viernes, 18 de septiembre de 2015

Túneles al aire libre



Considerada la capital gastronómica de un país cuyo lema –libertad, igualdad, fraternidad- suena también a principios del placer de comer, Lyon permite un segundo símbolo que viaja por debajo, oculto tras puertas anónimas en la parte más antigua de la ciudad: más de trescientos pasajes secretos –traboules- comunican más de doscientas calles, camuflando un perímetro de 50 km. en pasadizos angostos, oscuros y no bien ventilados.
Construidos por los comerciantes de la seda en el siglo XIX para poder desplazar sus mercancías sin exponerlas a la lluvia, y utilizadas por la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, permiten preguntar por los pasillos ocultos que unen la identidad de un país bajo el alfombrado ubicuo de urbanismo, clima, cultura y población visible.
Respuestas nacidas en Lyon, Marsella o Toulouse dibujan el mapa de un lema antiguo que, en su avanzar por el pasillo del edificio nacional, parece haber quedado atascado, incapaz de avanzar, tortuosamente renuente a pensar que retrocede: libertad, igualdad y fraternidad huelen hoy, en la definición difícil de los consultados, al tamaño de sus respiraderos más que al de horizontes no tan antiguos.
Lo que fuimos y ya no; lo que se quita a todo el mundo a la vez, no solo a quien nace aquí o allí; lo que se suponía que debíamos seguir siendo, lo que se nos enseñó a ser. La nostalgia de un mundo atrincherado entre tres palabras grandiosas no resiste la presión de las paredes empujadas hacia dentro por fuerzas que escapan a una mera identidad nacional, por ancestral o poderosa que sea en la defensa de sus principios.
La pérdida de peso en el mundo como reflejo de la pérdida de peso individual en una sociedad que prima el individualismo mientras lo vende a precio de saldo por acumulación de stock. La educación como sector en el que se invierten las mejores vigas. La influencia de la francmasonería en decisiones de calado nacional. El racismo como hijo tonto de un colonialismo mal digerido, deseado tragar de una pieza para que pase mejor.
La autocrítica solicitada suena más doliente en un país en el que, al contrario que en el nuestro, la gente se moviliza para pedir cosas o denunciar el menoscabo de otras. En un Liceo francés la educación es pública para un nativo y privada para el resto. Entre sus paredes, por ley, la obra de Claude Lanzmann es tan obligatoria como la de Moliére. En Francia está mal visto hablar de dinero, de la ostentación que sarkozy tan explícitamente representa.
Una mujer parisina explica que esos túneles pudieran constar de dos muros superpuestos: uno compartido por todo francés, sea cual sea su origen o pretensión étnica, hecho de rasgos comunes ligados al aprecio cultural, idiomático y geográfico que incluye laicidad, igualdad, derechos inalienables. Y otro, constituido por identidades secundarias, más o menos confortablemente asentadas sobre tan sólido somier. Y es un compromiso transparentemente establecido y exigido: su marido cubano hubo de firmar un contrato de integración.
Es un país que aún hoy ama el debate político y desprecia el fraude fiscal. Donde la calidad es un factor no negociable. Y la solidaridad, un vector social sin necesidad de subvenciones que la mantengan viva. Donde hablar de lo que cenarán es un adecuado tema para la hora de la comida. Y donde una película, estrenada estos días en España, como La cabeza alta (La tête haute) sobre los ímprobos esfuerzos del sistema educativo y judicial francés por no dejar a nadie atrás (frase que suscribe repetidamente mi vecina, una profesora nacida en Toulouse) no se ve como ciencia-ficción.
Abarcar puede servir para que todo duela más o para lo contrario, y sintetizar Francia parece doler por comparación del diseño original con el actual. Nadie de los preguntados habla de lo conservado en el proceso sino de lo perdido, y eso podría ser tanto autoexigencia propia como ese rasgo tan español: el desdén por lo que de realmente valioso tiene la identidad nacional en medio del ruido, la vulgaridad, lo pueril. 
Abarcar puede servir para que todo duela más o para lo contrario, y sintetizar Francia parece doler por comparación del diseño original con el actual. Nadie de los preguntados habla de lo conservado en el proceso sino de lo perdido, y eso podría ser tanto autoexigencia propia como ese rasgo tan español: el desdén por lo que de realmente valioso tiene la identidad nacional en medio del ruido, la vulgaridad, lo pueril.
Como en los traboules que hormiguean Lyon, lo que se tiene, guarda y vigila en las casas que surgen mientras los recorres pudiera decir del territorio visible lo que la propiedad privada dice del espacio público: que lo que es de todos se difumina a medida que prospera lo que te precias en guardar solo para ti. 

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