Es todo un acontecimiento solamente entrar en el lugar. Tres plantas muy horteras, con fotografias del rey por las paredes y ventiladores funcionando a toda maquina. Mil colchones en el suelo; no se, quiza exagero, pero muchos. Y todos con muy mala pinta.
Entrar en el centro de masajes de los ciegos, aqui en Chiang Mai, es una experiencia. Descalzarse para recorrer los pasillos, y dejarse tocar por unas manos que no sienten tus gestos, es indescriptible.
Recuerdo una vez, durante un reportaje, que me dieron un masaje ayurvedico a cuatro manos. Fue en Madrid, en uno de los pocos lugares en los que puedes encontrarlo. La persona a la que entreviste me dijo que hacia poco, un invidente habia probado el mismo tratamiento, y contaba como su sensacion era la de alguien que recibe un masaje de un extaterrestre (por la sincronia de las manos).
En este caso, soy yo la que ve. Y las manos que se deslizan por mi piel las que detectan, pero las que no son capaces de visualizar nada. La precision de esas manos es impecable; exagerada, diria yo. Alude a cada punto concreto, con la presion adecuada y la tecnica incorporada en el alma, no en la mente.
Probablemente ahi resida el secreto y la sorpresa. El secreto incomodo de saber que no te entienden ni te descubren desnuda; la sorpresa insospechada de comprobar que tu desnudez empieza donde terminan sus dedos.
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