domingo, 31 de julio de 2011

Mis personajes leen lo que yo


Quienes fabularon con un Creador hecho a partir de un carpintero habrían apreciado a Faulkner: tras comprar la casa en la que viviría durante 3 décadas, él mismo hizo cuantos arreglos necesitara: puertas, marcos, rodapiés, estanterías de día; vidas tortuosas de noche. Algunos de los libros que ocuparían sus paredes también los habían leído sus personajes: De Henry James hizo decir a January Jones que “emulándole, daba verosimilitud a su relato mediante el tedio y la desgana” (La paga de los soldados). Para hablar de Tennyson, el reverendo Hightower desdeñará su lectura para “elegir esta vez un alimento de hombre: Enrique IV.” (Luz de agosto). Si el interés del visitante lo gana, William Griffith te mostrará un libro que contiene cuantos volúmenes Faulkner guardara en casa. Las categorías de ese libro aglutinan la literatura española, la portuguesa y la latinoamericana en un solo capítulo. Sus cinco páginas de letra generosa, exiguas. Como si Eupheus Hines hubiera hecho, por el bien de Faulkner, su padre, la criba moral que éste no quiso o supo.

Llamar a January Jones


En una zona de la casa a la que acaso solo tienes acceso si el comisario de la casa museo considera que te la mereces, está el pequeño vestíbulo anexo a la cocina, y en una esquina, el teléfono negro que Faulkner utilizaba y en cuyas paredes anexas pueden leerse los nombres y los teléfonos que éste escribiera –amigos, cartero, alcalde, familia, tiendas de licores, de pienso para caballos, libreros… acaso el de Anse Bundren, el de Clarence Benbow, el del reverendo Hightower. Como si, después de haberles dado vida, lo menos que pudieran hacer fuera ponerse al teléfono.

sábado, 30 de julio de 2011

Bombilla de agosto


El año que viene se cumplirán 50 años de la muerte de Faulkner y 80 desde que Joe Christmas fuera ajusticiado en su novela Luz de Agosto (1932) por los crímenes que cometiera Mark Robson Smith en la vida real. Los personajes envejecen de forma distinta a los muebles y los muertos en los que fueron inventados, y es una visita simultánea asomarse a las habitaciones simultáneas de Rowan Oak a imaginar a Lena Grove a punto de escaparse de la granja de su hermano e iniciar su periplo de tres meses en busca de Lucas Burch. O a ver en la fotografía de Caroline Barr, la mujer negra que crió a Faulkner, a una envejecida Ruby Lamar, madre del hijo de Lee Goodwin y habitante de esa otra mansión sureña –Santuario, publicada en 1931.

Subir hacia atrás


El camino entre abetos magníficos que llevan a la puerta principal de la casa en que Faulkner viviera durante los últimos 32 años de su vida está asfaltado de grava que continúa una vez franqueada la puerta, en la biografía escrita por su hermano John. Su prosa, trabada de piedras contra una gramática a la altura del personaje del que se habla. Lo cuenta el comisario de la universidad de Mississippi a cargo de la casa museo -William Griffith- con humor, energía y una falta de gravedad que Faulkner hubiera apreciado. Su proximidad y disposición acaso no tan distintos a oídos del visitante de los que, entre estas mismas paredes, Faulkner escuchara durante años referidos a acontecimientos no tan antiguos que después, a solas, poder recrear en sus novelas y sus cuentos, convertidos ya en una música nueva, entre la mera historia y lo que harían de él una casa aún más grande que esta.

viernes, 29 de julio de 2011

La paga de los viajeros


Casi a medianoche, como hizo llegar William Faulkner a Donald Mahon en su primera novela –La paga de los soldados (1926)-, llega uno a Oxford, Mississippi, donde Faulkner viviera casi toda su vida. Aún hay quien llega al hotel más tarde que nosotros y sus pisadas, que resuenan en el pasillo y en la habitación contigua, parecen darse entre estas paredes. Como los pasos del teniente Joe Gilligan eran en realidad los del propio Faulkner, entrando al tiempo en la habitación del moribundo Donald Mahon y en la de su hermano Charles, herido en la primera guerra mundial, uno se acuesta con los ojos de Mahon, abiertos e impotentes, como si en la noche pudiera ver ya lo que hemos venido a ver, cuando amanezca.

