Separados en Sintra por un paseo de pocos minutos, el Museo de la
prensa y el pozo iniciático, ubicado en la finca da Regaleira, parecen
comunicados por túneles como los que salen del segundo y ponen a salvo a los
turistas que tanto podrían huir en ellos del calor como del Museo, acaso el
único lugar de Sintra vacío en el día de agosto en que lo visito.
Diseñado, como el pozo, como un símbolo que se desciende exponiendo
significados, el Museo frecuentemente alumbra el lado dedicado a exaltar el
mundo en vez de a escrutarlo, hecho de esa costumbre de las redes sociales que
es mirar hacia quien te mira y no hacia lo que deberías contarles, más pensado
para atraer miradas que significado.
Junto a áreas tan mediáticas como pueriles como la que llena una
amplia sala dedicada a un futbolista y un entrenador portugués, famosos ambos,
la que más hondamente podría contar el grosor del hilo tensado entre el mundo y
quienes lo cuentan -un pasillo escaso en el que varios televisores exponen
brevemente el papel de la prensa en diversos conflictos del siglo XX- parece
escondida como si el resto de la exposición se avergonzara de semejante
concentración de sentido.
En una sala se exhiben portadas de diversos diarios recogiendo la
historia reciente del mundo. En otra, enfrentamientos reputados contados a un
nivel de anécdota –entre Bill Gates y Steve Jobs, entre Lobo Antúnes y
Saramago. Incluso lo que, por sí solo, podría abarcar un museo entero –el
fotoperiodismo- está famélicamente aprovechado.
Uno de los paneles, el ubicado al final de la sección que recoge los
duelos citados, alumbra una visión posible del Museo que pudo haber sido: a
finales de 1925, Diario de Noticias recogió el que acaso fue uno de los últimos
duelos celebrados en Portugal: el que enfrentó a un político republicano y el
monárquico director de una compañía de gas, resuelto con la muerte del primero
por estrés y no por herida de espada. “Desde
entonces, los antagonistas dirimen sus duelos en los medios” –dice el
panel.
Otra forma de decirlo es que las espadas se guardan hoy hasta que
asoma un periodista. La forma en que los medios son usados como escaparates
para difundir opiniones cuya contundencia, o zafiedad, parecen vertidos a
medida de la brevedad con que el periodismo se resume a sí mismo en titulares,
explicaría así a ambos miembros del pacto que une al mundo con el periodismo: ese
en el que la cuota de presencia ha canibalizado el de sentido.
Algunas de las ideas del Museo no ocultan el drama: creados a
mediados del siglo pasado, algunos de los más conocidos superhéroes de tebeo
(Tintín, Spiderman, Superman) son periodistas en sus ratos libres. Otro de sus
paneles va directo al núcleo del problema actual: titulado “Reloaded Anthropocentrism: I m the center”, dice “I like, I don´t like it, I post it, I
decline it, I comment, I block it. My choice, my opinión, my text, my picture,
my video. Goodbye media consumers. Hello media creators, producers,
broadcasters. The world is no longer “that world that belongs to the media”, it
has become “this world belongs to me and my friends”.
Dos de las mejores novelas de Tabucchi –La cabeza perdida de
Damasceno Monteiro y Sostiene Pereira- están protagonizadas por sendos
periodistas que han de afrontar la distancia entre la verdad del crimen de
estado (encarnado respectivamente en policía corrupta e impune, y en la
persecución a la disidencia en los primeros años de la dictadura), y en el
precio que escogen pagar ambos en lo profesional y en lo personal, como si a ese
tipo de pozos solo pudiera descenderse llevando antorchas que te hacen arder
mientras alumbran.
Al pozo iniciático de Sintra, diseñado para simbolizar y acoger rituales masónicos, se llega hoy por esos túneles como por atajos que ahorran el vértigo de subir o bajar por su angosta escalera, el esfuerzo simbólico y real. Llegando a la misma profundidad a la que se descendía hace doscientos años, ese gesto, incluida la penumbra por la que se avanza, es puro periodismo en su estado actual.
Al pozo iniciático de Sintra, diseñado para simbolizar y acoger rituales masónicos, se llega hoy por esos túneles como por atajos que ahorran el vértigo de subir o bajar por su angosta escalera, el esfuerzo simbólico y real. Llegando a la misma profundidad a la que se descendía hace doscientos años, ese gesto, incluida la penumbra por la que se avanza, es puro periodismo en su estado actual.
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