Más hambre de ella tiene uno viniendo de españa y mejor sienta: la simpatía tiene aquí tantas formas como el menú de un bar, incluso si a alguna le sobra la mitad de sus ingredientes. La naturalidad con que cualquiera arranca a hablar contigo con la mejor de las sonrisas puede ser la de Kelly, que sin conocernos nos presta su casa –magnífica- mientras ella marcha a Canadá; o la del hombre que discretamente se nos acerca en el aeropuerto para susurrarnos qué compañía de alquiler de coches deberíamos escoger; la de la cocinera venezolana que nos regala 3 maravillosos cruasánes solo por poder hablar español con nosotros; la de del dueño de un inenarrable restaurante de comida local que parece ser incapaz de respirar sin chorrear risotadas; la del hombrecillo extravagante que en Spanish Town insiste en adoptarnos aunque uno no le confiaría ni una piedra; la de cajeros, vendedores de coches, camareros... es un arte ganarse a tu interlocutor, y uno no sabe qué decisión es la tomada en tantos sitios de Madrid: si la de renunciar a relacionarse con tu entorno con amabilidad, o la de asociar al cliente con el adversario. Para un español es difícil de entender que una hamburguesa empiece a saber bien en el rostro del camarero que te atiende, pero acaso no menos que la desazón con la que un norteamericano ha de observar la antipatía como el ingrediente frecuente de tantas cosas que se sirven en españa.
miércoles, 20 de julio de 2011
Smile
Más hambre de ella tiene uno viniendo de españa y mejor sienta: la simpatía tiene aquí tantas formas como el menú de un bar, incluso si a alguna le sobra la mitad de sus ingredientes. La naturalidad con que cualquiera arranca a hablar contigo con la mejor de las sonrisas puede ser la de Kelly, que sin conocernos nos presta su casa –magnífica- mientras ella marcha a Canadá; o la del hombre que discretamente se nos acerca en el aeropuerto para susurrarnos qué compañía de alquiler de coches deberíamos escoger; la de la cocinera venezolana que nos regala 3 maravillosos cruasánes solo por poder hablar español con nosotros; la de del dueño de un inenarrable restaurante de comida local que parece ser incapaz de respirar sin chorrear risotadas; la del hombrecillo extravagante que en Spanish Town insiste en adoptarnos aunque uno no le confiaría ni una piedra; la de cajeros, vendedores de coches, camareros... es un arte ganarse a tu interlocutor, y uno no sabe qué decisión es la tomada en tantos sitios de Madrid: si la de renunciar a relacionarse con tu entorno con amabilidad, o la de asociar al cliente con el adversario. Para un español es difícil de entender que una hamburguesa empiece a saber bien en el rostro del camarero que te atiende, pero acaso no menos que la desazón con la que un norteamericano ha de observar la antipatía como el ingrediente frecuente de tantas cosas que se sirven en españa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Tienes razón...pero matizo: si no tuvieran que ganarse la mayor parte del sueldo gracias a las propinas (de entre el 10 y el 20%), ¿serían tan amables?
ResponderEliminar¿No lo seríamos aquí?
en Hooters creo que son tan amables que, si tienes suerte, la propina la ponen ellos :P
ResponderEliminar