De las dos escaleras en Washington que honran o simbolizan los peldaños
que llevan al logro, y la caída, de la política norteamericana, la del Lincoln
Memorial no se puede ascender en solitario. Pero solo los mosquitos parecen
subir y bajar la que, en Georgetown, más escondida que oculta, utilizara
William Friedkin para rodar el final de El exorcista en 1973. Solo ocho más
tarde Ronald Reagan apadrinaría el exorcismo fiscal al país al reducir los
impuestos y desregular el sector financiero, abriendo así la puerta a lo que,
veinticinco años más tarde, produciría una debacle sistémica de la economía
mundial. En la película, la madre de Regan –la niña poseída por el demonio- es
actriz en Washington. Probablemente solo coinciden en que, como el país que
antes o después volverá a elegir a un presidente republicano, Regan no recuerda
nada de lo que le ocurriera.
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