martes, 3 de mayo de 2022

Posando para lo que no eres

A veces los muertos van y vienen entre los vivos. La cara espectral de la cantante May Milton, asomada a la parte inferior derecha del lienzo At the Moulin Rouge, pintado por Toulouse-Lautrec entre 1892 y 1895, desapareció después, suprimida del lienzo junto a cuanto hubiera en esa franja vertical de lienzo, al considerar éste que esa mueca terrible restaba posibilidades al cuadro de poder ser vendido. Toulouse-Lautrec llevaba trece años muerto cuando esa parte fue reintegrada al lienzo, y es así como se exhibe en The Art Institute en Chicago. 

Resucitada sin dejar de parecer un cadáver, el rostro de Milton se transformó después en el de una segunda cantante, Jane Avril, ya de cuerpo entero, aunque en una de ellas, fechada dos años antes de su muerte, lo envolviera en una serpiente. Más joven que Avril, Milton solo parece más muerta. Pintada en tonos ácidos, azules y blancos, el retrato incluido en At the Moulin Rouge parece iluminado por el fogonazo de una lámpara sacada de un estudio fotográfico, más que reflejo del empolvado del rostro que también distingue claramente a las mujeres de los hombres en el lienzo.

Cuando ese rostro espectral volvió de entre los muertos en 1914 pareció anticiparlos, como si representara a los millones de cadáveres que a partir de ese año iba a sembrar en suelo europeo la Primera Guerra Mundial. Quienes aparecen en el cuadro dudosamente llegaron a tiempo de morir en las trincheras. Pero el rostro profético de Avril seguía ahí en 1943, cuando la Segunda Guerra Mundial cumplía ya cinco años de matanzas.

Nacida Jeanne Louise Beaudon, Avril vivió unos longevos 68 años, casi el doble que Toulouse-Lautrec. Y no porque viviera la mitad de sus tormentos: hija de una prostituta y de un aristócrata que las abandonó cuando ésta contaba apenas dos años, fue criada por sus abuelos hasta que su madre la tomó de nuevo a su cargo con la intención de hacer de ella una prostituta. La pobreza y los abusos alcoholizados de su madre la impulsaron a huir, tras lo que fue ingresada en un hospital para ser tratada del síndrome de la Danza de san Vito (tics nerviosos, espasmos de las extremidades y un balanceo incontrolable), que luego se encarnaría, ya a voluntad, en su estilo como bailarina de cabaret.

Paris, que en 1889 acogía la Exposición Universal, era entonces la capital del mundo, y el centro nocturno de ese mundo era el club Moulin Rouge. Por él no solo pasaban pintores. De entre los ojos de los escritores, políticos y empresarios que devoraban a Avril salieron también los que la condujeron a interpretar un papel en Peer Gynt, de Ibsen. Con solo treinta y siete años dejó de actuar y bailar para casarse con Maurice Biais, pintor también, del que se separaría quince años más tarde. Uno de los carteles publicitarios que éste pintara en 1908 para una atracción circense, que consistía en un trazado ciclista que obligaba a los que lo recorrían a recorrerlo boca abajo sin caerse, parece pintado para ilustrar la vida de algunos de quienes asistían a ellos.

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