reciente crisis de deuda en Estados Unidos que ha acabado viendo volar su máxima calificación crediticia. Como si, junto al tiempo, también lo importante fuera relativo, el bar –Pastime, por cierto- que congrega a fieles de los Tigers en Baton Rouge contiene dos televisores que muestran el mismo partido, uno cinco segundos más tarde que el otro.

puente sobre sociedad turbulenta


Mientras la política diseña y habita los pantanos, la ingeniería diseña puentes para atravesarlos. Y lo que uno asume como aprovechamiento obvio de su geografía al recorrer su urbanismo de calles anchas y jardines planísimos, es asombro por la aparente naturalidad del esfuerzo de ingeniería que eleva carreteras en el sur de Lousiana y las conduce durante decenas de kilómetros y miles de pilares a través de las tierras pantanosas. Inserto, como el propio capitalismo, en un ecosistema de cocodrilos, sirve para calibrar esa rareza: cómo el país construído sobre las libertades individuales ha construído su grandeza sobre un esfuerzo colectivo alimentado por una gasolina mejor que la que hoy desplaza su aberrante forma de malgastarlo.

jueves, 25 de agosto de 2011

el hombre nuevo


La guerra civil llevó a México, Argentina, Venezuela a miles de exiliados españoles que en el idioma buscaron parte del hogar que dejaran. Estados Unidos no podía ofrecer el mismo lenguaje a los millones que llegaron aquí en la primera mitad del siglo XX, asi que tuvo que ofertar otras cosas. Si a ese conglomerado se le llamó Sueño americano también debió ser porque sin idioma en que poder anclarse rápidamente, las noches y sus anhelos debieron ser más negras para la inmigración europea y asiática. Como la sociedad nueva y la economía nueva, buena parte de la cultura nueva que dio de sí el siglo pasado fue alumbrada aquí mientras todo eso confluía en una hegemonía mundial arrolladora. Pero era en la Alemania nazi, en la China de Mao y en la Rusia estalinista donde el hombre nuevo se gestaba en las probetas del totalitarismo. Como una sombra perversa e innecesaria, Estados Unidos empleó los experimentos criminales de mao y stalin para engendrar su propia versión del hombre nuevo -el mcarthismo- solo que con raíces no menos ruines ni abyectas. Y es difícil saber si al delirio del colectivismo genocida debemos como reacción el individualismo feroz que yace en las tripas del capitalismo enfermo que mata empobreciendo. Sin pasado, sin nadie que te conozca, uno camina estas calles y viaja por sus carreteras con una mezcla de placer y extrañeza que es tanto la del hombre nuevo como la de hacerlo por las mismas tripas del sistema envejecido, inservible, esperando ya el relevo.

verdad y neurosis


En un país donde el gusto por lo explícito –desde la obesidad a la demagogia política- va paralelo a la escasa importancia que se le concede, cuatro compañías tabaqueras vienen de denunciar al gobierno por obligarlas a imprimir imágenes obvias de lo que el tabaco explícitamente hace por quienes lo consumen. Como en cualquier otro lugar del mundo, la libertad de expresión en la que dicen ampararse tiene aquí más que ver con la facultad de compartir una mentira con cientos de millones de personas, que con lo que debería proteger: la libertad de los vulnerables ante la expresión previsible de cuatro consejos de administración. Cuando su demanda afirma que “nunca antes en EE UU se ha obligado a los fabricantes de un producto legal a utilizar su propio embalaje y su publicidad para transmitir un mensaje de Gobierno instando a los consumidores adultos a no consumir sus productos", se obvia que ”el primer fabricante de un producto legal” que es “obligado a utilizar su propio embalaje para transmitir un mensaje” es el propio individuo y el embalaje, su cuerpo, obligado a pudrirse lentamente en vida gracias a los mensajes que la industria tabaquera lleva décadas inoculando en la sociedad.
Su libertad de expresión mata cada año, solo en este país, a casi medio millón de personas, forzando de paso esa otra libertad de expresión que es esperar del estado que gaste 100.000 millones de dólares anuales en atención médica. También aquí lo explícito va contra la desidia con que se ignora: seguir vendiendo, aún hoy, ese “producto legal” que apesta y mata sin una simple razón que lo defienda solo se explica porque también aporta miles de millones al estado, vía impuestos. Pero tolerar no es alentar, igual que permitir la posesión de armas no implica recomendar su uso. No es por ser “adultos” que la libertad de expresión les permite matarlos, sino por ser consumidores. Como también el cartel ubicuo que uno halla en todos los lavabos del estado, que ordena –no sugiere- a los empleados del establecimiento –sea una gasolinera o un restaurante- lavar sus manos, el cartel sito a la entrada de un edificio público en Baton Rouge no habla de los fumadores sino de mí, no de su libertad sino de la mía. Lo que el gobierno hace con la nueva medida es, parcialmente, solo lo que no se atreve a hacer del todo –renunciar a ganar dinero para renunciar a matar gente. El cartel, como querrían las tabaqueras si entendieran algo, respeta al tiempo que regula: no prohibe fumar sino que aleja de la puerta a quien decida hacerlo. No para impedir la libertad de fumar, sino para consentir la de quien tiene derecho a respirar un aire no fétido.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Land of the free, home of the train


