Tiene algo de infantil la adoración. Por incondicional, dura lo que la edad primera en lograr la adolescencia. Por crédula, lo que tardan ciertas mentiras en caer del árbol de la verdad. Los padres eran esos reyes de niños, y de mayores vienen los dioses a ocupar su lugar. Algunas sociedades y no pocos individuos escogen, respectivamente, ya de adultos, preservar ambos altares, y así, los primeros se quedan con los reyes. Y los segundos, con los dioses. Tailandia tiene de ambos en cantidades asombrosas, acaso únicas en el mundo. Con la misma perseverancia –aunque sin su soberbia criminal- con que, en Estados Unidos o Israel, la ultraderecha exhibe su músculo idiotizado por la religión y otros tejidos adiposos, aquí se acude a los templos para honrar a un monje que predica la privación con la probada credibilidad de un antepasado, y fuera de ellos, se venera a un rey como si fuera un padre, infantilismo incluido en las estampas de pastelería social sembradas en la ciudad. Y que se encuentran con lo religioso en las aberrantemente serviles muestras de exaltación del amor debido vistas hace nada, cuando el cumpleaños de la reina consorte. Como un juguete creado por nuestra mano derecha, al que la mano izquierda decide creer cuando aquel echa a andar, algo que crear resiste camuflado en algo que creer. Hibernado y a la vez visitable, como Disney.
jueves, 2 de septiembre de 2010
Comer del mito del bien y del mal
Tiene algo de infantil la adoración. Por incondicional, dura lo que la edad primera en lograr la adolescencia. Por crédula, lo que tardan ciertas mentiras en caer del árbol de la verdad. Los padres eran esos reyes de niños, y de mayores vienen los dioses a ocupar su lugar. Algunas sociedades y no pocos individuos escogen, respectivamente, ya de adultos, preservar ambos altares, y así, los primeros se quedan con los reyes. Y los segundos, con los dioses. Tailandia tiene de ambos en cantidades asombrosas, acaso únicas en el mundo. Con la misma perseverancia –aunque sin su soberbia criminal- con que, en Estados Unidos o Israel, la ultraderecha exhibe su músculo idiotizado por la religión y otros tejidos adiposos, aquí se acude a los templos para honrar a un monje que predica la privación con la probada credibilidad de un antepasado, y fuera de ellos, se venera a un rey como si fuera un padre, infantilismo incluido en las estampas de pastelería social sembradas en la ciudad. Y que se encuentran con lo religioso en las aberrantemente serviles muestras de exaltación del amor debido vistas hace nada, cuando el cumpleaños de la reina consorte. Como un juguete creado por nuestra mano derecha, al que la mano izquierda decide creer cuando aquel echa a andar, algo que crear resiste camuflado en algo que creer. Hibernado y a la vez visitable, como Disney.
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