miércoles, 1 de enero de 2025

La quimera


Rodeada de casas mal conservadas que parecen estar esperando la resurrección, la filmoteca de Oporto alberga estos días una retrospectiva de Alice Rohrwacher como si el cine de ésta, bañado en metáforas sobre la vida después de la muerte, estuviera hecho para sus calles, incluso si estos días de principios de año es otra la extrañeza de las cosas que ya no lo son: la lluvia que -nos dicen- cae de octubre a marzo ha dado paso al sol. La librería que aún expone -se supone- libros que poder comprar es visitada como si fuera un parque temático de la cultura de otro tiempo, o más probablemente porque las guías turísticas se refieren a ella como el lugar en que se rodaran ciertas escenas de una saga de películas infantiles. La única fila de gente que vemos en cuatro días se forma delante de su puerta.

Tampoco la hay delante de la filmoteca, en la que los pases, como en el cine de Rohrwacher, no se adentran mucho en la oscuridad. Uno puede entrar a ver una película a las 15.15 y tener una última oportunidad a las 21.15. Algunas de ellas se proyectan con subtítulos en inglés. Fuera de las pantallas, la familiaridad linguística es aún más amplia: llega un momento en que olvidas que estás en un país dotado de otro idioma. Todos parecen entender español y la mayoría lo habla. La facilidad a la hora de escuchar halla un equilibrio adecuado en el extremo opuesto: su habla es suave, educada, ni estridente ni brusca. Adecuadamente purgados del fanatismo patriótico, de la brutalidad, la vulgaridad y la ignorancia como cualidad de la que presumir, son nosotros sin nosotros. 





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