lunes, 25 de julio de 2011

la tumba que nos falta


La guerra que Francia e Inglaterra empezaron a perder, sin luchar, en 1936 contra la alemania nazi al consentir el levantamiento armado del fascismo franquista sin mover un dedo por la República española, estaba perdida del todo en diciembre de 1941, cuando Estados Unidos entró en guerra para preservar el control del Pacífico, y como consecuencia, para liberar un continente –el europeo- que, de haber seguido Roosevelt el ejemplo de sus aliados Albert Lebrun (francia) y Neville Chamberlain (inglaterra), hoy probablemente hablaría alemán desde Sintra, en la costa atlántica de Portugal a Constanta, en la costa oriental de Rumanía. La guerra que Estados Unidos vino para ganar por nosotros no les concernía demasiado: se combatía fuera de sus fronteras, en territorios donde sus intereses, controlado el Pacífico, apenas estaban amenazados. Sus muertos ganaron también: Francia e Inlaterra perdieron decenas de miles de soldados menos que Estados Unidos. Mientras la economía mundial salía de su tumba en las siguientes décadas a 1950, Estados Unidos labró la de su honor al crear, financiar y arrogarse el derecho a entrar en guerras, frías o calientes, que, en muchos casos, su decencia como país dominante perdía mientras sus balas trataban de ganarlas. Por cada sargento Jack Williamson caído en una guerra que era necesario ganar, este país ha enterrado a otro, muerto después en guerras que podían haberse evitado. Si un muerto es tanto su vida como aquello por lo que la dio, sus anhelos y sus lecciones, Jack Williamson, Raymond Westberry, Frank Boniardi, William Hobbs, Charles Emerson, John Cuthbert no deberían estar enterrados en un solo sitio.

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