Héroes con guarnición



La misma semana que Carl Bernstein escribe en Newsweek sobre el Watergate de rupert murdoch, en Charleston, South Carolina, uno cena sentado a una mesa en la que comiera un héroe de guerra. Desde el punto de vista de un europeo, un héroe es aquel capaz de terminarse estos platos enormes, y desde el punto de vista norteamericano, también aquel que tras vender armas ilegalmente a Irán en los ochenta durante la administración reagan, después uso esos fondos para financiar, también ilegalmente, la contra nicaraguense. Mucho antes de probar los platos del restaurante, north trató de probar su inocencia en ambas acusaciones, sin lograrlo. Hoy trabaja como comentarista político en el canal de murdoch que hace por la audiencia televisiva lo mismo que news of the world hiciera por el periodismo impreso. Probablemente cuando se sentó a comer en esta mesa fuera invitado por el dueño, acaso aplaudido por los comensales. El olor de un héroe mal conservado, el de un pescado podrido.

miércoles, 27 de julio de 2011

Georgia on my nose


Algo de la chispa de la vida de que presume Atlanta haría falta para desinfectar con fuego las Savannah Suites, un motel en el noroeste de la ciudad, al que la capital de Georgia debiera convertir en un museo del olor hediondo, y su más preciada gema, Savannah, demandar por depreciación de activos con alevosía. Esté especialmente atento al salir del motel –advierte una nota en la habitación, dado el peculiar ambiente que lo circunda. Quizá porque, tras dormir una noche entre sus sábanas, probablemente quien quiera robarte podrá olerte a un kilómetro de distancia.

lata de beluga


Una entrada combinada permite visitar las dos grandes atracciones turísticas de Atlanta, construidas una junto a la otra –el parque temático bajo techo de una popular marca de refrescos- y el mayor acuario del mundo. Junto a la meca del agua turbia, el santuario del agua purificada. Clásica radiografía de este país, sus magnitudes respectivas maravillan e inquietan: si la marca de refrescos genera en un año más dinero que el producto interior bruto de cualquiera de los 60 países más pobres del mundo, el enorme tanque de agua que alberga, en el Acuario, a las Belugas majestuosas se antoja una lata en que nadaran. Si al otro lado de la plaza, un logotipo explica el imperio hecho a partir de una burbuja, en este, como un televisor que mostrara tiburones y ballenas, peces solitarios y bandadas, las calles que solo ven los peces contienen también a quienes, maravillados, les observan.

martes, 26 de julio de 2011

El asesino es el tenedor



Sin saber qué aspecto específico del restaurante Mrs. Wilkes la guía especifique, probablemente se refiere a esperar dos horas para poder entrar. Porque una vez en la mesa, la muerte de la que habla la portada es más probable que la digestión. Las guías que uno lleva solo cuentan que es el restaurante al que has de ir si es la única comida que has de afrontar en Savannah. Es al sentarte que uno descubre que no hay carta y sí 27 platos en la mesa de los que puedes servirte tanto como quieras. Dado lo rico que está todo, lo que para un europeo es una amenaza, para no pocos norteamericanos ha de ser una apuesta segura contra sí mismos. Es entre el séptimo y el octavo plato que entiendes el paso bamboleante con que has visto salir a montañas humanas de sus puertas. Cómo a Goliath le corre David por dentro, convertido en salsa de maiz o alubias rojas.

El americano incomodo


Estados Unidos es tan grande que quizá uno pueda sentirse exiliado de su propio país sin necesidad de salir de él. Es lo que cuenta David Mamet en su libro sobre Vermont y la secesión institucional que se llegó a votar –y ganar- al comienzo del primer mandato de george bush. Como hay causas que no conviene desperdiciar, es la misma que D. y W. reconocen en su malestar. Esa distancia a la que vive el americano incómodo de algunas de las ideas centrales de su país es variada pero no estanca al resto de ellas: por cada W. que siente vergüenza por lo que el Tea Party cuenta a plena luz del día, hay un W. que parece alimentarse de cerveza y es a la higiene lo que sarah palin a la política. Por cada D. que siente aversión a las armas y desdén por los credos habituales, un D. recomienda los helados de mc donalds y mezclar cacahuetes con coca cola. Tampoco el americano cómodo lo es del todo: El A. que se sienta a hablar en tu salón con una pistola junto a su muslo derecho y conduce el coche más grande al que uno se subirá en su vida, es extraordinariamente afable y educado incluso cuando uno pulsa resortes delicados. Como el mercado de esclavos de Charleston, en South Carolina, que acogiera a la tercera parte de los que llegaran a USA desde las colonias y hoy es un concurridísimo mercado atestado de turistas, las partes de un país se reencarnan en otras que son tanto su antítesis como sus mismos cimientos: lo que, sin estar, se queda. Lo que, al permanecer, se marcha.