Como en el cuento de Borges que cuenta la historia de un mapa del mundo a escala 1:1, algunas soluciones solo pudieran desarrollar sus efectos reales si aplicadas a una escala… irreal. Y así, el logro imposible de Ehsan Yarpshater, empeñado desde hace casi cuatro décadas en una monumental historia de Irán de la que, a sus 91 años, ha logrado alcanzar la letra K, habla parcialmente de Obama, y como concepto, de la reencarnación improbable a la que la cordura y la inteligencia han de aspirar para ver terminado su trabajo. Solo que lo irreal es aquí diseñar un mapa que se expanda al tiempo que lo hace el desvarío. No han pasado ni cuatro años desde que uno de los peores presidentes de la historia de Estados Unidos dejara el puesto y ya sus herederos le hacen bueno. Obama es lo que este país lleva décadas necesitando, pero ni siquiera los enormes poderes de que goza su cargo dan para librar tantas guerras a la vez –contra los senadores demócratas que luchan una guerra entre su país y su escaño, contra los republicanos que hacen lo propio, y contra los primates que desde el tea party maldicen la complejidad como si obviarla sirviera para solucionarla. Cualquier rayo de lucidez legislativa que atraviese ese muro habrá de afrontar entonces el parlamento periférico que en la práctica forman los lobbistas, y su doble pinza; una para imponer por asfixia la razón del gran dinero. Otra, simultánea, para financiar la ecuación demagógica que alerta al pueblo llano de cómo ir contra el dinero es populismo inverso: el de las élites, el de los políticos. Uno escucha pasar trenes varias veces al día pero es una noche, volviendo de Alabama, cuando una barrera desciende y lo que podrían ser diez trenes pasan interminables, unidos para formar uno solo, de longitud imposible. Que pareciera avanzar y al tiempo no terminar nunca de irse.

martes, 23 de agosto de 2011

el pulpo como molde


Quizá los coches son tan fundamentales en estas ciudades del sureste estadounidense porque nadie, si se pusiera a buscarlo, sabría decir dónde está el centro de una población. Como si estuvieran diseñadas como los suplementos de moda que editan trimestralmente los periódicos, sus capas se extienden lujosa, espaciadamente por calles que parecen dar siempre a copias perfectas de lo que vienes de dejar atrás. Pulcros, idénticos, cuidadosamente no cercados para parecer el mismo césped como sus casas semejan pabellones del mismo complejo, sus espacios privados están diseñados para parecer públicos. Y éstos, inexistentes más allá de parques y carreteras, para parecer… haber sido privatizados. Aberrantemente alquilada la idea de espacio público al gigantismo de los centros comerciales, uno lee sobre los primates rancios que dominan el partido republicano, sobre su condena del papel del gobierno en la reactivación económica, sobre bajar impuestos ahora y siempre, sobre la opinión de dios en la prohibición del aborto y el matrimonio homosexual, y piensa que el espacio público acaso se guarda en el mismo lugar que alberga, apestada, la mera razón.

lunes, 22 de agosto de 2011

la fina línea


Dentro del colegio, la casa. Dentro de la casa, el coche. Dentro del coche, las lámparas. Dentro de éstas, la cortinas, las toallas. Dentro de éstas, los platos, los cubiertos, las ollas. En su interior, el router. Y de éste, los pomos. Ahora buscando la bicicleta dentro del pomo, con que llegar a las mesas, las sillas, el sofá. Y dentro de él, hallar las plantas. De t a a, de a a m. Buscando, siempre, mientras, poco a poco, las cosas salen de las sombras. Y vienen a sus manos, a aprender español o lo que haga falta.

