lunes, 1 de agosto de 2016

Las 1001 cláusulas


Acaso en la dificultad de asociar cada noche con una cláusula, cuando Miguel Gomes estrenó la historia de la deriva social de Portugal a raíz de los rescates recientes de la Unión Europea que es su trilogía Las 1001 noches (2015), ubicó al principio de la primera película un esperpento en el que una delegación europea encargada de negociar –imponer- los ajustes fiscales necesarios, acaba entregada a un chamán africano que les proporciona un mejunje que genera una erección permanente. Deshacerse de ella acaba siendo un problema más importante que la negociación, y eso conecta con el armazón que vertebra las miles de páginas de las 1001 noches: la necesidad del sultán de ser entretenido con algo lo suficientemente convincente como para no decapitar a la mujer con la que duerme esa noche.
La noche de los ajustes fiscales que en España dejara la pátina que higieniza a un gobierno corrupto hasta la médula, y una reforma laboral que precariza el empleo podría ser en Portugal una mirada algo más resignada y tranquila donde en nuestro país es pasmada y complaciente, como si al mapa de edificios abandonados en Lisboa durante los años más duros de la crisis financiera reciente -2011/2014- se sobrepusiera hoy, con normalidad esperable, el mar de grúas que se reparten la capital.
En 1843, el cruce de Lawrence Stern y G.K. Chesterton que es Almeida Garrett escribió su Viajes por mi tierra como si un mapa: “Pavimentad carreteras, haced ferrocarriles, construid pajarotes de Ícaro para andar cada cual más deprisa esas horas contadas de una vida toda material, molesta y espesa como habéis hecho la que dios nos dio… reducidlo todo a cifras, todas las consideraciones de este mundo reducidlas a ecuaciones de interés corporal, comprad, vended, especulad. Después de todo esto, ¿en qué salió ganando la especie humana? En que hay unas docenas más de hombres ricos. Y yo pregunto a los economistas políticos y a los moralistas si han calculado ya el número de individuos que es necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infamia, a la ignominia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico”.
Garrett lo era –rico. Pero veía la noche en el día: “No soy reacio a admitir prodigios cuando no sé explicar los fenómenos de otro modo. El Pinar de Azambuja se ha mudado. Cuál de entre tantos Orfeos que la gente ve y oye por ahí fue el que obró la maravilla es más difícil de decir: ¡Son tantos, tocan y cantan todos tan bien! ¿Quién sabe? Se juntarían, harían una compañía por acciones y negociarían un préstamo con que fácilmente se obraría entonces el milagro. Es como se hace todo hoy en día; así es como se pasó del tesoro al banco, del banco a las empresas de crédito... ¿Pero dónde está, entonces, el pinar de Azambuja?... Yo se lo diré: está consolidado. Y si no saben lo que esto quiere decir, lean los presupuestos, vean la lista de los tributos, pásense por los ojos los contratos de crédito.”
La dificultad de entender, en 1843 o en 2006, el eco preciso de lo que parece un aire hasta que lo devasta todo tiene en la película de Gomes episodios más explícitos (el que concurre en el intento de patrocinar un chapuzón invernal de los empleados de una fábrica, o el de la pareja de jóvenes que asiste al abismamiento de quienes, ya mayores, no tienen cómo vivir dignamente), más sutiles (el del bandolero que no termina de serlo y que vaga por los alrededores de una población, más como un espectro de la renuncia a la autoridad que como quien vive de dañar a los demás) o más irreales (el del hombre atrapado en la tela de cazar pájaros).
Pocos más simbólicos que el del gallo que mantiene despierto a una población al cantar solo de noche. Incapaces de entender el hecho, y ante la perspectiva de ejecutarlo, un juez es encargado de asistir a su canto enjaulado. Donde los demás solo escuchan su monocorde graznido, el juez dictamina haber entendido nítidamente lo que dice, y que es una advertencia por los tiempos que llegan.
Necesitado de un rescate financiero, el primer banco del país –Caixa Geral- acaba de obtener 2.700 millones de euros del Banco Central Europeo a cambio de cerrar oficinas y enviar a la noche del paro a 2.500 personas. Algunos de los consejeros del banco serán forzados por Bruselas a cursar un máster exprés de reciclaje, por si sus méritos como gestores no fueran obvios. A cientos de kilómetros, en Madrid, una de las oficinas más visibles de la ciudad queda a unos metros de la sede nacional del pp. Garrett, que sin salir de su país halló un mundo entre dos ciudades, habría apreciado las ventajas simbólicas de la proximidad.

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