jueves, 24 de octubre de 2013

la cuenta atrás


Es primavera en Buenos Aires y algunas de sus flores han resultado tres veces más caras de lo que lo eran hace cuatro años. Ya sea arraigada en el sector inmobiliario, en el textil o en la alimentación, la inflación en Argentina posee la fertilidad de su suelo: crece lo que sembraste y algo más. Y ni el crecimiento anual de los sueldos –un 700% en el caso de un docente desde 2004- da para podar aquella. La ciudad uruguaya más cercana –una hora tranquila de ferry- ve llegar cada día a cientos de argentinos para sacar dólares que vender a la vuelta al doble de su cambio oficial. El diferencial de inflación entre el dato oficial y el calculado real hiela ya hasta los chistes, y comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que dice que vale arruinaría a quien llevara una década en ello. Es una paradoja más que un país atado a una inflación desbocada sirviera de refugio a nazis huidos, décadas después de logrado el poder gracias a la inflación que acabó con la República de Weimar y propició a hitler.  

martes, 22 de octubre de 2013

sentarse a publicar periódicos


Como en ese museo de la autoindulgencia que son abc o la razón en nuestro país, también en Argentina incluso antes de llegar a las páginas de deporte, los periódicos hablan de fútbol al tratar la política como un mero asunto de fervor o de opinión inflamada. Como el combustible con el que se rocían unos y otros es aquí distinto, es complicado saber –aunque se intuya- quién miente deontológicamente y quién a ratos.
El titular de la pancarta citada por El País tras la manifestación del 8.11.12 -basta de tanto resentimiento, rencor y odio- es tanto un resumen nítido de lo que Clarín anima a diario, como la respuesta de Página 12, en esa imagen de dos señoras embutidas en abrigo de piel y cacerola en mano, suena a respuesta escorada. ¿Cuándo empieza un diario a identificarse tanto con un lado que se convierte en su portavoz indisimulado? La ley de medios podría ser todo lo que Clarín necesita para escupir inquina sobre cuanto venga del gobierno que promueve la ley. El beneficio de la duda dura 60 páginas el día en que uno acumula el valor de leerlo: lo que tarda en imprimir algo que no parezca un auto de fe. Quizá casualmente esa página resulta ser un artículo sobre las bonanzas de la peatonalización y mejora general de la habitabilidad de Buenos Aires en un futuro próximo. Como pruebas, se adjuntan infografías tomadas probablemente del propio gobierno municipal… en manos del gobierno opositor de mauricio macri.
Si el expolio antiguo que pudiera explicar el fervor anticapitalista de Página 12 no es el mismo que denuncian los dueños de Clarín es porque éste, a falta de mejores credenciales, es nuevo. Y no suena injusto descreer más del clamor del terrateniente (aunque periodístico) que del que clama por una indemnización debida a décadas de atropello social, sufridas a manos de otros clarines –militares, económicos, políticos neoliberales… Uno pasa aquí, con suerte, dos semanas al año, poco tiempo para entender. Pero intuye una sociedad encarnizada entre quienes siempre tuvieron y a quienes siempre se les quitó. Hay algo de defensa propia en las líneas de cuanto periódico lee uno aquí, pero eso no iguala las trincheras. Incluso renunciando sonrojantemente a una mirada fría sobre lo que tienen, sobre dónde están y hacia dónde se dirigen, el enemigo de Clarín merece más dudas que el de Página12. El de éste es la torpeza, la negligencia, la defensa de políticas que les aíslan. Aquel es mucho peor, pues no hay necedad en sus actos sino pura voluntad de expolio de la prosperidad nacional, de codicia criminal, de desprecio a un modelo equitativo de sociedad. La señora del kiosco que me ve comprar todos los periódicos cada día ha de pensar que mi esfuerzo es inútil. 

Yo sé quién no soy


Viene mi amigo Leandro de leer por tercera vez El Quijote y en Madrid se estrena una versión de José Miguel Mora que reivindica el quijotismo como arte de luchar contra quien lo merezca. Como la propia novela, sembrada de relatos independientes que bien harían un otro libro, las peripecias de cualquiera a veces constan de trozos que no se explican bien y que harían, acaso, una persona aparte que se nos pareciera. Como Cervantes se insertó en la primera parte del Quijote, Manzo existe dentro de Leandro. Que quiere decir que, como buen argentino, hay algo del autor en el contar del personaje. No alguien que le diera los temas, pero sí alguien que asistiera a ellos desde dentro. La novedad de la prosodia argentina influye en la extrañeza, pero no tanto que difumine la multiplicidad real que le bulle dentro. Al tiempo un hombre de muchas manos en un país manco: que enseña literatura y sin embargo la ama; un hombre de las manchas, un magnífico pintor entre la deformidad comprensible de Bacon y la negrura de Goya; un marino con la habilidad de transformar el barco en coche si aquel encallara; albañil, fontanero, electricista; funcionario. Y eso como Alonso Quijano. Como Quijote, hecho de pulsión, de nervio ante el entuerto, a la puerta de un duelo o pensando en afilar la lanza sin la cual un argentino no empieza a hablar. Como otros que he conocido aquí, su vida parece contener el conflicto, la contradicción, el desacuerdo permanente, la tragedia eventual, que este país hilvana como si pensado para eso. No sé si muchos sabrán aquí que su frase preferida -la puta que lo parió- es de Sancho Panza. 

días de más en argentina