De entre los lienzos que parecen observarte tanto como tú a ellos, el de Grant Wood -Gótico Americano (1930)- es uno de los más buscados en The Art Institute en Chicago. Aunque no el que más devuelve en esa mirada: enfrascado en la escritura de cierta biografía de una aristócrata francesa, entre cuyos hitos genealógicos está ser descendiente de uno de los firmantes de la Declaración de Independencia Estadounidense, es días después de visitar el museo que uno descubre que Wood pintó, de hecho, dos años después, el retrato de tres mujeres que posan delante de un lienzo que parece mostrar el paso de George Washington y su ejército por el río Potomac.
El título del cuadro es Hijas de la Revolución, y de hecho es ésta la que, detrás de ellas aparece enfocada, puesto que ellas no lo están. Plácidas, discretamente sonrientes, aunque posan para el espectador como lo hace también el matrimonio de Gótico Americano, ellas sí devuelven la mirada. Solo las gafas de la mujer de la derecha parecen venir del cuadro que Wood pintara dos años antes. Tan alejadas de esa comodidad acogedora, la severidad del hombre y la mujer que esperan en The Art Institute invitan a mirar solo mientras ellos lo consientan.
Todo lo que en ese lienzo aparece es perfectamente nítido. También la mirada huidiza de ella y la herramienta de labranza -un tridente- que él sostiene en su mano derecha, que solo es amenazante si antes se ha detenido uno en sus ojos. Suspicaces o tímidos, los de ella miran hacia un lado, pero no como si algo fuera de plano atrajera su atención sino como si simplemente renunciara a mirar a quien la mira. Quizá porque quien la observa la juzga alguien que no es: fue una de sus hermanas pequeñas quien posó para el lienzo. Tiempo después explicaría que, en contra de lo que sugiere su contemplación, lo hizo como hija y no como esposa del granjero.
En un artículo publicado en The New Yorker en marzo de 2018 Peter Schjeldahl describía a Wood como alguien que en 1941, un año antes de morir en vísperas de cumplir cincuenta y un años, había sucumbido al alcohol, atormentado por las presiones de un colega de la Universidad de Iowa, en la que Wood llevaba años trabajando, para conseguir que le despidieran por su homosexualidad.
Wood, que antes de ver su obra colgada en las paredes de The Art Institute, lo visitó con solo veintidós años para realizar trabajos de labrado en plata, pudiera seguir allí, en otra de sus salas, allí donde un hombre solitario, del que solo vemos su espalda, apura la noche en el cuadro Nighthawks, pintado por Edward Hopper el mismo año de la muerte de Wood.
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