martes, 21 de agosto de 2018

Cómo refundar la refundación


Uno de los caminos que abrió The Arts and Crafts movement en 1902 atravesaba paisaje enemigo mientras avanzaba: los más de 50 artesanos que se mudaron desde Londres a Chipping Campden con sus familias veían desde las carretas algunas de las fábricas que un siglo antes construyeran el mundo que ellos venían a detener. Solo que en esa zona de los Cotswold la guerra contra la Revolución industrial ya había sido vencida dos veces, y cada vez con más pobreza ganada: una, al comienzo del siglo XVIII, al multiplicar la rentabilidad de los rebaños que hicieran la fortuna de la zona durante la edad media… solo para ver cómo la actividad industrial se concentraba en las ciudades, arruinando así el comercio lanar que históricamente sostuviera la economía local.
Y una segunda vez, cuando esos rebaños sobredimensionados supusieron la ruina de miles de granjeros en la década se 1870. Muchos hubieron de abandonar la zona de Gloucestershire, y los talleres y las casas perdieron gran parte de su valor. A eso mundo retornaron arquitectos, diseñadores y artesanos huyendo de las ciudades sobrecontaminadas en busca de una utopía socialista tranquila, que recuperara la herencia rural, ligada a ese entorno y sus tradiciones, y que recuperara todo aquello que la industrialización masiva había arrebatado a los trabajadores, y que podía ser demandado también por las mujeres. La primera de esas carretas se llamó William Morris.
Había muerto seis años antes pero su huella como arquitecto, diseñador, maestro textil, traductor, pintor, poeta, novelista, militante prerrafaelita, y activista del socialismo británico de primera hora seguía intacta. Su iniciativa, su voracidad vital y creativa, representaba la fábrica nueva que había de sustituir a la nueva, y si bien él ya no, el patrimonio a recuperar ya estaba ahí, construido. El futuro que buscaban quienes, como él, aspiraban a una sociedad creativa, abierta y plena, estaba detrás, entre las piedras calizas de los Cotswold que formaban graneros, iglesias y mansiones allí donde uno mirara. Solo había que ponerlo delante.  
Con la llegada del siglo XIX proliferaron los pequeños talleres en los que los diseñadores trabajaban junto a sus empleados privilegiando la calidad de los materiales y el mimo en el proceso de fabricación. Los productores locales proporcionaron la materia prima y los procesos antiguos se fortalecieron de nuevo hasta que esa energía alumbró técnicas nuevas… que insospechadamente acabaron por seducir al Catolicismo, y así la contrarreforma estética acabó diseñando iglesias de nueva planta y accesorios para las nuevas y las viejas.
En uno de esos santuarios de arquitectura magnífica que alberga la Universidad de Oxford, una colección de libros de pequeño formato que incluye títulos como What is culture for?, How to reform capitalism, y The sorrows of work reformula las causas actuales para la rebeldía -nuestra conversión en muebles, en diseños en manos de las multinacionales, nuestro destino como envase de las ideas sociales más abyectas- en breviarios lúcidamente escritos. Para quien desee una experiencia completa, un banco de madera sin clientela frecuente espera delante de los sequoyas, plantados en vida de Morris, de Ashton Hill Woodland, al este de Bristol.

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