lunes, 25 de julio de 2011

la tumba que nos falta


La guerra que Francia e Inglaterra empezaron a perder, sin luchar, en 1936 contra la alemania nazi al consentir el levantamiento armado del fascismo franquista sin mover un dedo por la República española, estaba perdida del todo en diciembre de 1941, cuando Estados Unidos entró en guerra para preservar el control del Pacífico, y como consecuencia, para liberar un continente –el europeo- que, de haber seguido Roosevelt el ejemplo de sus aliados Albert Lebrun (francia) y Neville Chamberlain (inglaterra), hoy probablemente hablaría alemán desde Sintra, en la costa atlántica de Portugal a Constanta, en la costa oriental de Rumanía. La guerra que Estados Unidos vino para ganar por nosotros no les concernía demasiado: se combatía fuera de sus fronteras, en territorios donde sus intereses, controlado el Pacífico, apenas estaban amenazados. Sus muertos ganaron también: Francia e Inlaterra perdieron decenas de miles de soldados menos que Estados Unidos. Mientras la economía mundial salía de su tumba en las siguientes décadas a 1950, Estados Unidos labró la de su honor al crear, financiar y arrogarse el derecho a entrar en guerras, frías o calientes, que, en muchos casos, su decencia como país dominante perdía mientras sus balas trataban de ganarlas. Por cada sargento Jack Williamson caído en una guerra que era necesario ganar, este país ha enterrado a otro, muerto después en guerras que podían haberse evitado. Si un muerto es tanto su vida como aquello por lo que la dio, sus anhelos y sus lecciones, Jack Williamson, Raymond Westberry, Frank Boniardi, William Hobbs, Charles Emerson, John Cuthbert no deberían estar enterrados en un solo sitio.

domingo, 24 de julio de 2011

De viaje con Neddy Merrill


Si faltaran los relojes, en buena parte de los estados del sureste norteamericano podrían emplear la lluvia de las 12 del mediodía como eje fiable. Y uno se pregunta si la proliferación de iglesias (19 solo en el tramo de 18 millas que va de la carretera 17 a Edisto beach, en South Carolina), se base no en las lecciones del diluvio, sino en su puntual promesa. Como si llover fuera un trabajo, algo sometido a despertador, la lluvia se traga durante interminables minutos asegurados todo lo que te rodea –coches, casas, árboles. Las calles son entonces ríos, y se entiende que éstos, de no cesar la lluvia, acaben siendo calles, que la orografía –como si los miles de segadores de césped también allanaran la tierra hasta dejarla lisa como una alfombra- embalsa casi instantáneamente. John Cheever escribió El nadador en 1964, la historia, atravesada de irrealidad o delirio, de un hombre que decide atravesar el condado a través de las piscinas de sus muchos amigos. Uno no sabe si lo que adelanta en mitad de la tormenta, nadando las calles de Baton Rouge como todos, es un coche o un hombre.

Dias de vino y mercer


Muy cerca del único lugar del cementerio de Bonaventure, en Savannah, en el que un hombre ganara su derecho legal a poner un banco junto a su tumba en el que quien quisiera pudiera tomarse un Martini a su salud, está la tumba del hombre que escribiera la letra de days of wine and roses, de Moonriver, de Autumn leaves, de My shining hour, de Come rain or come shine. Y quizá por eso también aquí hay un banco en el que poder sentarse a leer los nombres de 19 de sus canciones, que acaso sea legal poder tararear. Solo que el mármol es rara materia para melodías tan vivas, tan locuaces, tan hechas para contar sueños que la muerte bien pudiera ser solo una versión más. Hasta cuatro ramas del apellido Mercer se congregan en los alrededores. Como si fuera un estribillo imposible de no tararear.

