Dotar de una mayor conciencia a una foca solo serviría para crear dolor, pues entonces advertiría toda esa grasa que rodea su cuerpo, y acto seguido tendría que aceptarla como un mal necesario, pues es justo lo que le permite sobrevivir bajo temperaturas gélidas. De la misma forma, la credibilidad de quienes hablan en nombre del partido republicano -un clima extremo, inhabitable, irrespirable en sí mismo- pudiera depender del mismo principio.
O de su final, tal y como es aplicado en democracias mediocres como Rusia, Polonia o Turquía, en las que poner en duda el pasado glorioso de la patria es delito, como en el programa electoral -ejem- de la ultraderecha por doquier. También en Estados Unidos, aunque al ser un país joven se degrade más despacio. Compensado, eso sí, por las energías que ponen en ello.
También es un país inmenso y eso favorece tanto a quienes viven de manipular como de quienes ofrecen escasa resistencia a ello. Pero incluso al granjero de la zona más despoblada o al obrero metalúrgico expulsado de una industria que ya no existe debería serle sencillo -no lo es- ver que el discurso, explícitamente idiota o demente, de Ted Cruz, Sarah Palin, Mitch McConnell o Trump es solo grasa, útil solo en momentos de gran necesidad, cuando la sensatez o la humanidad han de dejarse de lado.
Son momentos que no abundan, no en ese territorio. De ahí que la intención del partido republicano consista, no tanto en disimular la grasa o hacerla pasar por músculo, sino en dibujar un clima social en el que la grasa importe, en que algo inservible, que en condiciones normales sería un lastre, sirva de algo a alguien.
Es así como la cruzada actual (en realidad la de siempre) contra los derechos civiles, que jamás se detiene en la desigualdad racial y salarial, en el deterioro medioambiental o en el racismo inherente a buena parte del país, halla delictivos aquellos libros de texto o material educativo que reconozcan la homosexualidad ya en la niñez. Es una noción atroz que presupone que la inclinación sexual es educable y no instintiva, pero que adecuadamente rodeada de grasa ideológica, puede pasar por una de esas nociones morales sagradas que esa sociedad lleva siglos devorando. Y que el patriotismo ejemplifica como pocos, pues, como la grasa, es fácil de conseguir pero de la que es difícil desprenderse después.
La grasa tira hacia abajo. Y allí -en lo más abajo del abajo- siempre hay un político republicano, uno que se parece mucho a Ron deSantis, gobernador de Florida, que estos días lidera lo que puede, y no puede, ser enseñado acerca del racismo o la orientación sexual, de los libros que puede albergar una biblioteca. Casi a la vez un senador por Montana -Steve Daines- dirá que, a merced de la ley del aborto promulgada por el gobierno, los huevos de las tortugas y de las águilas estarán más protegidos que un feto humano.
Mientras, en Ohio, J.D. Vance, viene de ganar las primarias (la palabra parece inventada para ellos) republicanas en Ohio, apoyado entre otros por Trump, que en un acto reciente delegaba en su hijo Donald Trump jr. para que éste dijera que hace nada al menos estábamos de acuerdo en que los niños deben ser protegidos de los pederastas.
He aquí otra propiedad de la grasa política: permite salvar abismos que, sin ella, dejarían ver que las conexiones, sugeridas o explícitas, de un miserable son solo pura paranoia: es esa grasa la que, para criticar a quienes defienden que los niños reciban una educación conectada al mundo real y a lo que en él existe, identifica primero a los educadores con pederastas. Pero ese es no es el objetivo dado que los profesores de instituto no se presentan a las elecciones. Lo que el hijo de Trump quiere decir es que el partido demócrata es el partido que desprotege a la infancia estadounidense y la pone en manos de violadores.
Es el tipo de mentira que, cuando Obama se presentó a las elecciones, hizo que muchos consumidores de eslóganes republicanos acudieran a los mítines de Sarah Palin para llamarle asesino y terrorista. No parece descabellado que quienes más se oponen al control de la posesión de armas induzcan a quienes las almacenan a pensar que sus oponentes son pederastas, terroristas o delincuentes. Coherentemente, un estudio de The New York Times desvela en paralelo que, solo en Filadelfia, seis pequeñas tiendas de venta de armas distribuyeron entre 2014 y 2020 más de 11.000 armas que más tarde fueron confiscadas tras actos violentos o en manos de quienes las habían obtenido ilegalmente.
Solo creando un entorno irrespirable puede considerarse necesario que el hedor de alguien como Trump sea lo que un país requiere para salir adelante. Chicago puede no parecer uno de los lugares cubiertos por la grasa de la estupidez, la ignorancia y el fanatismo. Al cabo, aquí no hay la basura ostentosa que en nuestro país sugiere que quien la tira está orgulloso de hacerlo. La armonía, exigencia y estética de su arquitectura parece tener en común que se ha preguntado a la persona adecuada, algo que entre nosotros no parece existir en ningún orden de la vida pública. Sin embargo éste es un estado en el que Trump fue votado en 2020 por 4 de cada 10 ciudadanos. Paseando bajo temperaturas gélidas incluso a finales de abril, solo ver focas reales a orillas del lago Michigan sería más normal.
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