viernes, 13 de noviembre de 2015

meet the scottish





El Museo Nacional de Escocia alberga estos días Photography, A victorian sensation, un recorrido por el rostro de la fotografía en el siglo XVIII y XIX. El nuevo brillo de la fiel reproducción del mundo llegó de la mano de la opacidad del mismo mundo representado. La revolución industrial, auspiciada por la máquina de vapor del escocés James Watt en 1769, oscureció los cielos de las ciudades mientras en su núcleo prosperaba el pulmón de la sociedad futura: la clase obrera, posteriormente burguesía, que hizo de Glasgow un lugar floreciente, al menos durante setenta años. Los astilleros y los talleres de la industria del algodón que en 1840 llevaron su población hasta los 20.000 habitantes vieron perder en 1931 el 65% de esos empleos.
Cuando el petróleo del mar del norte reinició los motores de la economía nacional en la década de los setenta, ya no existía en qué emplearlo: el país que empezara el siglo como potencia mundial en ingeniería naval y construcción, en producción de tejidos, acero, hierro y carbón había declinado irremediablemente, de camino a la revolución industrial del siglo XXI, que ha cambiado la emisión de vapor por la de activos tóxicos. Edimburgo es hoy una de las plazas financieras más importantes de Europa. Y en ello, acaso una de las pocas en las que el consumo desorbitado de Whisky está justificado.
Hoy, cuando llamar “inglés” a un jugador escocés durante la retransmisión de un partido de fútbol provoca cientos de llamadas de protesta a la BBC, la identidad nacional sigue saliendo a la calle vestida de ambos bandos: orgullosa, rabiosamente escocesa, pero capaz de votar mayoritariamente a favor de seguir siendo parte del Reino Unido. Al menos tan ingleses como el resto. O exclusivamente escoceses de puertas adentro, que también podría ser.

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