martes, 14 de agosto de 2018

Arte y agallas


Una semana antes de viajar a Inglaterra, El País permite leer la entrevista de Anatxu Zabalbeascoa a Peter Palumbo, presidente de The Royal Fine Arts Commission, un “órgano independiente cuya misión es asesorar al Gobierno en cuestiones relacionadas con infraestructuras públicas y estéticas en Inglaterra y Gales”. Los 300 millones de libras de dinero público a su disposición, parte del cual proviene de la lotería, financia, entre otros, The Royal Shakespeare Company, The National Theatre, y la ópera y el ballet que alberga The Covent Garden.
Preguntado por sus orígenes, que le emparentan con lo más glorioso de la arquitectura del siglo XX, Palumbo responde haber tenido un tutor en Eaton que les invitaba a relacionar imágenes: “Van Eyck y Jason Pollock, Mies van der Rohe y Schinkel. ¿Qué conversación hubieran tenido estas dos personas?”. Una vez convencido van der Rohe para construir un rascacielos en Londres, cuenta que “el director del banco que había alquilado el futuro edificio, puso a todos los empleados en pie para recibirlo”. Transcurridos 13 años desde la muerte de aquel, el proyecto no obtuvo el permiso municipal por “carecer de modales”, eso es, por tapar una de las vistas a la Catedral de San Pablo.
Y sin embargo definir como mandato el aprecio por la armonía arquitectónica y urbanística que predomina en los Cotswolds es probablemente desperdiciar una forma de sociedad que parece convivir de forma espontánea, es decir, asimilada como un rasgo del mundo en que se desea vivir, con armonías sacadas del arte, del clima o del paisaje.
Ha de importar poco distinguirlo porque la armonía que se percibe, hecha de silencio, discreción, naturaleza respetada, belleza y amabilidad, tanto ha de permear la actitud ante un organismo que gasta dinero público en financiar el teatro o el ballet, como el cuidado gastado en los muros que bordean una carretera comarcal, la limpieza exquisita que acompaña los senderos de un bosque trazado por caminos para, entre otros usos, el entrenamiento ciclista, o la inexistencia de muros y vallas en torno a las casas unifamiliares.
A solo un avión de ejemplos más aberrantes de convivencia, la armonía parece subsistir a salvo de esa amenaza. Pero este es también el país de nigel farage, y la tentación de emplear la rotura nacional o continental como argumento para ganar elecciones permea el discurso político con esa costumbre que, transmutada la armonía en el verbo  “armonizar”, extrae del término la belleza y el encaje, y se conforma con aglutinar, con la correspondencia entre varias cosas o una multitud. Una turba puede gritar de forma armonizada. Y de hecho sucede en este país, en los estadios de fútbol, con la misma intermitencia infalible con que llueve y deja de hacerlo.
Ese sonido es también, inevitablemente, el de la paradoja: la obra de Anish Kapoor, nacido en la India en un tiempo en que eso significaba ser inglés, ilustra las páginas del nuevo pasaporte británico al tiempo que su opinión sobre el brexit –“ha dado vía libre para ser racista, para ser violenta, para decir “este es mi país, no el tuyo”- resuena con una claridad similar a la que juzga a los políticos de su país como probablemente cualquiera de los propios –“son los más estúpidos del mundo”.
Como con la lección que animaba al joven Palumbo a imaginar conversaciones entre opuestos, la que aglutina el país que uno ve es, con todo, un autorretrato en el que ninguna voz parece gritar más que otra, o no tanto que impida a la otra hacerse oír. Y sí, uno envidia lo que incluso farage no puede evitar representar: hombretones con regaderas que salen de tarde para regar flores que no son suyas, que ponen amapolas de plástico por doquier para honrar los caídos en la I Guerra Mundial; la ausencia de basureros que limpien todo aquello que nadie parece arrojar a la calle; la belleza reposada que las casas parecen transmiten a quienes las habitan; la forma en que usar las cosas no implica abusar de ellas, como se siente siempre en España.
Debajo de los paraguas, el anonimato de la política que no influye en las decisiones del órgano que dirige Palumbo se encarna en la de Bansky, que viene de salir al rescate financiero de las librerías de Bristol amenazadas de cierre.

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