sábado, 11 de enero de 2014

manta que asfixia



El cielo protector que Paul Bowles pusiera a velar por el escaso sueño de tres turistas norteamericanos en 1949 en su novela del mismo título ha pasado, en los 65 años transcurridos, de proteger a condenar a quienes, como ellos, afrontan el desierto del Sáhara con similar ignorancia acerca de los peligros que les esperan. Robados, chantajeados, mentidos, abandonados a su suerte, dejados morir llegado el caso, lo que no saben cuando se embarcan en un tren, un autobús o una lancha rumbo a un lugar mejor podría no depender de no saberlo. La verdad es probablemente aún más terrible: condenados al desierto económico, social, político, laboral en sus lugares de origen –Sudán, Nigeria, Camerún, Congo-, una enciclopedia a su disposición que describiera minuciosamente los horrores del viaje y el páramo que pudiera esperarles, hacinados, en la isla de Lampedusa o, libres de mendigar, en cualquiera de las esquinas europeas, acaso no cambiara un ápice su decisión de jugarse la vida como si ésta fuera una patera de por sí, varada ya desde su nacimiento. El relato de su periplo –años empleados solo en intentar salir de África, perseguidos por la policía, prisioneros de mafias, expoliados, deportados, mendigos permanentes de medios de subsistencia y de derechos elementales, hace pensar que los afortunados no son los que llegan sino los que fallecen intentándolo. Duele leer en El País 17.1 el relato, tan familiar, de un accidente a bordo de un autobús repleto de emigrantes que parte de la capital de Mali y, 60 km. después, sufre una avería en el eje de la dirección. Alguien saca una guitarra. El diferencial de prosperidad está ahí. El dinero también, solo que en otras ruedas, éstas inmunes a pinchazos –“demasiada gente –escribe José Naranjo- ganando dinero a costa de los migrantes, policías, pasadores, choferes, como para que se detenga este inmenso río de mil afluentes. Será más difícil, más peligroso, más oculto, más osado. Ya lo está siendo. Pero también igual de imparable.”  No se mata delante de la gente –dice una monitora al organizar un juego.

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