Recorrer Chicago junto a una arquitecta es como entrar con un niño en una pastelería. Y pues muchos de los recorridos que oferta the Architecture Center incluyen la visita al hall de algunos de ellos, supone estar al mismo tiempo dentro del juguete y fuera, maravillados ante él.
Pasear las calles de una ciudad estadounidense, incluso una tan abierta, plural y cosmopolita como Chicago, es también estar en varios lugares a la vez, dado que el país que rebosa amabilidad y cortesía allí donde uno entra es también el que estos mismos días sustenta fervorosamente la prohibición del derecho al aborto, o uno en el que la potestad de hacer sonar el claxon parece contar con similar vocación mayoritaria.
La forma en que amplias zonas del noreste de la ciudad lucen cuidadísimos parterres de los que son responsables los dueños de las casas que los tienen delante es una aportación privada al urbanismo, la armonía y la belleza que hay en pasear sus calles. Pero sucede al mismo tiempo que la negativa a sindicarse del 62% de los trabajadores de un almacén de Amazon (segundo empleador estadounidense tras Walmart) en Nueva York, dudosamente todos ellos gente que pueda vivir en el barrio en el que nos alojamos.
Las amplias y limpias aceras, la asombrosa paciencia a la hora de esperar que dejes pasar a alguien mientras caminas, o la apuesta (inconcebible entre nosotros) por preservar y enriquecer el patrimonio arquitectónico, son una forma de inteligencia social que sucede en paralelo a lo que, publicado por John Warner en The Chicago Tribune mientras estamos allí, sostiene que las bibliotecas públicas felizmente existen desde hace tiempo, pues no podrían ser concebidas hoy, dado el grado de desunión que caracteriza a la sociedad estadounidense, sumida “en el punto más bajo de la confianza en las instituciones”.
Las aceras institucionales por las que discurre el camino social norteamericano -gobierno, escuelas, iglesia- expresan en su declive lo que Warner acota a la renuncia a actuar colectivamente, o peor aún, a la sensación obscena de que “alguien esté accediendo a algo que muchos puedan pensar que no merece”. Eso, que define el pensamiento supremacista blanco arraigado en esa sociedad tanto como el impulso demente del partido republicano por ver en los derechos civiles una amenaza a la forma de vida americana, es devuelto a la biblioteca por Warner mediante un razonamiento que suena esencialmente natural aquí: “¿por qué perjudicar a quien puede permitirse comprar libros haciendo que cualquiera pueda acceder a ellos libre y gratuitamente?”
Irónicamente parecido a un tic del socialismo represor, quien no lee es el primero en pedir que se prohíba la lectura. Y los estados que se disponen a prohibir el aborto ensayan desde hace meses la restricción de la lectura en los colegios y bibliotecas públicas, prohibiendo libros que solo una mente enferma consideraría pornográficos o inadecuados para una mente infantil.
Al reseñar un libro recién publicado sobre macartismo, escribe Jamelle Bouie en The New York Times que la paranoia anticomunista surgida en los años cincuenta en suelo norteamericano solo escondía la obsesión conservadora por emplear los juramentos de lealtad para purgar la burocracia federal de personas que “esperaban avanzar en la democracia política y económica al transferir empoderamiento y establecer límites a la búsqueda de beneficios privados”, todo lo que el New Deal de Roosevelt ofrecía.
Bouie recuerda que, sin que el libro lo haga, las lecciones que sugiere son perfectamente reconocibles en dementes como Christopher Rufo, un extremista que alerta del antiamericanismo que encierra hablar del pasado y presente racista como de profesores homosexuales, y que abiertamente ha reconocido querer destruir la educación pública en Estados Unidos. Iniciativas republicanas en Michigan, Ohio o Florida apoyan medidas legales para retirar fondos del dinero público en las escuelas que enseñen la realidad sobre el supremacismo blanco, y en aquellas que, hasta tercer grado, impartan la más mínima enseñanza de orientación sexual o identidad de género. En la práctica, los colegios habrán de retirar cualquier libro o material educativo que haga referencia a temática homosexual. Los profesores que vulneren la norma podrían ser suspendidos de empleo o incapacitados para ejercer su profesión.
Ligada frecuentemente a buena parte del poder económico más conservador, la cuota de regresión social adjudicada a los voceros republicanos parece querer compensar una traición, la que perpetrara uno de los suyos, el magnate del acero Andrew Carnegie, cuyas donaciones -erigidas, como el resto de su fortuna a base de prácticas monopolísticas y aplastar derechos laborales- habían permitido construir casi la mitad de las bibliotecas públicas estadounidenses en 1919, 105 de las cuales se hallaban en Illinois, muchas de las cuales aún siguen abiertas.
Mientras, no pocos de quienes frecuentan bibliotecas, solo para acabar a merced de empleos muy por debajo de su cualificación ganada en la universidad, pudieran estar sentando las bases de una nueva herramienta para luchar por sus derechos. Se lee en The New York Times que muchos de los trabajadores jóvenes salidos de la universidad que sufren hoy las consecuencias de la Gran Recesión sienten que las promesas hechas a sus padres -ve a la universidad, trabaja duro, disfruta de una vida confortable- han saltado hechas pedazos. Y que sindicarse pudiera ayudar a resucitarlas.
Suena extraño a partir de ese 62% de empleados de un centro de Amazon que deciden lo contrario. Pero quizá solo hasta que se considera que uno mucho mayor, en el otro lado de la calle, votara en abril lo opuesto. O que el apoyo a la conveniencia de sindicarse pudiera haber crecido desde el 55% de finales de los noventa a un 70% en la actualidad. Y que podría ser aún mayor en los graduados recientemente.
25 pisos por encima de todo eso, con unas vistas asombrosas a algunos de los edificios más impresionantes de la ciudad, la casa en la que nos alojamos, asentada en una de las zonas más exclusivas de Chicago, no tiene un solo libro en sus paredes.
Buena reseña de las contradicciones (??) Y riesgoso rumbo de la sociedad americana.
ResponderEliminarMejor título no se podía poner