El sonido que emite un autobús al partirse la columna de
dirección y desplomarse la parte de delante del chasis es el de un cuchillo que
estuviera siendo afilado por la carretera que parte la estepa marroquí en dos,
pasado Guercif. Felizmente en el desierto hay más rectas que curvas y quizá eso
nos salva. Para compensar, lo que viene después es el posible sueño de un
muerto: al pie de las luces delanteras del autobús varado, una fiesta donde se
canta, bebe y baila se muestra como un espejismo a ojos de quienes pasan. Sin
saber aún que el periplo acabará como empezara –varados en medio del
mediterráneo a la espera de que el temporal amaine-, el viaje empieza como
merece el paisaje: dejando en tierra de nadie los pies que trajeras.
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