domingo, 23 de septiembre de 2012

contando a la tripulación


La ballena gigante que acaso Melville viera a bordo del Acushnet en 1841 bien pudiera haber sobrevivido a los barcos balleneros para hundir, una década después, un barco idéntico al Pequod, que en la imaginación de aquel zarpará de Nantucket en 1851, como lo hiciera en la vida y la muerte reales el Essex en 1821, hundido por una ballena tras zarpar, también de Nantucket. Los océanos reales y los posibles se alternan sin que sus nombres cambien, y por debajo de todos ellos podría nadar una ballena tan parecida a aquella como un nieto pueda parecerse a su abuelo. Si sobrevivida a lo que un Achab real pudiera haber pugnado a mediados del siglo XIX, su descendiente podría haber vivido hasta 1961. En apenas tres generaciones, la ballena que enviará al fondo del mar a un barco que zarpara a no muchas millas de aquí, podría ser esta que aparece del mar en calma y repite su salto majestuoso hasta cinco veces, como si con ello le diera tiempo a vernos bien, apiñados en un barco desde el que un altavoz dispara sin descanso ni pudor en el volumen la voz de una bióloga a la que uno tiraría al mar, solo por ver si cae con la misma gracia que el nieto de Moby Dick. 

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