Uliserráneo

Lo que los designios de
Zeus dictaran para Ulises el extraviado hace dos mil años podría lograrlo la
ausencia de una brújula en nuestros días sin que el Mediterráneo que viera la
odisea del héroe griego necesite hoy más espacio que el que media entre Melilla
y Almería. Impone imaginar el horizonte heroico de atravesarlo en patera con
solo otear el horizonte real a bordo de uno de los barcos que lo cruzan a
diario. Y qué peor odisea que una que se emprende para poder regresar a casa y
que consiste en alejarse de ella con cada ola que embiste el casco. Pasar una
noche helada en el desierto, a dos horas de camino de Merzouga, no da para
imaginar lo que el viento pueda hacer al encrespar el océano de dunas que
surcas al caminarlo. Pero cuántos de quienes arriesgan sus vidas a merced del
oleaje del Mediterráneo no sentirán, con suerte, que las dunas negras que se
abaten sobre ellos son solo el mismo camino antiguo, milenario, que fuerza al
hombre a combatir lo inhóspito con lo desesperado, el frío del hambre con el
que viene de las rutas que escogen para navegarlo. Como si honraran la aventura
inhumana y el miedo de cruzarlo en barcas atestadas de gente que ni nadar sabe
a veces, en el interior del Ferry que se bambolea con el temporal entrante,
muchos de quienes viajan en la zona de butacas lo hacen tumbados en el suelo en
vez de en sus asientos.
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