Quizá en un país que tiene la
bruma por acompañante frecuente, lo primero que disipa el conocimiento es aquí algo
menos temible que en otras regiones, donde el sol pudiera hacer pensar que la
verdad es lo que se vio ayer y antes de ayer, y eso ha de bastar. En Bristol
basta un paseo por We the curious, su museo interactivo de la curiosidad
científica.
Comprimido en un pequeño
folleto de 24 páginas en tamaño A5, el manifiesto por una cultura de la
curiosidad aparece separado del que se diría su apellido obvio -la ciencia como
núcleo. Y es porque, imbuido el museo entero de un afán, bastante logrado, por
unir el descubrimiento y el juego, la ciencia y la cultura se presentan
enhebrados como vértebras de un mismo cuerpo social. “La curiosidad es el motor que impulsa la investigación artística y
científica. Es la emoción del conocimiento, el puente que une lo que sentimos y
lo que entendemos. Es la semilla para formular preguntas bellas que conduzcan a
un aprendizaje profundo” -reza el manifiesto. Esto último se encarna unas
páginas más adelante en un imperativo pasmoso: “Haz preguntas bellas”.
Una de ellas es cómo sería un
museo de la curiosidad adulta, uno que propusiera como lema “Ignora las respuestas simples”. Uno que
enseñara que el conocimiento está hecho de esfuerzo, no de resumen. De
extensión más que de frases hechas. Ese museo existe, por supuesto. Hay centenares
en cada ciudad y uno o varios en cada localidad. Se llama colegio. Si no parece
servir como museo de la curiosidad adulta es porque quienes asisten a él son, como
en la frase que reluce en la web wethecurious.com -“¿Cómo es posible amar a alguien que está hecho, en un 70%, de agua?”
– niños en un 70%, como poco.
Lo es aún, si bien ya escasamente,
el propio Museo de Bristol. Sus diecisiete años de ánimo indagador no dan, sin
embargo, para recoger el que sería un símbolo estupendo del alcance de la
curiosidad: la nave Mars Science Laboratory, conocida como Curiosity y enviada
a Marte en 2011, cuya más famosa imagen podría ser, de hecho, algo tan
contemporáneo de nuestra sociedad como sea el selfie: un autorretrato en el que
se reconoce nítidamente el pequeño artilugio explorador en medio del desierto.
Mucho más cerca, no es
complicado encontrar otros en cada parque, ya sean grandes o pequeños. En ellos
abundan las zonas infantiles y alguno de ellos en Cheltenham, dotado de cada
pequeño artilugio explorador posible, podría pasar por parque temático del
juego, en el que algunos padres parecen llevar a sus hijos como excusa para
probar ellos mismos alguna de las atracciones.
A 117 kms. hacia el este, la
tecnología literaria más insospechada espera a quien franquea la puerta de la
tienda de la Royal Shakespeare Company en Stratford-Upon-Avon. Allí se exhiben
a la venta los guiones, teatralizados, de las películas de la saga Star wars,
adaptadas por Ian Doescher al lenguaje versificado del siglo XVII, y en inglés de
ese periodo siempre que la comprensión del pasaje lo permite.
Sus portadas muestran
ilustraciones que añaden a los personajes más conocidos de la saga elementos de
vestuario del siglo XVII -sombreros, armaduras, trajes- y simulan la autoría
shakesperiana al anteponer el nombre del dramaturgo a la “obra” que contiene:
William Shakespeare´s The clone army attacketh, o William Shakespeare´s The
force doth awaken. Dentro, el juego estalla en todo su esplendor: “Enter Kylo Ren, General Hux and an Officer
above, on balcony” -preludia una de las escenas.
Officer: They have destroy´d the turbo lasers, sir.
Hux: I prithee, use the central cannons, then.
Officer: Ay, sir, we shall anon bring them online.
Kylo: Good general, is´t the Resistance pilot?
Hath he somehow absconded?
Es un ejemplo valioso porque la
curiosidad que se pide a quien compra cualquiera de ellos va de delante hacia
atrás. Es decir, exige el esfuerzo que todo conocimiento profundo y real
necesita: el estudio de los precedentes, de la historia que lleva hasta el
presente. Eso calibra la apuesta: de haber optado por el camino oscuro, los
títulos habrían sido Luke y Julieta o El mercader de Tatooine. La opción a la
venta es doblemente acertada porque, evitando el ridículo de ambientar Noche de
reyes en una galaxia muy, muy lejana, también se juzga adecuada,
escrupulosamente qué materiales han de adaptarse, de someterse a otros.
La sabiduría previa y ajena facilita el camino de la curiosidad propia, y eso introduce el requisito que en un niño es natural y en un adulto, arduo: la humildad. Uno desconoce si entre la cuidada y colorida jardinería que abunda en las calles de los pueblos de los Cotswolds florece también la humildad, pero si percibo claramente el pudor, el silencio como obligación o como espacio previo a la opinión. Mientras los prohíbe en otros países, solo eso ya da para un museo en cada ciudad de este país.
La sabiduría previa y ajena facilita el camino de la curiosidad propia, y eso introduce el requisito que en un niño es natural y en un adulto, arduo: la humildad. Uno desconoce si entre la cuidada y colorida jardinería que abunda en las calles de los pueblos de los Cotswolds florece también la humildad, pero si percibo claramente el pudor, el silencio como obligación o como espacio previo a la opinión. Mientras los prohíbe en otros países, solo eso ya da para un museo en cada ciudad de este país.
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