sábado, 23 de julio de 2011

Ruiseñora Peck



Es 1956 y Gregory Peck está en Las Palmas de Gran Canaria. En concreto, está esa noche en una bolera en la que también se encuentra C., que por entonces cuenta 18 años. Peck, cuarenta años cumplidos, se acerca, entabla conversación con ella, la invita a cenar. Ahora pongamos que ella, en vez de negarse, como hará, acepta. Pongamos que de esa noche nacerá M, y de M, con el tiempo, T. Pasados los años, la noche que T. cumple 30 años llega a Monroeville, donde naciera Harper Lee. Peck murió en 2003, pero el hijo de ambos –el abogado blanco Atticus Finch- que Lee escribiera y Peck interpretara, sigue vivo en quienes leen el libro o ven la película de Robert Mulligan. No hay nada abierto a estas horas de la noche, y T. come como un pajarito el arroz con brécol que descongelamos.

La mugre y sus pies


Lo que de noche parecían cucarachas que infestaran el centro de Montgomery, Alabama, han resultado ser grillos por la mañana, muertos en cantidades asombrosas como si por ley lo que asqueara de noche no pudiera correr mejor suerte de día aunque sus merecimientos fueran tan distintos. Dentro de sus casas, estadounidenses cuya alegría y generosidad reluce a la luz del sol conviven con un lado oscuro que es de mugre alimentada de colillas, latas de cerveza, ropa tirada por doquier y enseres sin más uso que acumular polvo. Si ellos fueran sus casas, serían pulcros, bellos, hechos para contribuir a un orden, a una armonía limpia y clara. Si sus casas fueran algunos de ellos, serían un espantajo de cochambre oculta y fealdad desmadejada, de desdén por la lógica o la distribución racional de sus recursos. No es culpa del grillo parecer una cucaracha.

viernes, 22 de julio de 2011

Autobuses anchos de Alabama


A veces el tiempo se detiene mientras su envoltorio sigue desplazándose. En 1955, si un hombre negro iba a los lavabos en Montgomery, capital de Alabama, se encontraba con dos pilas –una para los de su raza, otra para los que habían mandado construirlos. Uno entra hoy al museo Rosa Parks, en esa misma ciudad, y acaso puede presenciar cómo, de las treinta personas que esperan para entrar en la sala donde comienza el recorrido, casualidad o no, son quince las personas negras que entran, y quince las personas blancas que esperan al siguiente turno. Dentro hay una replica de un autobús público similar a los que en la mañana del 1 de diciembre de 1955, vio a Rosa Parks subirse y negarse a ceder su asiento a un hombre blanco que se lo ordenó. La recreación de las conversaciones en el interior del autobús es la de algo inconcebible, en la que ambas naturalidades –la de Parks negándose, la del pasajero blanco exigiéndolo- son las de un siglo peleándole a otro un trayecto mejor. La mayoría de quienes visitan el museo el día que uno va son negros -ancianos, padres, hijos. Entran juntos a ver las imágenes grabadas hace cincuenta años, y quien entra apoyado en un bastón acaso lo hace para reconocerse, para imaginarse en las fotografías, para leer aquellos días como una ficción estúpida, arrogante, que no merecería un museo pequeño sino un edificio inmenso que acogiera un tribunal en actividad permanente. Duele asistir a las imágenes grabadas, duele imaginar a otros negros bajándose del autobús en 1955 por temor a la policía, pasando al lado de Rosa Parks, mirándola con una mirada ausente, no tan distinta de la que cualquier hombre blanco pusiera sobre ella desde el día que nació.

Nido del pájaro oscuro


En uno de los cuentos de Truman Capote, un hombre espera en un cementerio. Al aparecer una mujer se acerca a ella y entabla una conversación que pronto desemboca en una afinidad extraña y vital en un lugar de cosas interrumpidas. Lo que el hombre acabará proponiendo es entablar una relación hecha de cosas vivas, duraderas. Es lo que lleva haciendo ya tiempo al acudir al cementerio a pasar las tardes: ir al mejor sitio donde conocer a gente que, como él, está sola. Cuando la mujer le niega esa posibilidad, él se despide en pocas frases. Una segunda mujer acaba de entrar en el cementerio y ya se acerca. Monroeville, en Alabama, es una de esas poblaciones del sur de Estados Unidos a donde uno raramente irá de no hacerlo para esperar a alguien. De estas calles escrupulosamente desiertas, entre la prosperidad aparente de las casas idénticas y el deterioro de otras que parecerían haber sido carromatos detenidos durante demasiado tiempo, salieron Capote y Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor. Cuando llegamos, Monroeville parece desierta como un cementerio, donde nadie esperara a nadie.

