miércoles, 1 de septiembre de 2010

sobre la tela de una araña


Los elefantes, símbolo orgulloso del país, necesitan centros que reparen y alivien tanta gloria. Si en vez de domesticarlos brutalmente se les toreara, en vez de conservacionistas tendríamos intolerantes carentes de todo sentido de la libertad cultural. Qué utilidad puede tener un paquidermo dejado vivir libre en su hábitat, comparado con la rentabilidad que se obtiene de subir y bajar de él turistas, o ponerle a pintar o tocar instrumentos musicales en las calles de Bangkok. El argumento es el ubicuo: alguien está dispuesto a pagar por ello y eso basta. Familiarmente, la tradición hace aquí lo que el toreo extrae en españa de la raigambre nacional, aunque sin esa gloria nuestra por la cual el adn de una sociedad se obtiene de la sangre, y cuanta más sangre, al parecer más adn. Sólo que el elefante es una caja registradora, atrae turismo, y como tal, la tortura de su domesticación busca generar ingresos: es un impulso animal contra otro. Nada le da a uno más asco en la distancia con españa que la pretensión de arte con que, en lo taurino, se sacraliza el bestialismo que domeña otro, esos que subidos al toro ensangrentado hablan de paisaje.

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