Pocas cosas como viajar proporcionan la ocasión de
ver sin llegar a entender: Escocia es caro y no lo es. El transporte es caro. Los
museos son gratis. Hace frío pero se ve gente en manga corta. Incluso en
noviembre hay pantallas gigantes al aire libre mostrando fútbol delante de
terrazas enormes y vacías, como si en algún momento fueran a llenarse. Las barricas
que no ocupa el whisky parece llenarlas la cultura: En Glasgow se representa
estos días la adaptación de Emma Rice del texto de Daphne du Maurier´s Rebecca,
que Hitchcock llevara al cine. Edimburgo acoge su Festival
internacional de cine que incluye la nueva película de Spielberg con guión de
los hermanos Coen, el documental Listen to me Brando a partir de cientos de
cintas grabadas por Marlon Brando o Taxi Teherán, de Panahi.
Edimburgo, que vive a la altura del no escasamente
ambicioso eslogan, y consecuente web, cityofliterature, dedica una semana anual
–esta- a honrar a Stevenson, este año la aplicación de su obra en cine y
teatro. Ocho páginas de actividades que incluyen un debate en una sala del
Parlamento. El cuadernillo que extracta los medios y programa del centro de
escritura creativa, en el bucólico paisaje de Moniack Mhor, se va hasta las
cincuenta páginas. El de la Orquesta de cámara de Escocia, radicada en
Edimburgo, tiene treinta y cuatro. El del Citizens Theatre, en Glasgow,
cuarenta y cuatro. El que contiene el programa del Festival internacional de
narradores –Stories without borders-, que viene de terminar estos días,
veintiocho. Y acaba solo en teoría: Edimburgo tiene su propio centro de
narración escocesa, un lugar en el que aprender a contar historias o solo a
escucharlas. Alguno de los programas tiene apenas una actividad cada cuatro hojas.
Pero todos son detallistas, diseñados para transmitir una ambición al mismo
tiempo que un programa.
Basta asomarse someramente a la lista de escritores nacidos en cualquier capital europea para advertir que Edimburgo es la ciudad que más improbablemente podría nombrarse ciudad de la literatura. Lo más aventurado deja de serlo, no si una decisión política invierte en ello lo bastante, sino si la población cree en la idea con o sin financiación pública. Edimburgo atrae cada verano millones de personas y lo que hace atractivo un festival tan largo no se evapora en septiembre. La cultura puede ser parte activa, y lubricada, de una sociedad o, como en España, solo de su sistema recaudatorio. La diferencia podría no ser la extensión y detalle de los programas teatrales, cinematográficos, musicales o literarios que una ciudad pone al alcance de sus ciudadanos y turistas. Pero es seguro que la demanda, la buena y la mala, bebe de la fuente visible. Y aquí de agua entienden.
Basta asomarse someramente a la lista de escritores nacidos en cualquier capital europea para advertir que Edimburgo es la ciudad que más improbablemente podría nombrarse ciudad de la literatura. Lo más aventurado deja de serlo, no si una decisión política invierte en ello lo bastante, sino si la población cree en la idea con o sin financiación pública. Edimburgo atrae cada verano millones de personas y lo que hace atractivo un festival tan largo no se evapora en septiembre. La cultura puede ser parte activa, y lubricada, de una sociedad o, como en España, solo de su sistema recaudatorio. La diferencia podría no ser la extensión y detalle de los programas teatrales, cinematográficos, musicales o literarios que una ciudad pone al alcance de sus ciudadanos y turistas. Pero es seguro que la demanda, la buena y la mala, bebe de la fuente visible. Y aquí de agua entienden.
yo lamenté especialmente no saber inglés al estar en Edimburgo, la cultura se quedaba fuera de mi alcance como no fuera visual
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