Estados Unidos es tan grande que quizá uno pueda sentirse exiliado de su propio país sin necesidad de salir de él. Es lo que cuenta David Mamet en su libro sobre Vermont y la secesión institucional que se llegó a votar –y ganar- al comienzo del primer mandato de george bush. Como hay causas que no conviene desperdiciar, es la misma que D. y W. reconocen en su malestar. Esa distancia a la que vive el americano incómodo de algunas de las ideas centrales de su país es variada pero no estanca al resto de ellas: por cada W. que siente vergüenza por lo que el Tea Party cuenta a plena luz del día, hay un W. que parece alimentarse de cerveza y es a la higiene lo que sarah palin a la política. Por cada D. que siente aversión a las armas y desdén por los credos habituales, un D. recomienda los helados de mc donalds y mezclar cacahuetes con coca cola. Tampoco el americano cómodo lo es del todo: El A. que se sienta a hablar en tu salón con una pistola junto a su muslo derecho y conduce el coche más grande al que uno se subirá en su vida, es extraordinariamente afable y educado incluso cuando uno pulsa resortes delicados. Como el mercado de esclavos de Charleston, en South Carolina, que acogiera a la tercera parte de los que llegaran a USA desde las colonias y hoy es un concurridísimo mercado atestado de turistas, las partes de un país se reencarnan en otras que son tanto su antítesis como sus mismos cimientos: lo que, sin estar, se queda. Lo que, al permanecer, se marcha.
martes, 26 de julio de 2011
El americano incomodo
Estados Unidos es tan grande que quizá uno pueda sentirse exiliado de su propio país sin necesidad de salir de él. Es lo que cuenta David Mamet en su libro sobre Vermont y la secesión institucional que se llegó a votar –y ganar- al comienzo del primer mandato de george bush. Como hay causas que no conviene desperdiciar, es la misma que D. y W. reconocen en su malestar. Esa distancia a la que vive el americano incómodo de algunas de las ideas centrales de su país es variada pero no estanca al resto de ellas: por cada W. que siente vergüenza por lo que el Tea Party cuenta a plena luz del día, hay un W. que parece alimentarse de cerveza y es a la higiene lo que sarah palin a la política. Por cada D. que siente aversión a las armas y desdén por los credos habituales, un D. recomienda los helados de mc donalds y mezclar cacahuetes con coca cola. Tampoco el americano cómodo lo es del todo: El A. que se sienta a hablar en tu salón con una pistola junto a su muslo derecho y conduce el coche más grande al que uno se subirá en su vida, es extraordinariamente afable y educado incluso cuando uno pulsa resortes delicados. Como el mercado de esclavos de Charleston, en South Carolina, que acogiera a la tercera parte de los que llegaran a USA desde las colonias y hoy es un concurridísimo mercado atestado de turistas, las partes de un país se reencarnan en otras que son tanto su antítesis como sus mismos cimientos: lo que, sin estar, se queda. Lo que, al permanecer, se marcha.
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