A veces la metáfora, como observó Pessoa, es más real que lo real. Lo
que no quiere decir que la realidad no se defienda: treinta años después de que
José Saramago escribiera La balsa de piedra –la historia de la separación
geográfica de la península ibérica y su flotación libre respecto a Europa- el
gps que llevamos excluye a Portugal de Europa central, dejándolo como único
país encuadrado en Europa occidental.
Hechos de la misma piedra en unas cosas –suelo conquistador y
conquistado-, y de la misma balsa en otras –progreso geográfico en el siglo XV,
clima, gastronomía- en el siglo XX España y Portugal incluso abordan la balsa
al mismo tiempo y desde la misma piedra: a igualdad casi exacta de longevidad
en la dictadura sufrida respectivamente a manos de salazar y franco, no parece
haber servido para crear vínculos entre naciones que se parecen demasiado como
para que esa miopía no parezca algo peor.
La balsa del carácter portugués y la piedra frecuente del español asoma
en la lentitud, a veces asombrosa, que puede masticarse mientras esperas la
comida en un restaurante, y recíprocamente, en la mala educación que transpira,
desde allí, la prisa y las formas abruptas españolas. Sonríen las páginas de
ambos al advertir que algunos textos periodísticos de Lobo Antunes parezcan
escritos en España por Juan José Millás, y al revés.
Uno no sabría decir qué une a portugueses y españoles más de lo que
nos une a italianos, griegos o argentinos, pero no es solo la proximidad
geográfica. Alemania lleva tantos siglos unido a Polonia y Francia como
invadiéndolos. Y ese algo en común podría ser la comodidad que uno siente en
casa ajena cuando reconoce suficientes elementos familiares. Lo que viene a
decir acaso que un país en el que la vida parece ser un acto amable, lúdico o
acogedor tiene más opciones de generar relaciones cordiales con el resto. O al
menos, aplicado a nuestro caso, con otro país en el que eso sea una prioridad.
Mi país es lo que el mar no quiere –escribió un poeta portugués. Eso
explicaría que sea el Mediterráneo, y no el Atlántico, el que parezca acogerles
sin problemas: son más europeos, o lo son de forma más natural, menos crispada,
de lo que ser español exige ser europeo solo cuando no se está siendo lo
anterior. La sociabilidad del portugués parece descender de Almeida Garrett más
que de Pessoa. Afables, tranquilos, conciliadores, la dieta mediterránea les
incluye pese a que la dieta del carácter exhiba digestiones tan distintas de
las nuestras.
La financiera no está entre las que nos separa: con sus principales
bancos intervenidos en la actualidad, y dos años después de que el rescate europeo
dejara al desnudo el armazón político y empresarial, la burbuja de inversión
nefasta que inflara la economía lusa durante décadas parece henchida del mismo
aire que aún sopla en España: especulación, fraude en las agencias de
clasificación (léase también mecanismos gubernamentales), sobreprecios cobrados
como fianza política, y estafa bancaria al servicio de la remuneración variable
de sus dirigentes.
Con los años Saramago adquirió razones más sólidas, o más habitadas,
para privilegiar a España frente a su país natal, pero trató con elegancia la
convivencia necesaria de quienes, apresados en una isla que flota a la deriva
en dirección a Estados Unidos, vertebran la novela encarnada en cinco seres de
ambos países que cruzan las fronteras seguidos de un enjambre de pájaros como
los que anuncian a los náufragos la existencia de tierra.
Saramago, que acabó exiliado en una isla que ni es
Portugal ni, en la protección urbanística ligada a César Manrique, del todo
España, honra así lo que John Donne dejara escrito en los días en que Portugal,
España e Inglaterra surcaban los mares para sembrarlos de fronteras: "Ningún hombre es una isla, completo en sí
mismo. Cada hombre es un fragmento del continente, una parte del todo. Si el
mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, tanto si
fuera un promontorio, como si fuera la casa de uno de tus amigos o la tuya
propia: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy unido a toda
la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por
ti."
Deberías mandar tus textos a una revista porque tienes vocación "columnista". En el mejor sentido posible, claro. Y sí, Garmin tiene más claro que nosotros las diferencias entre España y Portugal, será que sus empleados no conocen uno ni otro países.
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