Uno
siempre ha pensado que un sombrero representa, contiene, parte del civismo que ya
no llevamos en la cabeza. Otros sitios inusuales en que buscarlo son ese anuncio
que imprimía hace unos meses, en un programa de mano, el ruego de no toser,
carraspear o hacer gárgaras entre los movimientos de una sinfonía. O el cartel
que, nada más subir al tren que lleva de Amsterdam a Haarlem, advierte la obligación
de no hablar de forma que pueda molestar al resto de pasajeros. Entender que tu
silencio es parte de algo escrito en 1861 está condenado al fracaso porque quien
desprecia la instrucción lo hace sabiendo que el entorno –que tose, carraspea y
hace gárgaras al unísono- le ampara. Bastan unos minutos para que nadie en el
tren dude que somos españoles. De vez en cuando el tren se detiene en una
estación, emitiendo un chirrido desagradable, como si carraspeara.
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