martes, 3 de septiembre de 2013

las siete vidas inservibles


Por imposible que parezca, de haber publicado en inglés o español su Maestro y Margarita, Bulgákov habría penado aún más el limbo al que el favor y el desdén simultáneos de stalin le condenaron en vida. Y difícilmente éste podía ignorar que el protagonista de la novela –Satán- y la versión pública de sí mismo –stalin- se parecían ya bastante fuera de sus páginas para alentar el símil desde las librerías. La prodigiosa estructura de la novela acaso estaba ya preparada desde su mismo comienzo para merecer el juicio que, incluso sin ser leída, le esperaba: contando con el beneplácito a tiempo parcial de stalin, que permutó la muerte o el exilio de Bulgákov por la de sus obras, es decir, contando con lo que aparentemente le permitía optar a ver publicadas sus novelas o representadas sus obras para, en el mismo comunicado, negarle todo lo anterior, quizá Bulgákov rescribió ese comunicado al principio de su novela: y así, el tranvía que atraviesa los jardines que rodean el estanque del patriarca, en Moscú, nunca lo hizo. La profecía que Voland (Satán) hace a Berlioz –ser decapitado por una joven- se cumple sin llegar a ser lo que éste entendiera. Incluso la sociedad de escritores que éste encabeza en la novela, y que podría ser la de los escritores censurados como el propio Bulgákov, es en realidad una que más englobaría a sus censores.
Sobre la muerte en vida de sus textos, sobre la percepción íntima de ese fallecimiento, independiente de cómo la perciben los que asisten a ella, escribió Tolstói en su relato La muerte de Iván Ilich, publicado en 1895, -“Qué bien y qué sencillo –pensaba. ¿Y el dolor? –se preguntó- ¿dónde se ha metido? ¿dónde estás, dolor?. Se puso a escuchar atentamente. Aquí está. Bien, que duela. ¿Y la muerte? ¿dónde está?. Buscó su habitual miedo a la muerte y no lo encontró. ¿Dónde está? ¿cómo es la muerte¿ no tenía miedo de ninguna clase, porque tampoco ella existía. En vez de la muerte había luz. ¡Así que, mira! –exclamó en voz alta- ¡qué alegría!. Para él todo esto ocurrió en un instante y el significado de dicho instante ya no cambió. Para los presentes, su agonía se prolongó aún dos horas más. En su pecho borbollaba algo; su cuerpo extenuado se estremeció. Después, los estertores fueron haciéndose más espaciados. ¡Se ha terminado! –exclamó alguien. El oyó estas palabras y las repitió en su alma. Se ha terminado la muerte –se dijo- ya no existe. Aspiró el aire a media aspiración y falleció.”
Un gato enorme y violento acompaña en la novela al diablo en sus correrías, y el día que uno llega hasta el estanque del Patriarca, un hombre que se tambalea y que se dirige fugazmente hacia mí acaba en un banco del parque, sentado entre estertores, con más fortuna de la que tienen los gatos que pululan por doquier en las poblaciones rurales al noreste de Moscú, y que porteros de hotel y monjes de monasterios se afanan en no dejar entrar. Enésimamente Bulgákov, cuantas más vidas se te dan, de más sitios se te expulsa. 

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