el viaje a ninguna parte

El intercambio cultural llega siete horas antes de lo que
lleva al autobús de reemplazo presentarse en el punto del desierto en que
estamos: a una media hora de paseo por la estepa pedregosa a mitad de camino entre
Melilla y Merzouga, y con el Atlas presidiendo la escena, siete mujeres
rondando la treintena se llegan hasta una casa que alberga a una joven de unos
quince años, lista para casarse con un hombre que pareciera doblar su edad. Ya
entrada la noche, de uno de los camiones que se detienen baja un hombre que se
ofrece a traernos lo que necesitemos, que resulta ser bebida y hachís. Y ese es
el que mejor llega a entenderlo. Los que apenas ralentizan el paso al rozarnos
solo ven un grupo nutrido de turistas que parecieran estar celebrando que hace
frío y es de noche en medio de la carretera, que a su vez queda en medio de la
nada. Un autobús que es temporalmente un supermercado, que es a su vez una
jaima, un bar. Una embajada. Lo es todo autobús repleto de japoneses,
italianos, canadienses o chilenos. En nuestro caso, es además el ecosistema
perfecto para ser español de forma exhaustiva. Lo que significa,
paradójicamente, ser más español que nunca allí donde menos podrías intentar
serlo, solo por probar, por estar del todo allí donde has ido. El alarde
alcohólico o la competición de decibelios es un rasgo clásico, como la
afectividad automática o la generosidad ligada a lo primero. Escribe Lorenzo
Silva en Del Rif al Yebala sobre los marroquíes de un mercado de frutas y
hortalizas en el que, “sentados en el
suelo, hombres y mujeres gastados por el esfuerzo, que pueden ser también
quienes los cultivan, son taciturnos, como quien defiende algo que se ha sacado
de dentro”. Dos días después, la noche que celebra la entrada del nuevo año
son varias noches simultáneamente congregadas en torno al exiguo fuego: una
noche francesa, una japonesa, una bereber, una española. Y como quizá ellos,
junto a los ratos en que uno desearía ser cualquier cosa menos español, también
hay otros –el cancionero español que sigue a la cena- en que no lo cambiaría
por nada. El patriotismo ha de ser la longitud del pasillo que va de un estado
a otro.
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