domingo, 21 de agosto de 2011

valor sin ley


El mismo día que The New York Times dedica un editorial a las pruebas, finalmente afrontadas, de un fraude masivo en las calificaciones estudiantiles en colegios de Atlanta durante acaso una década, dedica otro a contar cómo este mismo mes las principales compañías proveedoras de internet de Estados Unidos contribuirán, finalmente, a identificar a los usuarios que descarguen contenidos ilegales. Además del nexo obvio en la estafa afrontada, la investigación en los colegios de la capital de Georgia resalta cómo, durante esos mismos años, quienes la denunciaban fueron castigados y quienes la practicaban, silenciosamente permitidos. Que en el caso de la industria cinematográfica y discográfica, es, además del valor contable de la complicidad de los proveedores de internet y, en votos, el de la renuncia política a legislar sobre algo tan extendido, un coste de entre 27 y 56 billones de dólares en valor descargado solo el año pasado. Es decir, una cifra menor de la que, calculada por The New York Times dentro de un plan de renovación de escuelas norteamericanas, podría dar trabajo a medio millón de personas. Bastante más de lo que, buscando reducción de deuda, el gobierno italiano viene de aprobar de urgencia, como medida de salvación fiscal nacional para el próximo año. O casi cuatro veces menos que el límite legal de endeudamiento gubernamental aprobado in extremis por la cámara de representantes esta misma semana, y que, de momento, ya ha provocado la rebaja en la clasificación crediticia del país y no poco empujón en una segunda caída mundial en el abismo financiero. Que la cifra que se permite impunemente adeudar a quienes hacen discos o películas sea la misma que, adeudada a un país, aniquila la economía global suena a broma, como si una de las dos consecuencias importara demasiado o la otra, nada. Respecto a la cotización de la diferencia, que es también la explicación de porqué nada cabe esperar de la legislación sobre ello, se lee en NYT de la razón última que ha llevado a los proveedores de internet, cómplices tradicionales, a involucrarse en la prevención del delito: muchos de ellos son ahora dueños de las compañías sistemáticamente robadas.

sábado, 20 de agosto de 2011

made in-visible


Acostumbrados a verles permear nuestras calles en Madrid, asombra la ausencia total de chinos en Lousiana –o Louchiana. Aquí su única muestra en el mes largo: un mercante gigantesco, entrando al puerto de Savannah, Georgia. Quizá para hacer pis.

viernes, 19 de agosto de 2011

caminos





la flor rara


En los jardines estadounidenses sin vallas que los separen por fuera es normal encontrarse señales de lo que les separa por dentro. La expresión de la simpatía pro-republicana es abrumadoramente mayoritaria en Lousiana, pero no tanto que no guarde en su seno un 50% de votantes tradicionalmente pro-democráta, y sin embargo, nadie arranca, quema o ensucia la elección ajena. La división entre poblaciones que viven sus diferencias en armonía es, según el país, fruto que se abona en los parlamentos y se cosecha en las urnas cada cuatro años. Y quizá esta sociedad que se construye en torno a suburbios separados por carreteras y unidos por centros comerciales por doquier, ha hallado en la expresión de la diferencia algo más perecedero que la intolerancia constante: un producto que comprar en el momento justo, cuyo envase hueco poder dejar en el jardín, a la intemperie, sin que venga nadie a amenazarte.

jueves, 18 de agosto de 2011

la monstruosidad


Ni siquiera la costumbre de ver en los coches hipertrofiados el envase a medida para disimular el tamaño de quienes los conducen oculta la brutal dimensión del consumo innecesario en este país. Apenas tres años después de que las grandes firmas automovilísticas estadounidenses aceptaran el salvamento con dinero público prometiendo haber entendido la lección que comporta fabricar vehículos basados en un consumo desmesurado, sus nuevos modelos son atrozmente la misma cosa, como si al dinero individual que prefiere pagarlos no le importara gran cosa haberlo pagado ya antes, vía ayudas gubernamentales. La deformidad que tantos de los cuerpos persiguen aquí no puede ser solo producto de dietas hipercalóricas –que también, obvio-, sino de su perseverancia en comer a todas horas, de no darse descanso. Su imposibilidad energética es, a pie o al volante, la misma demencia suicida, el mismo tipo de Días felices –perdón por la repetición- que la Winnie de Beckett clamaba mientras, ahogándose, se iba transformando en la montaña. Incluso el escalofrío que sobreviene al exponerte al aire acondicionado en cualquier lugar parece tratar de preservar a la gente como si fueran alimentos dentro de una nevera. Como si además semejante apetito hubiera de ser siempre nuevo, en la capital de Lousiana, sembrada de casas enormes, no se separan los residuos, ni hay donde llevar fácil, o arduamente, nada que uno desee reciclar por grande o abundante. Ya la mera pregunta es un sobrante con la que no saben qué hacer. Uno ve toda esta hambre -de la peor comida, de los vehículos innecesarios, de la temperatura excesiva- y le parece que el ánimo de la nación que exterminara a cuarenta millones de búfalos entre 1870 y 1880 es reencarnarse en ellos.

