Siberia con sol

Mijáil Platónov, que esquivó milagrosamente acabar sus
días en Siberia solo para ver cómo Stalin enviaba a su hijo a morir de lo que él
se librara, habría encontrado fiel y amargamente contradictoria la existencia
de Ghali Zuber, ingeniero saharaui que viviera en Siberia seis años mientras
estudiaba en la década de los noventa. Si aquel se precipitara a los infiernos
con su novela La excavación (1931), acerca de un grupo de condenados a no
lograr nunca lo que su país les encarga, Zuber saldría de Siberia para regresar
a un país prisionero del mismo destino aparente. Si Platónov pugnara por
redimirse a ojos del aparato represor escribiendo Dzhan (1934), la historia de
un pueblo que vaga por el desierto sin que el punto de partida y el de llegada
difieran en miseria, Zuber habita un mundo donde ni los campamentos tolerados
en el exilio argelino ni los asentamientos nómadas en el país que se dice dueño
del suyo han de ver su prosperidad separada por una oveja o un pozo de más.
Platónov, que como Zuber, penó como ingeniero en el mundo real parecidos dramas
a los que su creación, el ingeniero Chagatáyev, agonizara en Dzhan, habría
visto cómo la única esperanza de su pueblo –las ovejas que, en un gran
recorrido circular- recorrían la estepa siberiana en busca de las hierbas que
tardaban un año en volver a crecer después de devoradas, son, en esta estepa
marroquí tan próxima a Argelia, el rebaño habitual. Su metáfora, convertida en
precariedad domesticada. Stalin también habría preferido esta versión.
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