jueves, 5 de septiembre de 2013

soviet del cloroformo


Un oso disecado en el vestíbulo precede a la figura de Pushkin sentado a una mesa que más inquieta por su vívido aspecto cuanto más te acercas. Dos de los perros que volvieran del espacio en las primeras pruebas del programa espacial soviético te miran desde su vitrina en el Museo de la cosmonáutica. Retener la vida, tan museístico, tropieza en el mausoleo de Lenin con el intento de retener la muerte. Nadie vería normal que un oso o un perro fueran disecados para parecer muertos, y nos parecería grosero disecar a un hombre para que semeje vivo. Soslayada la propia voluntad del difunto y de su viuda, si stalin debió, siquiera por un instante, considerar una momia que imitara el gesto que frisos y mosaicos reproducen por todo Moscú, se le debió helar la sangre: un muerto que parece muerto solo sugiere compasión. Un muerto que parezca vivo puede mantener vivas sus ideas, o al menos, la diferencia con su sucesor. Un oso, un perro, Pushkin… estarían mejor vivos. Stalin no podía permitirse que alguien pudiera pensar eso del hombre que en su testamento político aconsejara su propio cese como secretario general. “Stalin: problemas del leninismo”, libro con el que Kapuscinski aprendió ruso en la escuela acaso se imprimía cerca del taller de fundición donde se sopesaba el encargo de la estatua de Lenin que debía coronar el Palacio de los soviets, la longitud del dedo índice, 6 metros. La anchura de sus hombros, 32. El peso de ese Lenin, 6.000 toneladas. La estatua que, en la Plaza roja de Moscú, hoy luce frente a la catedral de San Basilio fue ordenada desplazar hasta ahí por Stalin desde su lugar original -frente al Kremlin. Representando al príncipe Dmitri Pozharski y al carnicero Kuzmá Minin que a principios del XVII reunieran voluntarios para el ejército que luchó contra las tropas polacas que invadieron Rusia, el símil del primero con la figura de Lenin debía ilustrar más de lo aconsejable el otro símil, aún más evidente. Disecado su busto en mármol, como el resto de líderes soviéticos enterrados junto a las murallas del Kremlin, más cercano a los perros y los osos, solo se merece a Pushkin en el epitafio escrito por éste en Boris Godunov -“Si sangre, lágrimas, sudor perdidos por causa de lo que aquí se guarda salieran de repente por milagro de las entrañas de la tierra, ¡qué diluvio sería aquello, qué inundación!”. 

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