Prestigio del circo


Como demuestra en este país la Cámara de representantes, y buena parte de los parlamentos en el resto del mundo, el declive del circo podría ser solo la usurpación de funciones desde un ambito en principio opuesto. En política la carpa más obvia acoge el número del populismo, seguido de cerca por el ejercicio de ilusionismo que es ensayarlo durante los años de oposición. Y en actividades serias como el baloncesto, aún hoy los Harlem Globetrotters pasean por el mundo un relato de su deporte que nada tiene que ver con la competición y sí con un juego donde, como en política, lo improbable, lo impensable, lo aparatoso dé más réditos que el resultado del encuentro. También como en política, décadas antes de que la NBA contemplara el circo como una opción de negocio viable –es decir, antes de que Magic Johnson llegara a los Lakers en 1980- el baloncesto fue durante cincuenta años un trabajo jugado con seriedad por gente que, como Oscar Robertson, fuera tentada en los comienzos de su carrera por los Globetrotters. En vano, acaso porque nada inconcebible podía serlo más que lo que, jugando en los Cincinnati Royals, Robertson logró durante los primeros cinco años de la década de los sesenta –y sus primeros en la liga: 30,28 puntos, 10,38 rebotes y 10,62 asistencias por partido. En la práctica, un triple doble consecutivo durante 384 partidos. En los próximos días, sugerido por Robertson, uno de aquellos Globetrotters –Goose Tatum- entrará en the Hall of fame de Sprinfield, no solo como símbolo de lo que el circo puede contar de la seriedad a la que parodia, también como apreciación de lo que su esfuerzo lúdico pudiera esconder, oculto, esperando su ocasión: como Meadowlark Lemon o Marques Haynes, los Globetrotters de Tatum, famosos por simular partidos que buscaban el mero espectáculo, acaso solo jugaron dos partidos de baloncesto en la década de los 50. Fue contra los dominadores del baloncesto profesional durante diez años, los Minneapolis Lakers de Mikan. Los Globetrotters ganaron ambos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

la ventana impotente


En esta ventana que da a la plaza ajardinada y cerrada, donde los coches llegan y se van, paso no pocas horas del día leyendo y escribiendo, también posando –deben pensar quienes van y vienen de trabajar o de comprar sin que la persiana humana parezca haberse movido un ápice. Como esfinge veo pasar a menudo a G., que lo parece incluso en movimiento. Su gesto –uno- le sirve para parecer muy dispuesta y también para parecer que lo que gestiona –apartamentos como este- le importa hasta un punto, un punto indefinido que podría ser también mugre, social en este caso. En su paseo, apenas unos metros por debajo, ella me ve a mí, también cuando leo en The New York Times a Steven G. Kellman recordar el ultimatum dado a Gioachino Rossini en 1817, cuando, el día antes de estrenar La gazza ladra, estando la ópera aún sin obertura, el empresario encerró al compositor en una habitación junto a varios operarios que tenían estricta instrucción de arrojarle por la ventana si la obertura no estaba lista antes de una hora convenida. Cómo, lograda la pieza, el propio Rossini arrojó por la ventana la partitura, hacia un copista que esperaba bajo ella. Uno pasa horas con la única compañía de las manchas de la pared, que para G. no existen lo suficiente. A gusto se las tiraba. Probablemente las pondría en otra pared.

