miércoles, 27 de abril de 2022

De carne y piedra


130 años antes de que Kurt Vonnegut volcase en su novela Matadero cinco su experiencia como soldado norteamericano durante el bombardeo aliado de Dresde en la Segunda Guerra Mundial, el argentino Esteban Echeverría había escrito el relato El matadero, una historia de la represión en ese país a mediados del siglo XIX. Upton Sinclair vivió entre ambos, casi literalmente. Nacido veintisiete años después de la muerte de Echeverría, murió cuatro meses antes de que Vonnegut viera publicada su novela. De necesitar alguna referencia más cercana, Sinclair pudo haberla hallado en La isla del dr. Moreau, la parábola cruenta de H.G. Wells, publicada diez años antes, sobre la tortura animal inseparable del maltrato y la esclavitud humana, que en uno de sus capítulos une la letanía de las obligaciones de los animales amputados hasta ser hombres –“No caminar a cuatro patas; No beber agua con la lengua; No matar carne o pescado. No arañar la corteza de los árboles; No cazar a otros hombres. Esas son la Ley. ¿No somos Hombres?"- con las consecuencias de ignorarlas –“Suya es la casa del dolor. Suya es la mano que crea. Suya es la mano que hiere. Suya es la mano que cura. Suyo es el relámpago” (disparo).

Publicado por entregas en el periódico The Appeal en 1905 y posteriormente como libro en una edición mutilada, la propia suerte del texto de Sinclair sobre los mataderos de Chicago pareció honrar lo que de ellos decía: “Cada uno de estos pobres animales era una criatura completa. Los había blancos, negros, pardos y manchados. Unos eran viejos, otros jóvenes; algunos se ofrecían a la vista grandes y colgados, otros monstruosos. Y todos y cada uno tenían una individualidad, una voluntad y esperanzas y deseos; cada uno de ellos estaba en la plenitud de la confianza en sí mismo, de su importancia y de su dignidad”. Simulando describir hombres, estaba hablando en realidad de cerdos. Quizá porque sus condiciones de vida y su futuro no distaban tanto.

El nombre de ese libro -La jungla- describía dos ciudades simultáneas y superpuestas en el mapa. Una, formada por el ganado vacuno y porcino, abarcaba de norte a sur hasta donde la vista podía vislumbrar. “Antes de que caiga la noche, todos estarán muertos y troceados” -escucha el protagonista al llegar a los mataderos. Directa o indirectamente, una quinta parte de la población de Chicago vivía del transporte, sacrificio, manipulación y distribución salida de los mataderos.

Entre ocho y diez millones de reses, cerdos y ganado lanar llegaban y salían envasadas de Chicago cada año. Uno de los cálculos apuntados en el libro estimaba -hace ahora un siglo largo- en más de doscientos cincuenta millones de animales sacrificados desde que una de esas factorías cárnicas echara a andar. Mencionando cuarenta millones de víctimas anuales, un segundo cálculo sugiere tanta sangre como para crear un segundo lago Michigan.

El trazado de ferrocarril necesario para desplazar semejante volumen de mercancías, y la logística necesaria para regir sus idas y venidas, acabó por crear el sistema horario por zonas, aún vigente en el continente. Las huellas de ese descomunal comercio por tren (15 compañías de ferrocarril disponían de terminal allí en 1860) aún son nítidas en el mapa de Chicago.  

La zona conocida entonces como Back of the yards, en el sudoeste de la ciudad, que albergara en el siglo XIX y XX los Union Stock Yards o distritos en los que se empaquetaban los alimentos, albergaba, como la legislación sanitaria para el consumo de carne y los derechos laborales, amplias lagunas que eran, de hecho, vastos descampados. La “gran llaga” que era la ciudad se desarrollaba como si empleara esos espacios de vertederos. Allí prosperaban “hierbas amarillentas y sucias que cubrían innumerables latas de tomate vacías”. También crecían en cantidades incontables miríadas de niños pese a que la zona carecía de escuelas y que era frecuente hallarlos jugando en los estercoleros. Las casas formaban hileras por encima del nivel de la calle, por la que corrían arroyos y fosos, “grandes socavones llenos de agua verdosa y pestilente. En esas charcas jugaban los niños. Uno se preguntaba de dónde podían venir los enjambres de moscas que oscurecían el aire, y el extraño fétido olor que impedía la respiración, hediondez de todas las putrefacciones del mundo juntas.” Las casas se levantaban sobre un terreno hecho de basuras y desperdicios de la ciudad. Como un sobrante más, la mortandad infantil era cinco veces superior al resto de los distritos. “¡Eran tan inocentes, habían llegado hasta allí tan confiados, y sus protestas parecían tan humanas, tan justas!” -escribió Sinclair. Acerca de los cerdos, aparentemente.

