martes, 14 de enero de 2014

Uliserráneo


Lo que los designios de Zeus dictaran para Ulises el extraviado hace dos mil años podría lograrlo la ausencia de una brújula en nuestros días sin que el Mediterráneo que viera la odisea del héroe griego necesite hoy más espacio que el que media entre Melilla y Almería. Impone imaginar el horizonte heroico de atravesarlo en patera con solo otear el horizonte real a bordo de uno de los barcos que lo cruzan a diario. Y qué peor odisea que una que se emprende para poder regresar a casa y que consiste en alejarse de ella con cada ola que embiste el casco. Pasar una noche helada en el desierto, a dos horas de camino de Merzouga, no da para imaginar lo que el viento pueda hacer al encrespar el océano de dunas que surcas al caminarlo. Pero cuántos de quienes arriesgan sus vidas a merced del oleaje del Mediterráneo no sentirán, con suerte, que las dunas negras que se abaten sobre ellos son solo el mismo camino antiguo, milenario, que fuerza al hombre a combatir lo inhóspito con lo desesperado, el frío del hambre con el que viene de las rutas que escogen para navegarlo. Como si honraran la aventura inhumana y el miedo de cruzarlo en barcas atestadas de gente que ni nadar sabe a veces, en el interior del Ferry que se bambolea con el temporal entrante, muchos de quienes viajan en la zona de butacas lo hacen tumbados en el suelo en vez de en sus asientos. 

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