El siglo y su tumba




Con una guerra librada contra sí mismo por cada 100 años de vida (contra sus raíces europeas en 1776; contra la parte del país que defendía la esclavitud en 1860; contra la división racial pactada en 1963), haber ganado las tres aúna en este país la grandeza del logro repetido y la misería de no terminar nunca de ganarlas: los mandatos constitucionales que conformaran La declaración de derechos -entre ellos, el que consagraba de los hombres “haber sido creados iguales” y dotados de “ciertos derechos inalienables”- fueron ratificados en 1791, cuando millones de indios nativos habían sido, con inalienable igualdad, masacrados y expulsados de sus tierras para que otros tantos, traídos de África como animales, ocuparan su lugar como especie inferior. La abolición de la esclavitud que la Unión ganó, al final de la guerra civil, para quienes construyeran sus casas y el trazado ferroviario con que expandirse y prosperar, aún impedía, un siglo después, que un ciudadano negro utilizara en Alabama el mismo baño público que un hombre blanco. La bala que mató a Luther King en 1968 pasó más tiempo ante un tribunal del que afrontara henry ford tras financiar y vender vehículos a la alemania nazi. No hace áun cuatro años que desde el tea party se acusara explícita y repetidamente a Obama de comunista, musulmán y de cuantas dianas necesitara un loco para entenderlo como hubieran deseado.
Interminable e interrumpido en vano, el cuento cruel contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa, que Shakespeare pusiera a Macbeth a decir en medio de su delirio, pugna en su eco por reiniciar el proceso, por convertir la sensatez geoestratégica, financiera y social en colonianismo ideológico al que declarar la guerra; por vindicar la peor esclavitud energética, armamentística y religiosa; por actualizar el segregacionismo, ya sea económico o ambiental, entre quienes merecen tener razones-derechos sobre el resto. A apenas 65 años del tercer centenario de su fundación, el partido republicano fabrica ya para su país el arma necesaria para intentar perder, por vez primera en su historia, la guerra interior que más necesitan ganar.

martes, 16 de agosto de 2011

el perdón por el mango


La respuesta a la pregunta del visitante durante la visita guiada -¿la casa no fue destruida durante la guerra civil, no fue saqueada?- está fuera, colgada en una pared de la casa añadida en 1844 para el doctor King a fin de que velara, de cerca, por la salud de la familia Turnbull y por la del casi miedo millar de esclavos de la plantación. Acaso tomada en su día por un batallón de soldados de la Unión comandado por un oficial que fuera a su vez cirujano, la escisión que separa la conquista de la devastación respetó escrupulosamente la plantación esclavista, y quizá el descendiente de aquel militar equidistante es este hombre que, en la tienda de souvenirs, y vestido de camuflaje de los pies a la cabeza, vende vajillas de loza en miniatura que imitan el estilo del siglo XIX.

Porgy en Rosedown



Dos hurácanes atraviesan la producción operística y el paisaje norteamericano en la década de 1930: uno para renunciar a su presa en el instante postrero, cuando más se le espera (Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, 1930), otro, para cobrarla cuando nadie le ve venir (Porgy y Bess, 1935). El que, a partir del texto de Du Bois Heyward, George e Ira Gershwin ubicaron en Charleston, South Carolina, es, el día que uno pasea sus calles, lluvia fina que acaso riega también los jardines de las casas magníficas de aquellos Trinidad Moses y Leokadia Begbick que Brecht y Kurt Weill pusieran a fundar ciudades en desiertos. Y en el anuncio de una nueva producción de Porgy y Bess que previsiblemente modifique, evitándolo, el viaje final de Porgy a New York en busca de Bess, uno imagina un viaje previo, el que caminaran todos ellos –Porgy, Bess, pero también Crown y Sporting Life- desde el centro de Lousiana a mediados del XIX a la costa de Georgia, huyendo de Rosedown plantation. Donde, en una de estas butacas tapizadas de terciopelo rojo, se sentara Daniel Turnbull a leer en 1835 uno de los volúmenes sobre The opera, mientras uno de los 450 esclavos de su propiedad -acaso el abuelo de Porgy- soñaba con ese otro volúmen de la serie vecina de estanteria –Messages and papers of the presidents- que Lincoln escribiría tres décadas más tarde.

lunes, 15 de agosto de 2011

god bless germany

El coche que fue Lunes


Amarillo, rojo, finalmente azul cielo, el coche que tenemos ha acabado pareciéndose al que buscáramos tanto como el cielo de las 9 de la mañana al que aparece a las 12. Eso sí, T. tiene ahora coche para ambas horas. Insospechado como ir a comprarlo en el sitio que menos hubiéramos esperado –un concesionario oficial de una marca de coches de lujo. También como este sr. Thompson que en el viaje de 10 minutos que realizamos al probar el coche no abre la boca sino para decir por dónde hemos de girar. Como si, acostumbrado a enseñar algunos de los coches más caros que se pueden comprar en este país, este le pareciera un tigretón. O como si, habituado a enseñárselos a gente acaudalada, nosotros pareciéramos turistas aburridos. Educado, discreto, serio hasta parecer un impostor en el sector… con ese aspecto de ciudadano alemán que solo deja de serlo cuando acepta ponerse el cinturón de seguridad una vez que el coche se ha hartado de pedírselo, incluso después de hacerte fotos delante de esta hermosura da la impresión de que el coche que acabas de comprar no puede ser este si te lo ha vendido él.

