lunes, 21 de septiembre de 2015

Afluentes del monstruo de la identidad



Si bien inicialmente más cerca de Ginebra que de Lyon, Mary Shelley ubicó parte de la peripecia de su monstruo de Frankenstein junto al Ródano, y es finalmente hasta el Mediterráneo que cruza Victor Frankenstein en busca de su creación, que es decir en busca de sí mismo, de una forma evolucionada de su conciencia que no acierta a advertir, nublado por el crimen de aquel, que es consecuencia directa de la acción de su inventor.
El Ródano atraviesa el sureste de Francia, y una monstruosidad actualizada desciende con él sin dejar de nadar en aguas de lo que Shelley pusiera en el creador de aquella desdichada criatura hecha de cosas muertas: en un país en el que el racismo presume, vía lepenismo, de costuras evidentes, la idea que huye de quien la creara habla francés sin asomo de acento marroquí y cada vez que vuelve la cabeza para advertir a sus perseguidores ve gente normal, que al tiempo que pugna la marginación étnica cultiva viñedos o va al teatro.
Extracta John Carlin en El País 14.9 el libro de Benjamin Barber, Yihad versus McMundo: cómo la globalización y el tribalismo están remodelando el mundo -“Las rebeliones de la izquierda, de la derecha, de los nacionalismos y del islamismo radical que definen el mundo en 2015 se expresan de diferentes maneras pero todos comparten un impulso “yihadista” similar: su rechazo a un mundo culturalmente y económicamente globalizado (“el McMundo”) en el que las multinacionales, los bancos de inversión e instituciones transnacionales como el Fondo Monetario Internacional o la Unión Europea subvierten la democracia, la identidad o la tradición. “Se reúnen aislados el uno del otro”, bajo diferentes banderas étnicas, religiosas o ideológicas, escribió Barber, pero en una lucha común contra “el capitalismo cosmopolita” cuyo dios es el mercado… Esto ha ocurrido como consecuencia del cinismo que ha generado el carácter antidemocrático de las instituciones financieras y la corrupción en las instituciones políticas. El hecho es que sí existe un déficit democrático y parte de la responsabilidad por la reacción que ha provocado la tienen que asumir las democracias europeas”.
La dependencia que Barber sugiere a partir de la propia naturaleza del conflicto –“Lo que propongo en el libro es que hay un choque entre, por un lado, el triunfo del capitalismo global y de un mundo unido alrededor de la comida rápida, los ordenadores rápidos y tal y, por otro, las fuerzas que se oponen a esta noción de la modernidad… La idea clave es que los unos necesitan a los otros, incluso que los unos crearon a los otros”- es la de un monstruo creado por otro, donde, como en la obra de Shelley, cada uno pide cuentas al otro. Y donde, enésimamente, uno no se reconoce como padre del que huye de él. 
Tunecinas, marroquíes, argelinas… como ciudades temáticas, poblaciones en torno a París aglutinan población negra y árabe que demuestran que la renta es la barrera última de la integración. A imagen y semejanza, el ladrillo del muro lepenista, hecho de pérdida de posición social de la clase media oriunda, de voto anciano y poco próspero, acaso también lo es de cierta sensación de inferioridad idiomática respecto a quien habla su lengua tras hablar la de su lugar de origen, al menos atemperado por el hecho de que en Francia se valore la cualificación, venga de donde venga o en el color que venga.

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