domingo, 11 de noviembre de 2012

monolitismos


Tan frecuente como sea en política hablar para un público mientras se mira a otro (al que realmente se dirige el mensaje), la crítica a unas políticas no pocas veces tiene que ver con ver con cómo les va a quienes también las aplican en otras latitudes. A partir de eso podría pensarse que la manifestación del pasado día 8 en Buenos Aires, convocada contra el gobierno de Cristina Fernández, es contra… Venezuela, que al cabo comparte con Argentina una de las inflaciones más altas del mundo, una tasa de cambio en permanente descenso, la capacidad dudosa de su Banco Central de mantener reservas, una economía sobreprotegida y el mordisco de una inflación sin límite aparente. La paradoja está en que, incluso con semejantes méritos propios para merecer la protesta, el gobierno actual argentino podría haber esquivado la comparación sin mayores problemas –al cabo, parece endémica- si no alentara el único símil con Chávez del que este es inocente: la reelección legítima. De cuantas demandas cacerolee la gente en la calle, ninguna es más real que la inconstitucionalidad de un hipotético tercer mandato al que Fernández aspiraría. El resto se dividen entre las obvias -inseguridad y una inflación abrumadora negada sistemáticamente por el gobierno año tras año- y las sospechosas –lo que Clarín devuelve en visión ampliamente deformada del país a raíz de la Ley de medios que fuerza a un dinosaurio a convertirse en un ciervo. Yo me movilizo en defensa de nuestras libertades y derechos consagrados en nuestra Constitución Nacional –reza la papeleta pisoteada por doquier a lo largo de la avenida 9 de julio. Patrocinada, como las camisetas, por partidos de derecha o directamente reaccionarios, la protesta tendría más sentido si la sospecha sobre el pronombre demostrativo –nuestras- no fuera tan automática, tan escasamente demostrativo. 

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