viernes, 12 de agosto de 2011

Distancia prudencial a la metáfora


¿Cómo ha de leerse una afamada guía de viajes que dedica una de sus rutas sugeridas a recomendar caminar por parajes infestados de cocodrilos donde estar preparado para “correr por tu vida”? Como las dos puertas del coche que se abren a la vez, y por las que salimos al parar en el camino que recorre el perímetro de Lake Martin, en el suroeste de Lousiana, las lecturas son dos y peligrosamente opuestas: o la ruta no permite ver cocodrilos tan cerca y exagera el trabajo de escudriñar entre la maraña inmóvil del ecosistema pantanoso, o es justo lo contrario. Comer algo que puede comerte ya es una experiencia, otra es caminar a un metro del agua inmóvil mientras eres el plato, sin saberlo hasta que, a cincuenta metros del otro coche detenido junto a la ribera, uno de estos norteamericanos ubicuamente amables se asoma por la ventana para decirnos que si él fuera nosotros volvería al coche. La foto está hecha desde dentro, a un metro escaso, y sin asomar por la ventanilla ni la respiración.

martes, 9 de agosto de 2011

tejido económico adiposo


La tecnología aeroespacial que sirve para hacer avanzar las comunicaciones y diseñar aviones más ligeros que consuman menos funciona, una vez inserta en un misil, para sostener la inestabilidad global que los productores de armas y de petróleo necesitan para incrementar el precio del barril, amenazar el tráfico aéreo, multiplicar la necesidad de seguridad aeroportuaría y así… requerir de la tecnología aeroespacial, militar y petrolera nuevas soluciones que retroalimenten el ciclo perverso. La desorbitada cifra de gasto militar estadounidense revierte en su economía de un modo peculiar. Porque mientras nada alimenta a la investigación como reconocer deudas para con la sociedad en que vive inserta –vacunas, cirugía, reemplazo genético-, el dinero que lo paga todo –la deuda real- no sale de células madre sino de la banca china. Durante décadas de prosperidad cargadas en la cuenta de otros, todas las partes del juego –el que presta, el que pide- lo han jugado con cartas no tan distintas –quien más y quien menos mantiene devaluada su moneda: China impidiendo flotar libremente su moneda para favorecer sus exportaciones baratas, Estados Unidos acumulando déficit con el que financiar… un dólar barato, aunque el precio de lograr exportaciones más baratas sea enfurecer al prestamista, que pierde millones cada vez que sus reservas en dólares sirven para que su cliente venda más, pero los gana a continuación, en el siguiente pedido de materia prima.
Con razón, vistos sus efectos en Alemania tras el tratado de Versalles, y sin ella, visto el deterioro social que provoca su teórica prevención, el temor universal a la devaluación es el triunfo de un sistema sacado de una novela de Kafka: ningún país se atreve a imprimir moneda suficiente como para no tener que pedir dinero prestado. Con ello se vive a salvo de una depreciación de la moneda propia, que se arregla pidiendo dinero a otros… es decir, creando un déficit constante, y solo teóricamente bajo control, que a largo plazo habrá producido la misma devaluación de la moneda que se pretendía evitar. La ventaja de la segunda opción, como se ve estos días en Grecia, España, Italia o Inglaterra es que las sociedades implosionan… más lentamente. Como nadie se atreve a explicar o a entender que, en cuanto a consumo, menos es mejor, en vez de ajustes tenemos amputación. Y cuando tendríamos que estar reduciendo nuestro nivel de arrogancia energética per capita para mimimizar los efectos del cambio climático, la recesión trae la lección inversa: el ahorro penaliza la economía, no es la oferta la que ha adaptarse a la demanda, sino al revés. Y cuanto antes sea posible reiniciar con más furia nuestra espiral de déficit y consumo obeso, antes podrá todo el mundo devolver el dinero que debe, salir del banco entonces y volver a entrar para pedirlo de nuevo.
En las calles de Estados Unidos los ejemplos, engordados hasta la aberración, no pueden desplazarse lo suficientemente rápido para pasar desapercibidos. Como en esa preferencia que suena a chino –porque muy en el fondo lo es- por priorizar el valor del pago aplazado antes que el pago al contado. Que significa que un contrato que te asigna un sueldo generoso no es suficiente para obtener un crédito ridículo si antes no has demostrado deber nada. Cuando se te deniega un contrato de internet o la compra financiada de un coche, el cálculo no contempla el dinero que tengas en el banco, sino tu historial crediticio. Si es insuficiente, es decir, si tienes la mala costumbre de pagar en el acto lo que adquieres, entonces, insospechadamente, tu fiabilidad financiera es improbada y por lo tanto, sospechosa. La capacidad de endeudamiento como valor social es automáticamente la del abuso de la tarjeta de crédito, y obscenamente ligado, la del consumo afiebrado que compra la aberrante forma hecha de ingerir diez veces lo que necesitas, o los coches que sirven para protegerte de un choque contra un elefante más que para llevarte de un lado a otro. Quien no tiene crédito, merece tener una mierda de coche –dicta un vendedor de coches, como si hablara del trigo en África.

