Solo días después de que menem amenace con recordar hacia
dónde vamos si nadie se lo impide, el Museo de Ciencias Naturales de La Plata
reluce como un fósil que contuviera otros, segregados acaso por sus paredes,
sus escaleras, sus vitrinas, sus paredes, sus bustos, sus cartulinas ajadas
donde escrito el nombre de cada criatura disecada, de cada hueso teñido de
vejez. Es un artefacto tan propio del país como ajeno a los habitantes de
Buenos Aires, plenos de agitación, de una tensión constante a medio camino de
la vitalidad y el descarrile. Hechos de un civismo descascarillado que tanto
recuerda al italiano y al español, que siembra de desperdicios calles y
carreteras mientras sus conductores se manejan como si aspiraran a convertirse
en uno más, que aúna la alegría y la desconfianza, el orgullo y la generosidad,
son nosotros sin que necesariamente tengamos que vernos reflejados. También ese
espejo ha de poder ser mirado desde detrás.
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