Es raro recorrer las calles del Lower Ninth Ward, en New Orleans, el mismo día que un huracán acaso hace en la costa Este de Estados Unidos lo que otro hizo en este barrio hace seis años. Más que las casas que aún hoy permanecen reventadas, es el asfalto carcomido, la enorme cantidad de espacio sin edificar y la altura de la vegetación lo que cuenta el desastre. Bajo un sol implacable, el paseo transcurre entre casas nuevas que parecen recién traídas de cualquier población de la costa Este de Estados Unidos en un perverso intercambio que hubiera llevado hasta allí las que sucumbieron a las aguas aquí. Levantadas como en una piscina a la espera, en la zona baja entre el Main Outfall Canal, alimentado por el lago Pontchartrain y el curso del Missisippi, las casas nuevas están elevadas sobre pilotes bajo los que cabe un coche. O de ladrillo, feas como traídas de cualquier pueblo español, achatadas como si más que erigidas hubieran sido hechas para agarrarse al suelo. Como si una evacuación no fuera suficiente, en un bar próximo a la zona nos advierten que solo un loco pasearía por esas calles después de que el sol se ponga.
sábado, 27 de agosto de 2011
20.000 leguas de calles submarinas
Es raro recorrer las calles del Lower Ninth Ward, en New Orleans, el mismo día que un huracán acaso hace en la costa Este de Estados Unidos lo que otro hizo en este barrio hace seis años. Más que las casas que aún hoy permanecen reventadas, es el asfalto carcomido, la enorme cantidad de espacio sin edificar y la altura de la vegetación lo que cuenta el desastre. Bajo un sol implacable, el paseo transcurre entre casas nuevas que parecen recién traídas de cualquier población de la costa Este de Estados Unidos en un perverso intercambio que hubiera llevado hasta allí las que sucumbieron a las aguas aquí. Levantadas como en una piscina a la espera, en la zona baja entre el Main Outfall Canal, alimentado por el lago Pontchartrain y el curso del Missisippi, las casas nuevas están elevadas sobre pilotes bajo los que cabe un coche. O de ladrillo, feas como traídas de cualquier pueblo español, achatadas como si más que erigidas hubieran sido hechas para agarrarse al suelo. Como si una evacuación no fuera suficiente, en un bar próximo a la zona nos advierten que solo un loco pasearía por esas calles después de que el sol se ponga.
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