lunes, 8 de agosto de 2011

La habitación que te adelanta


Lo que aquí es el coche mayoritario, en españa sería un dormitorio. Entre eso y que ambos escasamente damos para llenar un solo asiento, una y otra vez el coche que buscamos y el que nos enseñan son el huevo aparcado en la plaza de la castaña. Como esa aberración que es disponer de un arma para no tener que dispararla, media población conduce aquí coches que no están hechos para sus carreteras inmaculadas, surcadas por coches de policía y donde la velocidad máxima permitida es la que posiblemente alcancen con apenas la mitad de sus ruedas en contacto con el asfalto. Su fortaleza es solo un sandwich algo más grande cuando los ubicuos camiones gigantescos pasan como una centella por la izquierda o la derecha. La inexistencia estadística no se queda en el parking al bajarte: las dos camisetas que compro son talla XL… de niño. La más pequeña de adulto es enorme. Como en los sueños de Bienvenido mr. Marshall, uno les desea en sus tanques imposiblemente absurdos, tratando de girar en una calle de Malasaña.

domingo, 7 de agosto de 2011

El gran puerco americano


Al dejar el piso que alquilara, el inquilino ha de pagar la limpieza de la nevera, el horno y la moqueta omnipresente. No es barato porque, dado el nivel de mugre que impregna el resto de la casa, más que higiene es arqueología. Como si quien entrara a vivir en la casa fuera la leche, la carne, la fruta y las verduras, limpiar la nevera no implica tocar su parte superior, como hacer lo propio con el horno no exije pasar siquiera un trapo por la capa de porquería que asfalta el suelo de los cajones. La higiene parece ser cortesía hacia lo que vayas a comer, como si entrar a vivir en una casa conllevara idéntico desprecio a la limpieza de lo que se diría presumieran los inquilinos previos. La dueña de la casa, tan sonriente como alelada por contrato, no levanta una ceja al advertir la mugre omnipresente. Como si limpiar fuera, más que una obligación, un derecho tan respetable como ensuciar. En casa de K., el moho recién advertido que obliga estos días a tirar tabiques y levantar el suelo suena a justicia poética por no haber limpiado en años ni el más pequeño trozo de su casa magnífica. Los coches que ofertan la inmensa mayoría de los vendedores pueden estar tan guarros como imaginarse pueda, sucios hasta la repugnancia. Solo su discurso es unanímemente limpio y claro: se limpiará si alguien lo compra. En el cristal delantero de uno de ellos indescriptiblemente sucio, se lee “Extra clean!”. Después de una docena de casas vistas y otra tanta de coches probados, a nadie parece importarle lo más mínimo que quien haya de adquirir lo mostrado pueda sentir repugnancia a la vez que necesidad. Si con cada rifle dieran una fregona.

Medida clara de las cosas


En lo que quizá explica porqué el seguro de un coche cuesta aquí tanto como alquilar un vehículo durante una semana, los abogados ocupan las vallas gigantes sitas en los márgenes de las autopistas, mientras los aspirantes a senador, sheriff o concejal del distrito se anuncian en modestos carteles idénticos, clavados, a veces unos junto a otros, en las medianas de las avenidas o trozos de césped sin dueño claro, como anuncios de restaurantes pequeños. El reordenamiento también es su simultaneidad: el dueño del hotel/restaurante que, aún dudando, te abre la puerta a medianoche en Montgomery, Alabama, resulta el que se ofrece a llevarte a un hotel en el que poder dormir esa noche. Solo al día siguiente, al ver los carteles que crecen en su jardín, descubres que también es aspirante a concejal del distrito. O ese aspirante a sheriff en South Carolina cuyo currículum te encuentras en la mesa del restaurante del puerto deportivo camino de Charleston. Cómo quizá el programa político de oliver north fuera el pescado extrañamente rico que cenamos esa misma noche.