miércoles, 20 de julio de 2011

Smile


Más hambre de ella tiene uno viniendo de españa y mejor sienta: la simpatía tiene aquí tantas formas como el menú de un bar, incluso si a alguna le sobra la mitad de sus ingredientes. La naturalidad con que cualquiera arranca a hablar contigo con la mejor de las sonrisas puede ser la de Kelly, que sin conocernos nos presta su casa –magnífica- mientras ella marcha a Canadá; o la del hombre que discretamente se nos acerca en el aeropuerto para susurrarnos qué compañía de alquiler de coches deberíamos escoger; la de la cocinera venezolana que nos regala 3 maravillosos cruasánes solo por poder hablar español con nosotros; la de del dueño de un inenarrable restaurante de comida local que parece ser incapaz de respirar sin chorrear risotadas; la del hombrecillo extravagante que en Spanish Town insiste en adoptarnos aunque uno no le confiaría ni una piedra; la de cajeros, vendedores de coches, camareros... es un arte ganarse a tu interlocutor, y uno no sabe qué decisión es la tomada en tantos sitios de Madrid: si la de renunciar a relacionarse con tu entorno con amabilidad, o la de asociar al cliente con el adversario. Para un español es difícil de entender que una hamburguesa empiece a saber bien en el rostro del camarero que te atiende, pero acaso no menos que la desazón con la que un norteamericano ha de observar la antipatía como el ingrediente frecuente de tantas cosas que se sirven en españa.

martes, 19 de julio de 2011

Hard Times


Escribe de vez en cuando Muñoz Molina que en Estados Unidos el periodismo es aún un oficio de adultos, y aunque solo fuera porque uno puede adquirir los ¿dos? kilos de The New York Times el domingo, esa verdad reluce aunque lo haga entre un páramo cultural habitado, no pocas veces, por adultos que hacen a sus cuerpos lo que según qué modos de información a su cerebro. Que rupert murdoch sea portada, este mismo domingo, de un periódico que aspira a nutrir la inteligencia y la curiosidad de sus lectores es la metáfora enésima de lo que ha conseguido no ser el periodismo, representado en el conglomerado news corporation: algo que, contando la sociedad en la que vivimos, sirve en realidad de envase a ideas más mezquinas, menos relacionadas con formar ciudadanos que con degradarlos para venderlos, a su vez, a empresas y políticas para las que la prensa es solo un elemento más de la propaganda necesaria para cambiar el pensamiento por el eslogán. No es sencillo pagar los 6 dólares que cuesta llevarse a casa The New York Times el domingo, y acaso merece no serlo para poder sentir que lo que lees te trata de adulto.

En casa de Pete


En ningún sitio es más julio que en el campus de la Universidad de Lousiana State. Vacío hasta el asombro dadas sus dimensiones, uno se llega hasta el edificio y va franqueando puertas pensando que que tras la siguiente alguien aparecerá para pedirnos que salgamos. Pero no. Y uno podría, si quisiera, bajar hasta la pista y pisarla. Así, por unos meses, y hasta que la competición arranque, el pabellón Pete Maravich reluce su más justo parecido con aquel del que recibe el nombre: todo parece nuevo. Incluso la llegada de Magic Johnson a los Lakers en 1980 tenía, inmerso en su magnificencia, aspectos de segunda mano. Sus pases sin mirar lo eran mirando… a Pete Maravich, diez años antes. Leyenda del baloncesto universitario, que en sus cuatro años promedió 43 puntos por partido, e intérprete pionero de una creatividad asombrosa en la NBA durante una década sin físico adecuado que la engrandeciera, incluso el hueco enorme que ayer mismo lucían las gradas, faltas de una docena de filas de asientos, recuerda al malogrado, al inmenso Maravich, fallecido en 1988, tras pasar su carrera baloncestística sin saber que carecía de la arteria coronaria izquierda.