En 1968 un militante demócrata especialmente valioso como precursor de la organización comunitaria escribió acerca de esa zona que “la gente está destrozada y desmoralizada, sin trabajo o recibiendo salarios paupérrimos, enferma, viviendo en chabolas mugrientas, putrefactas y sin calefacción, con apenas comida y ropa para seguir viviendo… era una sentina de odio; los polacos, eslovacos, alemanes, negros, mexicanos y lituanos se odiaban entre sí, y todos ellos odiaban a los irlandeses, que devolvían ese sentimiento a paletadas”. 

En el taxi que nos devuelve, 117 años después, al aeropuerto, un taxista nepalí que lleva 12 años en Estados Unidos, fuera maestro de escuela en su país natal, escribe poesía y dice gustarle mucho el país de acogida porque oferta muchas oportunidades, pese a que también lo son casi siempre de subsistir mal pagado, llama basura a muchos de quienes llegan hoy desde Centroamérica y Sudamérica. Con esa extraña facilidad con que la carne que sobrevive al matadero habla a veces de aquellas que no lo consiguen.

Nombrada en 2021 la segunda ciudad más bella del mundo tras Praga, y poco antes, la de mayor calidad de vida urbana de las 32 mayores ciudades del mundo, es al mismo tiempo un lugar en el que una de cada cinco personas vive en la pobreza, con lo que eso significa en un país en el que el papel público en la protección de los más desfavorecidos es sistemáticamente atacado por el partido republicano en todo el país. Habiendo sido escrito en su día para describir la sociedad de 1905, las líneas de Sinclair hablan en la actualidad de esas fuerzas retrógradas, racistas y fanáticas que pastan hoy en las mentes de buena (mala) parte de su población como antaño terneros y cerdos: “gobernada por extrañas fuerzas, llena de criaturas que se depredaban mutuamente, que no cesaban en su cacería, que por la mañana seguían las huellas de sus víctimas y de noche las acechaban a su paso. La única diferencia era que no buscaban sangre, sino dinero, aunque tan pronto uno se había convertido en presa una o dos veces, entendía entonces que no había ninguna diferencia en ello”.

2 comentarios:

  1. Interesante, justo acabo de leer El matarife, de Sandor Marai

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  2. El "Matadero" de Echeverría, obra fundacional del realismo rioplatense ,fue escrito entre 1838 y 1840, aunque publicado recién en 1871, tiene como trasfondo el enfrentamiento entre federales y unitarios.,representacion de las dos facciones políticas que se enfrentaban en ese momento en el país, una en el poder, Juan Manuel de Rosas ,el partido federal la otra el partido Unitario.
    Echeverría construye una metáfora de la realidad política, por una parte la brutalidad sangrienta del matadero y sus actores ,por la otra la agresión al unitario que circunstancialmente transita por el lugar.
    La crítica del autor no apunta al sacrificio vacuno ,al fin y al cabo era parte importante de su dieta también, sino a la asociación entre lo sangriento y brutal y el federalismo.Dos modelos de país que, hasta la fecha siguen coexistiendo a diferencia del bipartidismo norteamericano, en el cual a la hora de invadir y masacrar,imponer bloqueos, secuestrar y tirar cadáveres enemigos desde un helicóptero o sostener con entusiasmo el sistema más injusto, egoísta y represivo, generador de una sociedad enferma,se dan la mano y coinciden patrioticamente.

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