sábado, 6 de agosto de 2011

Ser quien te presenta


Infelizmente Springfield está en Massachussets, pues allí tiene lugar cada año uno de esos actos que ilustra parte de lo mejor que guarda en su interior la cultura norteamericana: en la presentación de nuevos miembros del Hall of fame baloncestístico, no la conversión de hombres en mitos –que de eso hay en todas partes-, sino el relato de la grandeza como parte de una historia mayor, que no empieza ni acaba en ti, por grandes o nuevos que sean tus logros. Por eso Obama puede citar a Lincoln sin que nadie –nadie que no sea idiota, por supuesto- le acuse de elitista o arcaico. La prodigiosa carrera de Arvidas Sabonis no necesita a Bill Walton para ser ensalzada; ni el logro asombroso de Dennis Rodman a Phil Jackson para explicarla; Artis Gilmore tuvo una carrera sensacional que no desmerece haberla desarrollado en tiempos de Julius Erving. Pero llegar a ese podio engrandece a ambos –a quien ve llegar su reconocimiento definitivo en compañía de alguien a quien acaso ni conoce. Y a quien, habiéndola logrado años atrás, acepta compartirla, delegarla en un nuevo miembro que quizá no lograra ni la mitad de lo que él mismo. Resumir la inmortalidad individual en una línea que te añade a otros no siempre es más sencillo en un deporte de lo que es verlo en literatura, música o pintura. Si el baloncesto cuenta con ventaja es, obviamente, porque su historia cuenta con solo 120 años de vida y quienes han hecho su grandeza desde la primera mitad del siglo pasado están, en muchos casos, aún vivos. Pero eso podría aplicarse a todos los deportes y no se da. Singularmente unido a la memoria aún joven del país en que fue inventado, el padre del padre del baloncesto acaso vivió para ver la fundación de los Estados Unidos en 1776.

viernes, 5 de agosto de 2011

venir de eshpaña


Ocupados durante siglos en la segregación afroamericana, la confusión de lo hispano y lo español tiene en este estado un peso discreto, quizá porque lo primero, presencia puertorriqueña aparte, viene perfectamente acotado en la sección de salsas picantes de los supermercados, y de lo segundo, debemos ser los únicos turistas españoles en toda Lousiana. No son pocos los que declaran haber estudiado nuestra lengua en la escuela durante años, y ni uno de ellos que pueda decir haberlo practicado después un solo día. Uno casi lamenta que la confusión entre culturas no sea mayor, no tanto para poder explicar las diferencias, sino para optar a reconocerme en esa copia libre que circula sin los rasgos que tanto hastían del original.

Obras completas del refrigerador


Que alguien de la calaña de donald trump se postulara hace unos meses como aspirante fugaz a la presidencia de Estados Unidos solo se explica, fortuna personal aparte, en la facilidad con que el prestigio se reencarna aquí de un formato a otro: Paul Newman te espera en el pasillo de las salsas, Francis Ford Coppola reluce en la sección de vinos, el golfista Arnold Palmer pena su encarnación en refresco barato, el padre de la patria Samuel Adams no pasa menos frío en los congeladores de cerveza de lo que su legado en manos del Tea Party, el boxeador George Foreman es simultáneamente una olla, una sartén, una freidora. Un supermercado no resume la cultura de un país, como no lo hace una biblioteca o un museo. Pero qué raro ver llevarse cosas para la nevera que tantos no querrían en su versión original.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Ford Winnie


Hay escritores que se reencarnan en sus personajes y en la cima de la montaña de coches usados que llevamos vistos desde que llegamos, asoma, encarnado en un hombre bajito de pelo cano, la Winnie de Días felices, que de cerca es tanto los Días dichosos que nos esperan con solo aprovechar sus gangas, como quien la escribiera. Arrugado como si su cara fuera una colección de renglones furiosos, el vendedor es Samuel Beckett y al mismo tiempo su reverso exacto: habla como si fuera una máquina nueva de fabricar palabras. Alaba, promete y certifica en la misma frase. Su verborrea es la del viajante Willy Loman en sus mejores días, y también la de Shelley Levene en Glengarry Glenn Ross. Despliega las ventajas de cada coche que nos ofrece como una navaja suiza sus cuchillas. Cuando, perdida la batalla, nos previene tengamos cuidado con los vendedores sin escrúpulos que pueblan, como él, Airline Highway, su advertencia alcanza un nuevo nivel: es la de un escritor hacia sus personajes.