Considerada la capital gastronómica de un país cuyo
lema –libertad, igualdad, fraternidad- suena también a principios del placer de
comer, Lyon permite un segundo símbolo que viaja por debajo, oculto tras
puertas anónimas en la parte más antigua de la ciudad: más de trescientos
pasajes secretos –traboules- comunican más de doscientas calles, camuflando un
perímetro de 50 km. en pasadizos angostos, oscuros y no bien ventilados.
Construidos por los comerciantes de la seda en el
siglo XIX para poder desplazar sus mercancías sin exponerlas a la lluvia, y
utilizadas por la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, permiten
preguntar por los pasillos ocultos que unen la identidad de un país bajo el
alfombrado ubicuo de urbanismo, clima, cultura y población visible.
Respuestas nacidas en Lyon, Marsella o Toulouse
dibujan el mapa de un lema antiguo que, en su avanzar por el pasillo del
edificio nacional, parece haber quedado atascado, incapaz de avanzar, tortuosamente
renuente a pensar que retrocede: libertad, igualdad y fraternidad huelen hoy,
en la definición difícil de los consultados, al tamaño de sus respiraderos más
que al de horizontes no tan antiguos.
Lo que fuimos y ya no; lo que se quita a todo el
mundo a la vez, no solo a quien nace aquí o allí; lo que se suponía que
debíamos seguir siendo, lo que se nos enseñó a ser. La nostalgia de un mundo
atrincherado entre tres palabras grandiosas no resiste la presión de las paredes
empujadas hacia dentro por fuerzas que escapan a una mera identidad nacional,
por ancestral o poderosa que sea en la defensa de sus principios.
La pérdida de peso en el mundo como reflejo de la
pérdida de peso individual en una sociedad que prima el individualismo mientras
lo vende a precio de saldo por acumulación de stock. La educación como sector en
el que se invierten las mejores vigas. La influencia de la francmasonería en
decisiones de calado nacional. El racismo como hijo tonto de un colonialismo
mal digerido, deseado tragar de una pieza para que pase mejor.
La autocrítica solicitada suena más doliente en un país en el que, al contrario que en el nuestro, la gente se moviliza para pedir cosas o denunciar el menoscabo de otras. En un Liceo francés la educación es pública para un nativo y privada para el resto. Entre sus paredes, por ley, la obra de Claude Lanzmann es tan obligatoria como la de Moliére. En Francia está mal visto hablar de dinero, de la ostentación que sarkozy tan explícitamente representa.
La autocrítica solicitada suena más doliente en un país en el que, al contrario que en el nuestro, la gente se moviliza para pedir cosas o denunciar el menoscabo de otras. En un Liceo francés la educación es pública para un nativo y privada para el resto. Entre sus paredes, por ley, la obra de Claude Lanzmann es tan obligatoria como la de Moliére. En Francia está mal visto hablar de dinero, de la ostentación que sarkozy tan explícitamente representa.
Una mujer parisina explica que esos túneles
pudieran constar de dos muros superpuestos: uno compartido por todo francés,
sea cual sea su origen o pretensión étnica, hecho de rasgos comunes ligados al
aprecio cultural, idiomático y geográfico que incluye laicidad, igualdad,
derechos inalienables. Y otro, constituido por identidades secundarias, más o
menos confortablemente asentadas sobre tan sólido somier. Y es un compromiso
transparentemente establecido y exigido: su marido cubano hubo de firmar un
contrato de integración.
Es un país que aún hoy ama el debate político y
desprecia el fraude fiscal. Donde la calidad es un factor no negociable. Y la
solidaridad, un vector social sin necesidad de subvenciones que la mantengan
viva. Donde hablar de lo que cenarán es un adecuado tema para la hora de la
comida. Y donde una película, estrenada estos días en España, como La cabeza
alta (La tête haute) sobre los ímprobos esfuerzos del sistema educativo y
judicial francés por no dejar a nadie atrás (frase que suscribe repetidamente mi
vecina, una profesora nacida en Toulouse) no se ve como ciencia-ficción.
Abarcar puede servir para que todo duela más o para
lo contrario, y sintetizar Francia parece doler por comparación del diseño
original con el actual. Nadie de los preguntados habla de lo conservado en el
proceso sino de lo perdido, y eso podría ser tanto autoexigencia propia como ese
rasgo tan español: el desdén por lo que de realmente valioso tiene la identidad
nacional en medio del ruido, la vulgaridad, lo pueril.
Abarcar puede servir para que todo duela más o para
lo contrario, y sintetizar Francia parece doler por comparación del diseño
original con el actual. Nadie de los preguntados habla de lo conservado en el
proceso sino de lo perdido, y eso podría ser tanto autoexigencia propia como ese
rasgo tan español: el desdén por lo que de realmente valioso tiene la identidad
nacional en medio del ruido, la vulgaridad, lo pueril.
Como en los traboules que hormiguean Lyon, lo que
se tiene, guarda y vigila en las casas que surgen mientras los recorres pudiera
decir del territorio visible lo que la propiedad privada dice del espacio
público: que lo que es de todos se difumina a medida que prospera lo que te
precias en guardar solo para ti.
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