miércoles, 17 de agosto de 2011

la ventana impotente


En esta ventana que da a la plaza ajardinada y cerrada, donde los coches llegan y se van, paso no pocas horas del día leyendo y escribiendo, también posando –deben pensar quienes van y vienen de trabajar o de comprar sin que la persiana humana parezca haberse movido un ápice. Como esfinge veo pasar a menudo a G., que lo parece incluso en movimiento. Su gesto –uno- le sirve para parecer muy dispuesta y también para parecer que lo que gestiona –apartamentos como este- le importa hasta un punto, un punto indefinido que podría ser también mugre, social en este caso. En su paseo, apenas unos metros por debajo, ella me ve a mí, también cuando leo en The New York Times a Steven G. Kellman recordar el ultimatum dado a Gioachino Rossini en 1817, cuando, el día antes de estrenar La gazza ladra, estando la ópera aún sin obertura, el empresario encerró al compositor en una habitación junto a varios operarios que tenían estricta instrucción de arrojarle por la ventana si la obertura no estaba lista antes de una hora convenida. Cómo, lograda la pieza, el propio Rossini arrojó por la ventana la partitura, hacia un copista que esperaba bajo ella. Uno pasa horas con la única compañía de las manchas de la pared, que para G. no existen lo suficiente. A gusto se las tiraba. Probablemente las pondría en otra pared.

2 comentarios:

  1. yo tengo tres ventanas: las del café. hay días, como ayer, en los que también soy esfinge. espero poder en un futuro no muy lejano, al igual que Rossini, arrojar esa pieza maestra fruto del tiempo invertido. :P

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  2. bueno, que logres terminar algo no significa que haya de ser grandioso... mira bush, acabadito con sus piernas y sus brazos... y un desastre :P

    cuando dios cierra una ventana, abre un blog -era algo así, no? :P

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