sábado, 10 de noviembre de 2012

brotes traídos en la maleta


Traídos por mi amigo Leandro y perdidos después en algún lugar de su taller, los huesos de durazno comidos en España han resultado, injertados en suelo argentino, un hermoso árbol lleno de frutos que a estas alturas del año lucen aún verdes y duros, tan apetecibles como incomibles. Los símiles viajan en las maletas también y los brotes verdes de la economía española dejan ver aquí huellas parecidas –una pasmosa burbuja –esta inflacionaria- que se hincha a la luz del día desde años, una economía subsidiada que alimenta el déficit por venir, una prima de riesgo disparada que dificulta la financiación del país, o un cultivado cainismo político a la altura del nuestro. Pero también es el reencuentro con la piel suave y agreste de una ciudad –Buenos Aires- que uno ama desde que pone un pie en ella, y que acaso cuenta como pocas cosas el destino al que se ve aferrada la influencia latina –o su derivada transatlántica: cómo la costumbre de indisciplina, improvisación y dejadez que perjudica nuestras economías es justo el que pudiera hacer las calles tan henchidas de vida, tan paseables. De negro uno, de blanco la otra, también a asistir a esa boda ha venido uno. 

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