viernes, 29 de abril de 2022

La luz habitable

 

En la sala de juegos de la casa que Frank Lloyd Wright se hizo construir en Oak Park, al oeste de Chicago, un teclado asoma de una pared. Al otro lado de ese tabique existe, entero, el resto del piano de cola del que forma parte. Si a Wright se le hubiese dado tan bien ocultar su estilo como esconder pianos quizá su carrera hubiera permanecido más tiempo ligada a la de Louis Sullivan. 

Wright contaba apenas veintidós años cuando pidió prestados 5.000 dólares para construir una casa en una parcela en la elitista zona de Oak Park. Se los pidió a Sullivan, en cuyo estudio de arquitectura -Adler & Sullivan- trabajaba desde hacía un año, y no sin escaso aprecio personal y laboral por parte de Sullivan. Éste puso como condición que todo el trabajo de Wright se enmarcara bajo la órbita del estudio. 

Eran cimientos claros y visibles en su relación contractual, y Wright se los saltó con una claridad temeraria: una vez fuera del horario laboral, diseñó varias casas unifamiliares, alguna de ellas a escasa distancia de donde vivía el propio Sullivan. Todo lo que tuvo que hacer éste para descubrirlo fue probablemente pasear al perro. Cuatro años más tarde Wright abandonó el estudio y durante doce años él y Sullivan no se dirigieron la palabra, acerca de lo que Wright daría con el tiempo versiones contradictorias. 

Tampoco es que éste se guardara la osadía para las grandes ocasiones. Su propia casa, posteriormente ampliada para acoger su estudio, y hoy visitable, fue diseñada y construida en un tiempo en que sus estancias debían ser iluminadas por candiles de gas. Pero la electricidad ya circulaba por Chicago en esos días. Y Wright incluyó la instalación eléctrica en el diseño de su casa para cuando el tendido llegara hasta allí. Como si fuera una instrucción profética, Wright abriría su propio estudio de arquitectura al mismo tiempo que la Exposición Universal de 1893 alumbraba sus edificios imponentes, sus calles y sus plazas con tanta electricidad como para triplicar, durante los seis meses que permaneció abierta, el consumo de toda la ciudad de Chicago.

Muchas de las casas, magníficamente conservadas, en esa parte de Oak Park debían estar ya allí en 1899 cuando Wright diseñó su casa, de líneas tan obviamente desprovistas de los ornamentos que caracterizan al resto de construcciones neoclásicas y neogóticas del vecindario, y que con el tiempo albergarían más casas suyas.

El día que Sullivan se paraba asombrado delante de lo que parecía un diseño de su joven pupilo pudo haber también paseado un par de calles más allá de la que habitaba Wright, hasta pasar delante de una de esas otras casas de madera, bellas pero tradicionales, que no necesitaba mirar. Situada a apenas unos minutos andando de la casa de Wright, el mismo año en que ésta era edificada, Ernest Hemingway nacía a escasos doscientos metros sin que Sullivan, que moriría dos años antes de que aquel viera publicada su primera novela, llegara a saber lo mucho que el estilo de Hemingway -sobrio, despojado, claro- iba a parecerse al de Wright. Como si bastara un tramo de calle para engendrar dos revoluciones a la vez.

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