martes, 2 de agosto de 2011

Letra pequeña y fea de las casas


Las cuatro páginas de letra apretada que acompaña el contrato de alquiler no incluye lo que el dueño añade cae de tu lado en cuanto a responsabilidades: si cuidar el cesped es un deporte nacional, el interiorismo es su debacle. Basta acudir a un Garage sale –la venta de lo que el dueño de la casa vaya a tirar al día siguiente – para advertir que el aspecto magnífico de casas y avenidas esconde un lado oscuro, cuya perseverancia en aplicar a sus pasillos y habitaciones un gusto indescriptible solo se explica si la belleza que pugnan fuera les es tan obligada que por fuerza libere un perverso gusto dentro, en la elección del papel de la pared, de la cama, de los libros y cuadros que guardan en su estómago casas ante las que uno se queda atónito al pasar. La venta del gusto desechado es una que llega tarde de cualquier modo, pues es un gusto que debería haber sido vendido o regalado hace décadas. Como la dudosa higiene de alguno de sus inquilinos, el tamaño de las casas sirve a veces para albergar otras dentro, más sucias, más feas, hechas a partir de sus usuarios y no de los robles y encinas majestuosas que están por todas partes. Qué duplicidad del gusto la que vive para las postales pero las llena por detrás de manchas y líneas irreproducibles.

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