lunes, 18 de julio de 2011

Vivir con lo pequeño


Como si las distancias inabarcables condicionaran lo que separa ideas antagónicas, la relación que lo grande tiene con lo pequeño es aquí la de una idea cuya poderosa gravedad en vez de atraer, repele. Los cuerpos, los coches, las avenidas, los centros comerciales… el gigantismo no es la idea desbordada sino su aprovechaniento máximo; no la aberración sino la plenitud. Pretender lo pequeño es en estas tierras un deseo que ha de verse como una renuncia. Aqúi no cuesta ver en la sostenibilidad el opuesto exacto de la obesidad, como si lo que un cuerpo escoge para sí calque lo que el cuerpo social pugna por lograr. Por eso cualquier tipo de control o de recorte en los niveles de consumo energético es aquí, no un acto a favor del planeta, sino contra las libertades más anchamente establecidas: la de expandirse y vivir tan dentro del exceso que lo consideres necesario. Lo que El País 16.7 refiere citando a Barbara Ehrenheit –“El pensamiento positivo es en realidad un brillante método de control social, ya que anima a la gente a pensar que no hay nada malo en el sistema (economía, contaminación ambiental) que lo que está mal tiene que ver con uno mismo, con la actitud personal de cada uno”- no está tan alejado de pedir poco, de querer poco, de que sea pequeño.

domingo, 17 de julio de 2011

Desde dentro de la maqueta


Si miras hacia arriba sientes vértigo, si hacia la izquierda o la derecha, también. El distrito financiero de Baton Rouge se pasea como si estuvieras dentro de una maqueta. El vacío de sus calles, la exageración más acabada de esa cualidad del paisaje norteamericano que es la proporción entre los metros cuadrados de asfalto y el número de personas existentes para pisarlo. Como si las calles fueran hechas para que las recorrieran los edificios , uno es turista por iniciativa y espejismo por voluntad popular.

Crimen y franquicia


Siguiendo fielmente la norma de evitar el más mínimo contacto con la policía estadounidense, cuando en la aduana me preguntan si transporto algo de comida, respondo que dos manzanas (automáticamente requisadas), como si los cuatro kilos de jamón envasado al vacío lo fueran para empapelar una pared. Y como todo lo que necesitan ciertas mentiras es voluntad por ambos lados, lo que los rayos X muestran es ignorado hasta tres veces como si ciertas pruebas no compensaran el hambre de buscarlas. El concepto de inocencia pesa en la balanza al menos los 1.000 dólares que la policía estatal se compromete a pagar si la denuncia que efectúes lleva a un delito comprobado. Dada la cara que ponen cuando sacamos el jamón que les traemos, es menos de lo que pagarían por no tener que comérselo.

viernes, 15 de julio de 2011

Del 8 al 1 y de ahí, al 6


En Spanish Town, un barrio tendido en el Dowtown de Baton Rouge como una escultura ajada, están Savannah y New Orleans, mezcladas con la memoria española y francesa que campara por estas tierras durante un siglo. Apretadas como si a los vestigios les sentara mal el aire que apenas cabe entre sus edificaciones, a sus números les faltan casas como si la vegetación tropical las digiriera: del 8 se pasa al 1 sin rastro ni hueco para que los que hubiera en medio. Sin rastro del 2 o el 7, como si con las casas ocurriera lo que con los coches aparcados en sus calles sin permiso, el paso del tiempo se perpetúa, no en lo que quedara, sino en lo que falta.

Bastante mall


La capital de Lousiana es Baton Rouge, y la capital de ésta, un mall. Pongamos el de Cortana, al sureste de la ciudad. Dividido en edificios interconectados como en la ciudad sus barrios, las zapaterías llenan los pasillos como si la gente se alimentara de calzado deportivo. Y dado que el resto del espacio disponible lo ocupan supermercados gigantescos, se entiende que para recorrerlos se necesite tanta hambre como calzado adecuado. Entre ambos, comer es un acto de coraje donde lo que ingieres aparenta importar no mucho más que el rincón del aparcamiento en que lo haces, mientras una hamburguesa le hace a tu sistema digestivo lo que los coches a la atmósfera. Si se ocuparan del estómago como de los pies.