Cercados en el vagón del metro por colegiales uniformados, constancia de cuán similares son los formatos de quienes de día pululan Bangkok escrupulosamente vestidos de colegio, incluso en la universidad, con los de quienes, de noche en los barrios prostibularios, tristemente semejan el mismo colegio –caras aniñadas, grupos bien nutridos, el mismo uniforme, esta vez sin apenas ropa que las cubra. Y ese otro añadido, a su lado: el de los clientes con edad de ser profesores, tantos de ellos jubilados.
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