sábado, 7 de abril de 2018

Domingo de resurrección


Nuestro recorrido turístico por las comisarías berlinesas -tres en una mañana- desemboca en el edificio de ladrillo rojo, imponentemente almenado, situado en la calle Friesenstrabe. Como con el aeropuerto de Tempelhoff, uno no puede evitar verlo tal si faltaran las banderolas nazis que cuelgan de ellos en las fotografías simulando etiquetas de una era que se hubiera apropiado de cuanto contaminaron como si esos edificios no hubieran estado ya allí antes.
La puerta que franqueamos da a un pasillo angosto, ominosamente coronado por una alambrada. Dentro, en una de las dependencias en que decenas de miles de ciudadanos inocentes pasaron en ellas el terror de que su inocencia no les salvara de la culpabilidad que se cernía sobre ellos -escritores, cineastas, profesores, artistas, homosexuales, judíos- como una banderola más, postales de colores vivos cuentan hoy a quien quiera cogerlas las bondades de una policía normalizada.
A esta dependencia llegó hoy, antes que nosotros, un ciudadano probablemente alemán, a devolver una cartera hallada ayer. Como si tanta inocencia en vano sobreviviera, reencarnada en varias generaciones, hasta poder ser orgullosamente paseada, cuanto dinero y tarjetas de crédito tuviera la cartera, sigue en ella.
Un amigo que ha pasado varios veranos en Berlín cuenta cómo su preocupación inicial por dejar la mochila siempre a la vista, donde pudiera vigilarla, duró lo que la explicación de un oriundo: nadie quiere tus cosas. La causa de la ausencia de cortinas en las ventanas es leída bajo el mismo prisma: a nadie le interesa lo que hagas en tu casa.
Alemanía, demonizada de continuo en la prensa española por negarse sistemáticamente a pactar la mutualización de la deuda, es decir, por negarse a integrar el valor de la deuda pública que emite (incluso a intereses negativos durante los peores años de la Gran Recesión reciente) en un solo bono que la equipare en calidad y rigor a la deuda pública del resto de países de la Unión Europea, incluida la española o la italiana, podría decir en alto mil veces que su cartera de ingredientes-país no tiene nada que ver con la nuestra, y acaso necesitar que un español pierda la suya para que el enorme diferencial de civismo e importancia cultural entre las sociedades europeas muestre nítidamente la clave: si es cierto que todos buscamos lo mismo, también lo es que cada país encuentra lo que quiere encontrar.

2 comentarios:

  1. la b "rara" alemana, es una doble "s". Es decir: Friesenstrasse. Que por cierto, "strasse" es calle. Técnicamente has dicho la calle calle Friesen. XD

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  2. no, no
    yo quería escribir frankenstein

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