Como demuestra en este país la Cámara de representantes, y buena parte de los parlamentos en el resto del mundo, el declive del circo podría ser solo la usurpación de funciones desde un ambito en principio opuesto. En política la carpa más obvia acoge el número del populismo, seguido de cerca por el ejercicio de ilusionismo que es ensayarlo durante los años de oposición. Y en actividades serias como el baloncesto, aún hoy los Harlem Globetrotters pasean por el mundo un relato de su deporte que nada tiene que ver con la competición y sí con un juego donde, como en política, lo improbable, lo impensable, lo aparatoso dé más réditos que el resultado del encuentro. También como en política, décadas antes de que la NBA contemplara el circo como una opción de negocio viable –es decir, antes de que Magic Johnson llegara a los Lakers en 1980- el baloncesto fue durante cincuenta años un trabajo jugado con seriedad por gente que, como Oscar Robertson, fuera tentada en los comienzos de su carrera por los Globetrotters. En vano, acaso porque nada inconcebible podía serlo más que lo que, jugando en los Cincinnati Royals, Robertson logró durante los primeros cinco años de la década de los sesenta –y sus primeros en la liga: 30,28 puntos, 10,38 rebotes y 10,62 asistencias por partido. En la práctica, un triple doble consecutivo durante 384 partidos. En los próximos días, sugerido por Robertson, uno de aquellos Globetrotters –Goose Tatum- entrará en the Hall of fame de Sprinfield, no solo como símbolo de lo que el circo puede contar de la seriedad a la que parodia, también como apreciación de lo que su esfuerzo lúdico pudiera esconder, oculto, esperando su ocasión: como Meadowlark Lemon o Marques Haynes, los Globetrotters de Tatum, famosos por simular partidos que buscaban el mero espectáculo, acaso solo jugaron dos partidos de baloncesto en la década de los 50. Fue contra los dominadores del baloncesto profesional durante diez años, los Minneapolis Lakers de Mikan. Los Globetrotters ganaron ambos.
jueves, 18 de agosto de 2011
Prestigio del circo
Como demuestra en este país la Cámara de representantes, y buena parte de los parlamentos en el resto del mundo, el declive del circo podría ser solo la usurpación de funciones desde un ambito en principio opuesto. En política la carpa más obvia acoge el número del populismo, seguido de cerca por el ejercicio de ilusionismo que es ensayarlo durante los años de oposición. Y en actividades serias como el baloncesto, aún hoy los Harlem Globetrotters pasean por el mundo un relato de su deporte que nada tiene que ver con la competición y sí con un juego donde, como en política, lo improbable, lo impensable, lo aparatoso dé más réditos que el resultado del encuentro. También como en política, décadas antes de que la NBA contemplara el circo como una opción de negocio viable –es decir, antes de que Magic Johnson llegara a los Lakers en 1980- el baloncesto fue durante cincuenta años un trabajo jugado con seriedad por gente que, como Oscar Robertson, fuera tentada en los comienzos de su carrera por los Globetrotters. En vano, acaso porque nada inconcebible podía serlo más que lo que, jugando en los Cincinnati Royals, Robertson logró durante los primeros cinco años de la década de los sesenta –y sus primeros en la liga: 30,28 puntos, 10,38 rebotes y 10,62 asistencias por partido. En la práctica, un triple doble consecutivo durante 384 partidos. En los próximos días, sugerido por Robertson, uno de aquellos Globetrotters –Goose Tatum- entrará en the Hall of fame de Sprinfield, no solo como símbolo de lo que el circo puede contar de la seriedad a la que parodia, también como apreciación de lo que su esfuerzo lúdico pudiera esconder, oculto, esperando su ocasión: como Meadowlark Lemon o Marques Haynes, los Globetrotters de Tatum, famosos por simular partidos que buscaban el mero espectáculo, acaso solo jugaron dos partidos de baloncesto en la década de los 50. Fue contra los dominadores del baloncesto profesional durante diez años, los Minneapolis Lakers de Mikan. Los Globetrotters ganaron ambos.
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