Es primavera en Buenos Aires y algunas de sus flores han
resultado tres veces más caras de lo que lo eran hace cuatro años. Ya sea arraigada
en el sector inmobiliario, en el textil o en la alimentación, la inflación en
Argentina posee la fertilidad de su suelo: crece lo que sembraste y algo más. Y
ni el crecimiento anual de los sueldos –un 700% en el caso de un docente desde
2004- da para podar aquella. La ciudad uruguaya más cercana –una hora tranquila
de ferry- ve llegar cada día a cientos de argentinos para sacar dólares que
vender a la vuelta al doble de su cambio oficial. El diferencial de inflación
entre el dato oficial y el calculado real hiela ya hasta los chistes, y comprar
a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que dice que vale arruinaría a
quien llevara una década en ello. Es una paradoja más que un país atado a una inflación
desbocada sirviera de refugio a nazis huidos, décadas después de logrado el
poder gracias a la inflación que acabó con la República de Weimar y propició a
hitler.
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